Por HERMANN TERTSCH
ABC 07.05.07
MADRID. La Sala 61 del Tribunal Supremo ha hablado y nadie
puede echarle en cara no haber hecho todos los esfuerzos por digerir con
dignidad un platazo envenenado que Fiscalía y Abogacía del Estado -hablemos del
Gobierno- le habían servido. Para disculparse de antemano por los problemas
gástricos menos disimulables y más vergonzantes, el Tribunal deja claro en su
sentencia que el plato era de vómito y muestra su plena convicción de que no lo
era por casualidad o infortunio, sino por voluntad expresa del cocinero. No se
podía pedir más a los magistrados. Quien quiera entender lo escrito en la
sentencia sabrá a qué atenerse y compartirá la certeza de tantos millones de
ciudadanos que consideran que el Gobierno tenía que haber hecho algo bien
distinto para perseguir los fines que pretende perseguir y que si no lo ha
hecho es porque lo que persigue es algo muy diferente a lo que simula
pretender.
Muy pocos ilusos deben quedar ya en España que en algún
momento dudaran de que ETA y Batasuna estarían de una forma u otra en las
elecciones del 27 de mayo. Lo que ya desde luego no debe existir fuera del coro
de la mentira dolosa es gente que niegue la voluntad manifiesta, intensa y
nerviosa del Gobierno por intentar aplacar a ETA y a Batasuna buscándoles una
fórmula tramposa para estar donde quieren estar. Hay acuerdo entre ambos en que
allí, en los ayuntamientos, estarán. Para que no empeoren las cosas. No vamos a
entrar aquí en disquisiciones jurídicas que no nos competen, pero sí podremos
quizás adherirnos, a ser posible sin que nos llamen fascistas, a la tesis de
que una banda de 256 elementos con proclamada voluntad común, en la que 133 son
unos asesinos notorios en busca y captura, es una banda que merece ser disuelta
o detenida en su totalidad. Resulta poco razonable pensar que quienes cabalgan
con una mayoría de asesinos, con los que comparten organización (partido),
intereses y objetivos, sean unos caballeros impecables.
Habría sido muchísimo más digno y probablemente menos
gravoso a medio plazo para el Gobierno que su presidente hubiera proclamado a
los cuatro vientos su convicción profunda de que Batasuna se redimirá en la
administración y convencerá desde allí a su otra mano de que no debe matar a
sus contendientes en las urnas. Aunque todos recordemos que Batasuna estuvo
muchísimo tiempo en las instituciones financiando las redes del terror con el
erario público y con los ayuntamientos convertidos en máxima fuente de
información para sus asesinos.
«Nuevo mundo de paz»
Zapatero podía haber pedido un poquito más de confianza para
esta noble tarea y los expertos en dársela se habrían lanzado a descalificar y
criminalizar a aquellos que se la negaran. Con una apelación solemne a su buena
fortuna y al nuevo mundo de paz y solidaridad que se apresta a inaugurar,
debería haber defendido abiertamente la liquidación de la Ley de Partidos, el
fin de la represión de Batasuna -por lo demás ya convertida en farsa- y la
admisión oficial de que la responsabilidad de «la violencia» que desde la
Transición ha causado novecientas víctimas mortales y miles de tragedias en
España, es una responsabilidad compartida entre aquellos que desde ETA segaron
las vidas de sus compatriotas inocentes y aquellos que, desde los sucesivos
gobiernos democráticos, no supieron ver la necesidad de esa pulsión
pacificadora que él ahora asegura ser capaz de imponer. Es de suponer que la
mayoría de los españoles no tendría, de haber sido así, una opinión sobre el
presidente radicalmente distinta a la que tiene.
Pero sí se habría ahorrado a millones de ciudadanos la
impresión de que Moncloa y sus aledaños los consideran un atajo de cretinos a
cuya escasa inteligencia se puede insultar.
Sucede sin embargo que la angustia en que se haya inmerso
este Gobierno -en especial su jefe- ya obliga al apaciguamiento a ser
multidireccional. Por eso sus máximos adalides están condenados a hacer unos
equilibrios insanos que, al final, irritan a todas las partes supuestamente
contratantes, no neutralizan amenazas y multiplican las inseguridades. El
Gobierno pareció pensar inicialmente que le bastaba con apaciguar a los
verdugos para que la paz quedara proclamada y el nuevo régimen del
«frentepopulismo amable» de socialistas y nacionalistas de toda ralea llevara a
los altares de la actualidad aquella bondad impoluta de una Segunda República
dinamitada por curas, militares y terratenientes, es decir, por José María
Aznar. No fue así. Surgieron unas incómodas e insolentes víctimas del
terrorismo imposibles de apaciguar, dividir o someter por comisarios
improvisados. Y se puso en marcha un movimiento de dignidad nacional que
trasciende a la oposición.
«Concesiones obscenas»
Así los oscuros tratos de los conspiradores del socialismo
vasco con Batasuna y sus capataces comenzaron a quebrarse por imposible
cumplimiento. La T-4 no voló porque no hubiera cesiones del Gobierno
-imposibles de ocultar ni con los cañones de humo tóxico a pleno rendimiento-,
sino porque no hubo las necesarias y al ritmo exigido. Y el próximo atentado no
se producirá por falta de ganas del Gobierno de evitarlo mediante concesiones
tan obscenas como esta forma de permitir la entrada de Batasuna en los
ayuntamientos. Por desgracia es probable el zarpazo de ETA porque el débil no
puede apaciguar a todos al mismo tiempo y aumenta expectativas y apetito del
insaciable. «El Supremo envía a Batasuna un mensaje para que cumpla la ley»
dice Conde-Pumpido y se refiere a lo que parece un mensaje al Gobierno para que
deje de incumplirla. El inefable ministro Bermejo dice que «el Supremo
demuestra que el Gobierno tenía razón». Y que «no se pliega ni al entorno
abertzale ni al PP». No parecen ver estos frentepopulistas, que coquetean
equiparando a ETA con el PP, que hace tiempo que los hechos escoran al Gobierno
socialista hacia un extremo lejano al consenso democrático entre españoles y
también del europeo. Los insensatos esfuerzos por hacer compatibles sus deseos
con la realidad llevan a Zapatero y sus remeros a intentar secuestrar a los
españoles hacia mundos paralelos. Es deseable que la realidad se lo impidan.
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