ABC 17.05.07
Nicolas Sarkozy ya está en El Elíseo. Ayer asumió el cargo,
despachó sin mayores nostalgias -con corrección y poco más- a su antecesor,
expresó con rotundidad la voluntad de cultivar las tradiciones más sagradas de
la República Francesa con su culto a los caídos y se fue a Alemania a ver a la
cancillera federal, Angela Merkel, quien por cierto ha vuelto a demostrar
sabiduría muy discreta al no dejar ver todo lo que le gusta lo que ha pasado en
Francia en este último mes. Sarkozy ya no es un fenómeno francés. En pocos días
como presidente electo ha lanzado más desafíos a la política afable, mediocre y
tramposa, que durante toda la campaña. Es con mucha probabilidad su llegada al
Elíseo, que ayer se consumó, el mayor terremoto político en Europa desde la reunificación
alemana. Su llamamiento a los franceses, a los europeos y a todos los que
comparten los principios y valores de la democracia sin complejos -fruto de la
mejor hermandad entre Francia y América- tiene visos de trascendencia política.
Con calado similar a aquel llamamiento con el que Juan Pablo
II comenzó su victoriosa ofensiva contra la peor resignación de todas que era
la de aceptar la falta de libertad, bajo la dictadura comunista, para medio
continente europeo. No se trata de comparaciones imposibles entre aquellos
retos del anterior Papa con los que un presidente francés asume hoy. Pero sí de
recordar que romper costumbres de pasividad inducidas por el miedo es
probablemente la tarea más ardua de un estadista porque exige no sólo coraje
propio sino la capacidad de generar esa valentía -que hace mejores a los
individuos- y unirla en la misma causa o en espíritu. Con esa empresa comenzó
una revolución que acabó con el muro de Berlín. Hoy, 25 años después, se trata
de acabar con la resignación de un sistema que ha llevado a los barrios
marginales, a muchas regiones, a los parados y a ciertos sectores profesionales
desprestigiados e infravalorados. Vencer a la resignación de las capas sociales
paralizadas en su miseria en toda Francia y especialmente en la septentrional,
inocular ilusión en los barrios, combatir el miedo cerval a los cambios en la
administración, combatir los hábitos de cobardía, resignación y apatía, que
estas últimas décadas han colgado como inmensas losas sobre las comunidades,
son retos inmensos para los que Sarkozy necesita más que un buen resultado de
las legislativas que habrán de dilucidarse dentro de unas semanas.
Sugerencias ridículas
Son muchos los que se han visto sorprendidos con todos los
pies cambiados. Son los que ridículamente sugieren ya que Nicolas Sarkozy es
una amenaza para la libertad de expresión. Los que se quejan de que se fuera a
descansar al yate de un amigo rico y sin embargo no parecen tener la mínima
objeción al hecho de que los vándalos del izquierdismo callejero hayan hecho
realidad los augurios de Ségolène Royal y demostrado su respeto a las urnas
quemando bienes ajenos. Quizás llega la idea de que a un rico amigo del
presidente de la República se le puede admirar por haber llegado a serlo -¡cosa
tan americana!- y no se le denigra. Quizás han pasado los tiempos en que
Francia competía con España en ese deporte nacional de la envidia y consideraba
que todos los ricos son ladrones menos los que pagan impuesto revolucionario,
peaje ideológico o ejercen de pijerío de izquierdas.
Después de la contundente victoria de este hombre tan
vilipendiado por el sectarismo de la paleoizquierda, ha habido reacciones
curiosas y preocupantes. Con la violencia muchos empiezan a tener problemas que
también se derivan de alguna forma de esa necesidad de integrar al terrorismo
vasco en la comunidad civilizada, cosa a la que Sarkozy se niega. Si Patxi
López entiende la violencia de ETA en el pasado y sus razones, los medios más
dogmáticos y postrados del izquierdismo español han concluido que el vandalismo
de los días posteriores a la victoria del nuevo presidente de la República
Francesa se debió a que «no les gusta Sarkozy». Al parecer eso justificaba los
asaltos como las sospechas contra el presidente que más rotundamente ha ganado
las voluntades del pueblo francés en décadas.
Sarkozy ha ganado con un órdago contra la miseria
intelectual violenta y el resentimiento institucionalizado. Habrá quienes no se
lo perdonen pero parece que son más los que lo agradezcan. Así, Sarkozy puede
estar poniendo una pica en un Flandes de la política marcada hasta ahora por la
precaución bien llamada cobardía, el igualitarismo castrador y la envidia como
máxima motivación del activismo político. Ningún país merece que se le
adjudique a su campesinado el célebre dicho de que, preguntado por Dios y con
la posibilidad de invertir su suerte, prefiera que muera la cabra del vecino a
ver viva de nuevo la suya propia muerta instantes antes por un rayo.
Izquierdismo semiblando
Quienes alborozados desde los observatorios carpetovetónicos
celebraron que los socialistas franceses, lanzados hacia la gloria por el
impulso del izquierdismo semiblando de Ségolène Royal, tan femenino como
antiguo él, ponía las cosas en Francia a favor de esa moda modistilla del
pensamiento mágico de nuestro máximo druida leonés, han fracasado. Ha fracasado
lo peor. Si por algunos fuera, realmente «Sapaterro» y «Sapatera» habrían
conquistado el alma de Francia con sus bondades, talantes y tolerancias y la
izquierda andaría ramoneando por esencias de los tripartitos catalanes o la
simbiosis perfecta de espíritu antisistema y salario de la administración del
Estado. Los franceses dejan claro que se toman en serio y son conscientes del
momento histórico y los riesgos que se ciernen sobre nuestro orden político,
social y cultural. Desoyen los llamamientos miedosos y conservadores en favor
del «mal menor» al que apelaban al final todos los partidarios del izquierdismo
triste y resignado de Royal. Han renegado del miedo y del tontiloquismo
sentimental. Pueden estar orgullosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario