ABC 27.08.07
Explotó la bomba junto al cuartel de la Guardia Civil en
Durango y gracias a la acumulación de chatarra de los vehículos blindados la
onda expansiva no hundió su edificio de viviendas más cercano a la carretera.
Esto fue de madrugada. Pronto se supo que milagrosamente no había muertos que
lamentar por parte de muchos y festejar por parte de algunos. Al mediodía, las
radios locales coincidían en felicitarse por la «levedad de las heridas» de los
agentes y en expresar su enorme alivio y también la convicción de que era su
deber ciudadano llamar a la población a celebrar con crecido entusiasmo la
jornada estelar de la Aste Nagusia (Semana Grande) de Bilbao. Era muy mala fe
por parte de los terroristas intentar reventar este viernes cumbre de fiesta en
el que estalla (perdón) el orgullo de esta simpática, jovial y satisfecha
sociedad en la que «vivimos como Dios».
En el dial de la radio se podía elegir entre diversos pero
siempre encendidos llamamientos a la participación en las fiestas que
desafiaban por igual al agua y a ETA. Unos invocaban a la ciudadanía a desafiar
al terrorismo «con juerga imparable» para impedir así, con coraje, que «ETA
irrumpa en nuestras fiestas». Otros ya estaban dedicados a fórmulas para
achicar problemas derivados de tanta nube baja y del tiempo de perros para el
disfrute de los brillantes fuegos artificiales de esa noche. Un sinfín de voces
tranquilizadoras anunciaba que nada había que temer, primero porque la calidad
pirotécnica que convoca Bilbao es «lo mejor» pero sobre todo porque, en frase
que en nuestra patria debiera ser lema de un millón de escudos, «va a escampar
seguro». Un radioyente ajeno a la realidad vasca, un marciano por ejemplo,
habría llegado a la conclusión de que esos terroristas se habían topado con la
horma de su zapato si lo que pretendían, al intentar volar el cuartel de
Durango, era reventar las fiestas. La determinación en hacer frente a tan
miserables planes conmovía. ¡Qué firmeza! Casi se adivinaba la sillería del
«muro» contra ETA que horas después anunciaba el presidente del Gobierno,
Rodríguez Zapatero, no en comparecencia ante los españoles después del Consejo
de Ministros sino ante un club de fans socialistas cerca de su coqueto refugio
de la montaña asturiana.
Marciano se creyó por un instante este conductor radioyente,
atascado bajo un terrible aguacero en Saltacaballos, cuando escuchó que decenas
de vecinos se habían apresurado desde primeras horas de la mañana a acudir a
comisaría. ¿Habrían acudido realmente al cuartel los vecinos a expresar su
solidaridad con los guardias y sus familias a punto de quedar sepultados horas
antes bajo los ladrillos del edificio? No. Cuidado con los malentendidos. No
habían acudido al cuartel. Habían acudido a la comisaría para presentar una muy
pertinente denuncia por los daños que el atentado había causado a sus propios
pisos y propiedades. El cuartel recibió las visitas habituales y de rigor en
estos casos y el consabido agobio de la prensa. Al día siguiente ya estaba allí
la Guardia Civil sola haciendo inventario de daños, buscando pistas y apartando
cascotes y algunos de los coches destrozados.
Para entonces la indomable ciudadanía ya había celebrado la
apoteosis del Cid y los «Victorinos» en la arena negra junto a Zabálburu, donde
las banderillas, diría el marciano, lucen la bandera italiana y la austriaca.
Si las sentencias del Tribunal Supremo rigen un cuarto de hora para las
instituciones del Estado, es lógico que el mundo de la «Fiesta Nacional»
muestre la gallardía de un cocinero vasco ante la mera sugerencia de usar
banderillas con los colores nacionales en Vista Alegre o San Sebastián. ABC
revela planes de nuevos atentados que sí pueden arruinar más de una fiesta. La
respuesta de Zapatero al atentado es que ETA ha de convencerse de que «sólo
tiene un destino que es el fin de la violencia». Es incapaz de hablar de
derrota de sus añorados interlocutores. Su vicepresidenta MTFLV sí parece
enfadada con ANV, ese partido bueno hace unos meses que sólo hace lo que se
sabía iba a hacer: lo ha calificado de «indecente». Hasta ahora este
calificativo se lo tenía reservado al PP.
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