ABC 06.09.07
Es algo lamentable que tengamos que prestar una especial
atención a unas elecciones legislativas como las que se celebran mañana en
Marruecos porque no cumplen los mínimos requisitos para hacer respetable la
competencia política ni sus resultados. Pero es inevitable que lo hagamos
porque al menos nos pueden sugerir -o ayudar a aventurar- de qué direcciones
nos pueden llegar más amenazas desde la desesperante realidad del vecino que es
ya casi por definición el más problemático que hemos de tener en el futuro. El
hecho de que nuestro presidente y el insólito ejercicio de estulticia política
de su Gobierno nos estén granjeando hostilidades donde no las había y causando
un inmenso daño a los intereses españoles en el Magreb no modifica este axioma
de nuestra política exterior que no es de ahora.
Los
marroquíes están convocados a unas urnas a las que muy probablemente acudan muy
pocos debido a la muy lógica convicción imperante de que en un país en el que
hay que hacer cola para muchas cosas resulta ocioso por no decir necio hacerlo
por algo inútil. Para quienes la superación de los más simples retos de la vida
cotidiana resulta casi una gesta casi equivale a un insulto convocarlos a una
pantomima de la que emergerá un parlamento que apenas sirve como caja de resonancia
de los apetitos del Rey y su corte que es ese difuso Majzen, el poder corrupto
y arrogante del entorno real. Con sus 33 partidos legales, unos más corruptos y
cautivos que otros, las posibilidades de expresión están en la sobria
subordinación a la realidad existente con el voto al clientelismo puro y duro
enmarcado en la ensalada de letras de nacionalistas y socialistas perfectamente
intercambiables entre sí o el voto al islamismo legal del Partido de la
Justicia y el Desarrollo (PJD), que confía en multiplicar su exigua mayoría en
el Parlamento, que estaba en 42 escaños de los 325 escaños de una Cámara que
sirve de poco más que de caja de resonancias para las campañas del entorno real.
Compra
de votos
Así
las cosas, ya parece claro que si el régimen no se deja llevar por la absoluta
obscenidad en la manipulación y la compra de unos votos que se cotizan en torno
a los 1.500 dirhams (14 euros), el PJD será la fuerza más votada, aunque dado
el fraccionamiento de la Cámara esto puede suponer poco. Para la lucha real por
el poder y el futuro de Marruecos estas elecciones son una nota a pie de página
de la que se podrá deducir poco más que el ritmo del crecimiento de la
desafección hacia la dictadura y su farsa de sistema multipartidista.
El
entusiasmo a este lado del Estrecho por las reformas allende el mismo, que ha
expresado en los últimos años ante todo nuestra diplomacia, sólo se nutría de
consideraciones políticas internas españolas y era poco más que otra mentira en
la obsesión del Gobierno socialista por desacreditar a los antecesores, incluso
en una «realpolitik» con Rabat con posibilidades reales de haber rebajado las
tendencias del Reino alauí a chantajear a España o situarla ante hechos
consumados.
Si así
hubiera sido probablemente el despotismo de Mohammed VI se hubiera visto
debilitado y quizás obligado a mayores concesiones en reformas políticas
internas reales hacia la democracia. Sin embargo, la condescendencia del
Gobierno de Madrid hacia la satrapía marroquí -como hacia tantas otras- ha restado
incentivos para cambios reales desde el poder absoluto del Monarca. Esto no ha
aumentado el apoyo al régimen, pero debilitado las opciones democráticas a
favor de la «otra alternativa» que es la islámica, aunque sea la tolerada. El
papel del Rey como máxima autoridad religiosa ha evitado en Marruecos hasta
ahora que los movimientos islamistas hayan presentado una opción de asalto
total contra el Estado. Y el éxito habido en condiciones duras para el
islamismo como ha sido el éxito del Partido por la Justicia y el Bienestar en
Turquía ha favorecido la corriente para una expresión moderada del islamismo.
Pero ni su éxito ni su fracaso suponen mayor esperanza para fomentar una
voluntad de reformas que en Marruecos han de venir de dónde viene todo el
poder, del Monarca absolutista.
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