Por HERMANN
TERTSCH
ABC 03.05.07
EN muchas escuelas del Reino Unido ha sido discretamente
abolido el estudio del Holocausto en la asignatura de historia a causa de las
presiones de alumnos musulmanes que consideran una ofensa perder el tiempo
hablando de unas víctimas judías que, por lo demás, niegan hayan existido. A
los jovencitos islámicos les molesta un hecho histórico y sus profesores,
conscientes de lo irritables que son, deciden abolirlo en aras de la paz. No
hay noticias de que los alumnos no musulmanes exigieran a los profesores la
restauración de la integridad del relato histórico del siglo XX. El resultado
de ello, que no escandalizará a quienes ya todo consideran integrable en la
sopa garbancera de la armonía universal, será que las nuevas generaciones de
británicos ignorarán la existencia de Auschwitz y de sus millones de muertos,
uno de los pequeños detalles que definen la abominable naturaleza del enemigo
del Reino Unido en la última guerra y por ello también la grandeza de su propia
resistencia y victoria militar. Pronto también en el Reino Unido serán muchos
los que crean que fue aquella una guerra clásica con enemigos moralmente
equiparables con objetivos similares.
En los últimos años se citan mucho en España las reflexiones
de Hannah Arendt en su viaje a la Alemania de la posguerra y la obcecación de
los alemanes por convertir hechos, como la invasión de Polonia o la URSS, en
opiniones. También la sarcástica respuesta de George Clemenceau a la pregunta
sobre cómo interpretarían la (Primera) Guerra Mundial las generaciones futuras.
El anciano estadista todavía creía en la probidad intelectual y se declaró
convencido de que «nadie dirá que Bélgica invadió Alemania». Hoy habría sido
más cauto. Especialmente en España. Porque en los tres años de Gobierno
Zapatero se ha impuesto implacablemente en el discurso oficial ese perverso
fenómeno denunciado por Hannah Arendt. El equipo del sentimental lector de
Gamoneda niega hoy la realidad con una procacidad y un desparpajo faldicorto a
los que ningún otro Gobierno europeo sobreviviría siquiera unas semanas.
Es ocioso enumerar sus manifestaciones que niegan hechos
para todos evidentes, lógicos, verificables o probados. Llenan las páginas de
los periódicos a diario. La muestra más larga la tenemos en esas interminables
y tediosas añagazas para ocultar, negar y justificar a un tiempo la
coordinación de intereses políticos con el terrorismo vasco. Pero se dan en
todas las demás cuestiones capitales como inmigración, seguridad o relaciones
exteriores. Camelot y su Arturo Zapatero no necesitan a la realidad, ese
fenómeno menor que transcurre paralelo a sus hazañas y retórica. Y hasta hoy
aparenta además ser inmune a las consecuencias tóxicas de su política. Pero la
sociedad española no lo es y no hay que ser Merlín para augurar zozobras tras
este trienio de romper loza de convivencia y tejido social. Eran loza y tejido
fabricados -tras los años de la peor represión de la posguerra- con inmenso
esfuerzo, sacrificio y tenacidad por millones de españoles de buena voluntad
independientemente del lado en que lucharan ellos, sus padres o sus abuelos.
Incluido desde el lanzamiento de la «política de reconciliación nacional» en
1956 ese Partido Comunista que, como su antiguo líder Santiago Carrillo, se ha
lanzado ahora a disputar a Zapatero y a los nacionalsocialistas catalanes y
vascos el trofeo de supremo druida del resentimiento.
El negacionismo de Zapatero, su gente y sus aliados, parte
del desprecio a los hechos que revelan igual cuando hablan de historia como
cuando lo hacen de ayer. Lo hacen sin mala conciencia porque consideran que la
importancia de su misión histórica bien merece correcciones a la realidad y
muchos sacrificios, especialmente del enemigo. Huevos rotos para la tortilla.
El chef, encantado consigo mismo, es además prestidigitador y dispone de un
discurso para cada día y audiencia pero a estas alturas todo el mundo debiera
saber a quién considera el presidente su enemigo y a quiénes aliados
potenciales, hayan matado o no. Al fin y al cabo, también a su abuelo lo mataron.
Han trazado ya una continuidad grotesca desde las banderías del pasado con
objeto de imponer en Madrid también un régimen con vocación de permanencia y
excluyente como los que se han constituido por la vía de los hechos en el País
Vasco y Cataluña, es decir sin una posibilidad de alternancia política real.
Tiene por eso su actitud hacia la historia la misma calidad que el negacionismo
del holocausto y las cámaras de gas del nazismo porque parte de una zafia y
dolosa falsificación con intención de arrebatar los derechos políticos a sus
adversarios. El pensamiento mágico que domina la personalidad del presidente
del Gobierno español convierte la política en un juego épico. Tan imponentes
ambiciones se desarrollan en un universo sentimental menos que semiculto
marcado por igual por el sectarismo, la ideologización primaria y el
resentimiento propios del asociacionismo provinciano de principios del siglo XX
unidos a la insoportable levedad de un relativismo moral que considera
anticuada o simplemente ridícula la subordinación de los deseos a código
alguno. Zapatero debería dar miedo y yo creo que sólo el inmenso movimiento de
odio total a la figura de José María Aznar y, en su ausencia, al Partido
Popular -que han logrado mantener sorprendentemente activo socialistas,
nacionalistas y la mayoría de los medios de comunicación-, ha impedido que una
mayor parte de la sociedad española percibiera con cierta nitidez el peligro
que supone para su prosperidad, estabilidad y libertad el camino emprendido por
la alianza de socialistas y nacionalistas. Porque el peligro de involución
existe y se manifiesta donde la verdad ha sido abolida, como en los colegios
británicos. La dependencia creciente de sectores claves de la sociedad del
poder político, la manipulación e intimidación abierta de la economía, el
clientelismo de las autonomías, la persecución -sí, persecución- del castellano
en los sistemas escolares bajo regímenes nacionalistas y los intentos de acabar
con la autonomía educativa privada nos sugieren que en pocos años la verdad
oficial puede haberse convertido en el principal medio de vida en este país.
La selección negativa en el partido gobernante y entre sus
aliados tiene, por supuesto, correcciones paralelas en los órganos afines,
apoyos y satélites. Estamos en la hora estelar de los aparatchiks. Nuestros
actuales intelectuales antifascistas españoles son tan contundentes como los
anticomunistas polacos de ahora, a sueldo de los gemelos Kaczyinski. Que en
Varsovia una serie de mequetrefes intenten cuestionar la integridad de un
gigante moral como Bronislaw Geremek es un insulto. Como lo es que el
gentucismo aquí diga una y otra vez que el PP da alas a ETA cuando fue su
Gobierno quien lo tuvo contra las cuerdas con una política que se ha
dinamitado. Los coros de héroes subvencionados saben que si toca hacer un giro
saharahui, se hace y punto. El relativismo es maravilloso para mantener la
conciencia en baño maría. Es una más de las nefastas consecuencias de ese Mayo
del 68 que con tanta razón denunciaba Nicolás Sarkozy el sábado y que describía
magistralmente en su crónica en estas páginas Juan Pedro Quiñonero. El páramo
moral y cultural que comenzó a extenderse entonces por las democracias
occidentales alcanza tal extensión que sus moradores ni siquiera intuyen la existencia
de alturas culturales y morales de referencia y sólo cuentan con orientaciones
primarias como la autopromoción, los intereses propios, el narcisismo y el
desprecio a toda jerarquía y autoridad que pueda cuestionar lo anterior. En la
maravillosa carta a su padre que hace de prólogo en su libro sobre la
catástrofe educativa «Progresa adecuadamente», Xavier Pericay cita aquella
memorable Tercera de ABC póstuma de Carlos Luis Álvarez «Cándido» en la que
advertía que la alternativa a la graduación jerárquica no era la igualdad sino
la tiranía.
La fobia a la excelencia, el ataque a las formas, a la
meritocracia y a la elegancia como condenable «elitismo» -nada tan
significativo como la procacidad del feísmo del mundo abertzale y de la
subcultura surgida al amparo del nacionalismo catalán-, el desprestigio del
esfuerzo, el desprecio al escrúpulo y a la autoridad así como el igualitarismo
a la baja de una tiranía cultural obsesiva e hiperactiva son factores
culturales sin los cuales nadie podría explicar la incapacidad de las
sociedades europeas a reaccionar ante las amenazas que se ciernen sobre ella.
Durante todas estas décadas, no han hecho sino aumentar y fortalecerse los
mecanismos sectarios que expulsan del paraíso de los bienpensantes a aquellos
que cuestionan la validez total y absoluta de un movimiento -Mayo 68- basado
fundamentalmente en negar, combatir y despreciar los valores permanentes
occidentales desde Atenas -bonitas evocaciones de las Termópilas escritas por
Fernando Savater y Arturo Pérez Reverte- que han hecho de la sociedad abierta
el sistema de convivencia más próspero, libre y feliz jamás habido. Sin
embargo, no hay organización humana, por excelsa que sea, que sobreviva
indefinidamente al acecho de enemigos si no sabe generar defensores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario