jueves, 30 de enero de 2014

DE MANHATTAN A TEHERÁN

Por HERMANN TERTSCH
ABC 27.09.07


Por desgracia, la escalada de tensión que genera el programa nuclear del régimen de Teherán y la firmeza que han demostrado en Nueva York los principales países europeos, con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy a la cabeza, convierten en patética anécdota muchos hechos que son un escándalo. Véase si no la grotesca llamada del presidente del Gobierno español a los cubanos a que tengan «paciencia» en su demanda de libertad o el hecho de que su ministro de Asuntos Exteriores hunda un poco más nuestra dignidad al anunciar una inminente reunión en Madrid de -ahí es nada- la «Comisión de Derechos humanos bilateral» hispano- cubana.

Algunos pensamos ya que el Gobierno español intenta adquirir en esta materia algo de «know-how» de tan respetables interlocutores carceleros.

Pero siendo tristes y graves las afrentas a la libertad y dignidad de cubanos y españoles que esto delata, las intervenciones en Nueva York de Merkel y Sarkozy deberían dejar claro hasta para los gurús españoles e iraníes de la Alianza de Civilizaciones que ha comenzado la cuenta atrás para el régimen de Teherán. Se lo dicen estadistas que no tienen ninguna gana de llevar a cabo una intervención militar contra Irán. Pero que también saben ya perfectamente que si la comunidad internacional no logra hacer entrar en razón a Mahmud Ahmadineyad, no habrá alternativa. «Un Irán nuclear nos llevará a la guerra», ha dicho Sarkozy claramente.

La escalada de la presión sobre Teherán es manifiesta, y China y Rusia son muy conscientes de ello. Merkel ya ha anunciado también un reforzamiento de las sanciones contra Irán y comienza a extenderse rápidamente la convicción de que no hay mucho tiempo para evitar un dilema sin solución pacífica posible y de consecuencias incalculables. En Berlín y París hay ahora líderes conscientes de su responsabilidad histórica. Es la única buena noticia en un momento en el que un régimen totalitario y dirigido por fanáticos religiosos en lucha sin compromiso contra la civilización occidental está a punto de adquirir un arma nuclear con la expresa voluntad de utilizarla para cumplir designios divinos, el primero la destrucción de Israel.

Percepción de riesgo

La intervención militar israelí del 6 de septiembre en Siria, en rigurosa coordinación con Washington, fue mucho más que una advertencia. Y la extraordinaria oferta de cooperación militar nuclear de París a Berlín es un paso más en la creación de una responsabilidad común ante una eventualidad que ya nadie con responsabilidad considera inverosímil.

El régimen de Teherán ha de percibir, sin margen de duda, la decisión de las democracias occidentales -si pueden, con ayuda de la nueva dictadura rusa o la vieja china, pero si no, sin ella- de impedir a Teherán que haga plausibles sus planes proclamados de destruir Israel y chantajear a los demás. Resulta del todo insoportable la idea de que un régimen como el de Ahmadinayed -que ya ha presentado sus misiles capaces de llegar a Israel y parte de Europa- pueda dictar, bajo amenaza de ataque nuclear, no ya el comportamiento de lo que llama el «ente sionista», sino decisiones políticas, publicación de viñetas o la vigencia de leyes islamistas en Portier, Colonia o Granada.

Sin embargo, la peor noticia no está posiblemente en la amenaza sino en la respuesta. El mayor peligro no es la obcecación del régimen iraní, ni siquiera la parálisis de una Administración norteamericana en paulatino desmantelamiento, sino en la falta de percepción de riesgo de las sociedades occidentales.

En Afganistán se está comenzando a perder una guerra que habría sido ya ganada con mayor disposición europea a la presencia y al gasto, y en Irak rebrotó una guerra que demuestra las trágicas consecuencias de la ruptura de una política atlántica que George Bush dinamitó con su arrogancia y Jacques Chirac y Gerhard Schröder ayudaron a quebrar con sus mezquindades populistas. Por no hablar del presidente del Gobierno español, que pidió la deserción general ante el terrorismo en Irak y tanta baza dio a los enemigos de las democracias occidentales.

Seamos optimistas: después de lo oído en Manhattan, Zapatero y el excéntrico y agónico Prodi parecen ya los últimos reductos del solipsismo izquierdista europeo. París y Berlín saben lo que nos jugamos. Y Londres, en campaña electoral o no, ha demostrado siempre tomar la decisión correcta cuando de la supervivencia de las libertades se trata.

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