ABC 27.09.07
Por desgracia, la escalada de tensión que genera el programa
nuclear del régimen de Teherán y la firmeza que han demostrado en Nueva York
los principales países europeos, con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy a la
cabeza, convierten en patética anécdota muchos hechos que son un escándalo.
Véase si no la grotesca llamada del presidente del Gobierno español a los
cubanos a que tengan «paciencia» en su demanda de libertad o el hecho de que su
ministro de Asuntos Exteriores hunda un poco más nuestra dignidad al anunciar
una inminente reunión en Madrid de -ahí es nada- la «Comisión de Derechos
humanos bilateral» hispano- cubana.
Algunos
pensamos ya que el Gobierno español intenta adquirir en esta materia algo de
«know-how» de tan respetables interlocutores carceleros.
Pero
siendo tristes y graves las afrentas a la libertad y dignidad de cubanos y
españoles que esto delata, las intervenciones en Nueva York de Merkel y Sarkozy
deberían dejar claro hasta para los gurús españoles e iraníes de la Alianza de
Civilizaciones que ha comenzado la cuenta atrás para el régimen de Teherán. Se
lo dicen estadistas que no tienen ninguna gana de llevar a cabo una
intervención militar contra Irán. Pero que también saben ya perfectamente que
si la comunidad internacional no logra hacer entrar en razón a Mahmud
Ahmadineyad, no habrá alternativa. «Un Irán nuclear nos llevará a la guerra»,
ha dicho Sarkozy claramente.
La
escalada de la presión sobre Teherán es manifiesta, y China y Rusia son muy
conscientes de ello. Merkel ya ha anunciado también un reforzamiento de las
sanciones contra Irán y comienza a extenderse rápidamente la convicción de que
no hay mucho tiempo para evitar un dilema sin solución pacífica posible y de
consecuencias incalculables. En Berlín y París hay ahora líderes conscientes de
su responsabilidad histórica. Es la única buena noticia en un momento en el que
un régimen totalitario y dirigido por fanáticos religiosos en lucha sin
compromiso contra la civilización occidental está a punto de adquirir un arma
nuclear con la expresa voluntad de utilizarla para cumplir designios divinos,
el primero la destrucción de Israel.
Percepción
de riesgo
La
intervención militar israelí del 6 de septiembre en Siria, en rigurosa
coordinación con Washington, fue mucho más que una advertencia. Y la
extraordinaria oferta de cooperación militar nuclear de París a Berlín es un
paso más en la creación de una responsabilidad común ante una eventualidad que
ya nadie con responsabilidad considera inverosímil.
El
régimen de Teherán ha de percibir, sin margen de duda, la decisión de las
democracias occidentales -si pueden, con ayuda de la nueva dictadura rusa o la
vieja china, pero si no, sin ella- de impedir a Teherán que haga plausibles sus
planes proclamados de destruir Israel y chantajear a los demás. Resulta del
todo insoportable la idea de que un régimen como el de Ahmadinayed -que ya ha
presentado sus misiles capaces de llegar a Israel y parte de Europa- pueda
dictar, bajo amenaza de ataque nuclear, no ya el comportamiento de lo que llama
el «ente sionista», sino decisiones políticas, publicación de viñetas o la
vigencia de leyes islamistas en Portier, Colonia o Granada.
Sin
embargo, la peor noticia no está posiblemente en la amenaza sino en la
respuesta. El mayor peligro no es la obcecación del régimen iraní, ni siquiera
la parálisis de una Administración norteamericana en paulatino
desmantelamiento, sino en la falta de percepción de riesgo de las sociedades
occidentales.
En
Afganistán se está comenzando a perder una guerra que habría sido ya ganada con
mayor disposición europea a la presencia y al gasto, y en Irak rebrotó una
guerra que demuestra las trágicas consecuencias de la ruptura de una política
atlántica que George Bush dinamitó con su arrogancia y Jacques Chirac y Gerhard
Schröder ayudaron a quebrar con sus mezquindades populistas. Por no hablar del
presidente del Gobierno español, que pidió la deserción general ante el
terrorismo en Irak y tanta baza dio a los enemigos de las democracias
occidentales.
Seamos
optimistas: después de lo oído en Manhattan, Zapatero y el excéntrico y agónico
Prodi parecen ya los últimos reductos del solipsismo izquierdista europeo.
París y Berlín saben lo que nos jugamos. Y Londres, en campaña electoral o no,
ha demostrado siempre tomar la decisión correcta cuando de la supervivencia de
las libertades se trata.
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