ABC 09.07.07
Los socialistas dicen estar de nuevo eufóricos con su jefe,
José Luis Rodríguez Zapatero. Tras el debate sobre el estado de la Nación -en
el que consideran fue más ágil con la faca que su adversario Mariano Rajoy-, y
tras el recambio en cuatro ministerios, aquellos que empezaban a no tenerlas
todas consigo, pero también aquellos que creían probable un desastre, han
recuperado la fe en la «baraka» del presidente. Es lo que tiene la magia. Ahora
en la nueva España, en la que ha de combatirse seriamente las supersticiones de
todo tipo, especialmente las religiosas, el mago ha inventado nuevas pócimas y
la tribu se nos lanza con fe renovada a los bailes rituales. El entusiasmo es desbordante
o al menos como tal se presenta y nadie parece de repente dudar en que hasta
marzo hay tiempo para hacer olvidar o reinventar directamente el pasado de la
legislatura que para marzo concluye.
Hace probablemente bien Zapatero en agotar la legislatura
para poner tiempo entre la consulta y sus fechas más vergonzantes. Con esa
soltura suya, el optimismo antropológico y la osadía que le caracterizan está
claro que él ya apenas se acuerda pero que tiene razones para pensar que una
mayoría de los españoles también haya olvidado para entonces. Los anunciados
atentados de ETA para este verano tendrán un mayor efecto revelador de su
fracaso y su temeridad en el otoño. Para primavera podrán ser ya parte general
del paisaje nacional -como siempre, se dirá- y se echará a los perros a quien
recuerde que la situación nada tiene que ver con la heredada del Gobierno
anterior. Y además siempre podrán buscarse fórmulas de hallar nuevos contactos
discretos al menos para preparar la nueva ofensiva de paz si los cálculos electorales
funcionan.
El proceso iniciado en Navarra seguirá su curso por
titubeantes que sean de momento sus inicios. Y lo hará porque forma parte de
una estrategia mucho más amplia cuyas consecuencias son imprevisibles pero
tampoco importa demasiado si, al margen de amagos y fintas coyunturales, se
logra ampliar los territorios donde las alianzas de socialistas con fuerzas más
o menos radicales, dispuestas a la coerción, intimidación y al clientelismo,
hacen cada vez menos probables allí votos de castigo al Gobierno y por tanto
posible una alternancia en Madrid. Al fin y al cabo es de esto de lo que todo
trata, desde las ganas infinitas de paz, las fotos del pasado y del futuro y la
dinamitación ya prácticamente consumada, del consenso de la Transición. Salvo
improbable arrebato de sentido común por parte de las fuerzas políticas
moderadas después de las próximas elecciones, Zapatero seguirá con su juego que
es magia en sus métodos, pero que tiene una motivación muy alejada de la buena
fe que tantos se empeñan aun en suponerle.
La presión política y social hará que la resistencia a este
proceso general se convierta en heroicidad e insensatez con consecuencias tan
claramente negativas para los ciudadanos que muchos de los aun discrepantes
acabarán declarándose «apolíticos» u optando por el silencio y la resignación.
Así los regímenes periféricos, bajo los caciques de nuevo cuño, se convierten
en seguros interesados garantes del sueño de Alicia y como bien se ha visto
durante esta legislatura, ni siquiera los barones de los territorios siempre
dominados han podido hacer frente a este proceso que a medio plazo resultará
inviable por imposible de financiar. Pero eso tampoco importa demasiado ante la
magnitud de los proyectos que le surgen al presidente mago de las entrañas.
Nada puede hacer ya este presidente por ganarse la confianza de quienes
consideran toda su legislatura como una perfecta estafa. Al menos nos ha hecho
el favor de nombrar a un ministro de Cultura que no genera vergüenza ajena como
su antecesora. Aunque está claro que sus nuevos ministros llegan ya única y
exclusivamente para la agitación electoral desde cargos en principio destinados
a la administración política del Estado, muchos le agradecemos el cese de una
profesional del ridículo. Aunque le queden muchos.
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