ABC 04.06.07
Hace muy bien el líder de la oposición española, Mariano
Rajoy, en enviar a colaboradores a París y Berlín para que intenten entender y
transmitirle lo que ha sucedido últimamente en estas dos capitales de las
principales naciones continentales. Política y culturalmente. Esperemos que
cuando informen de ello no intenten adaptar demasiado a «las circunstancias
propias» las ideas captadas. Muchas cosas son más fáciles de lo que parecen.
Hay que recordar que hubo bienintencionados bolcheviques de primera hora que
creían podían interpretar los mecanismos de avituallamiento de las grandes
urbes europeas para aplicarlos a las ciudades del nuevo poder soviético. Se
toparon con grandes problemas. Creyeron poder vencerlos con sofisticadas
técnicas, artificios compensatorios o argucias organizativas. En realidad, nada
les habría sido más fácil para lograr los resultados de los sistemas de
suministro y transporte de Londres que haber imitado al Gobierno de Su Majestad
en su forma de gobernar.
Rajoy y su partido tienen ante todo que admirar y emular de
las opciones gobernantes en París y Berlín la claridad, la falta de miedo y
resignación y la voluntad de dar un giro a la percepción que la ciudadanía
tiene de la política para que de la asumida deriva surja con fuerza la voluntad
de recuperación. Se trata, ni más ni menos, que de recuperar la ciencia frente
a los curanderos y el sentido común frente a la ideología débil y vaga. Se
trata de recuperar no sólo años perdidos por una basura intelectual y moral que
se basa en el igualitarismo impuesto, en la liquidación, persecución y
degradación de la excelencia y la individualidad y en la continua profanación
de los bienes de la cultura y tradición que al final pueden resumirse en esa
simple y modesta palabra de «respeto». El desprestigio del respeto a lo que no
es propio es lo que une al izquierdismo de los Zerolos con el ultratumbismo de
los polacos Kaczyinskis. Recuperar ese respeto en una sociedad occidental que
se respete a sí misma es el gran reto cultural y metapolítico de una Angela
Merkel que es niña de una dictadura comunista y un Nicolas Sarkozy que es hijo
de un húngaro y una judía griega. Aquí, en estos casos, sí que hay abuelos que
no son inventados.
Valores no negociables
Si en algo se demuestra esta diferencia de calidad en la
política es precisamente en ese respeto a ciertos valores no negociables. No
debiera haber diferentes formas de calificar a la dictadura castrista y sus
crímenes como no hay diferentes calificativos para valorar una ablación de
clítoris, ni una violación a una niña, ni el tráfico de órganos de reos
ejecutados. Para la próxima movilización electoral le puede ser muy útil a
Zapatero y a Moratinos enfrentarse a Bush y a la «mano negra de Condoleeza Rice»
(Rosa Regas dixit) como grandes adalides del régimen cubano. Ayer, escribo
estas líneas desde Viena, en la abadía benedictina de Göttweig junto al
Danubio, preguntaba el ex ministro polaco Meller, que cómo era posible que en
Europa alguien impidiera el consenso para una política de condena rotunda y
explícita del régimen de Castro. En el auditorio, desde el primer ministro
portugués José Sócrates, al vicecanciller austriaco Wilhelm Molterer pasando
por decenas de políticos europeos, nadie dudaba que se refería a España.
La oposición española ha de plantear a la sociedad que no
puede resignarse al insulto barriobajero de comisarios políticos, a la
utilización de la Policía y la presidencia para hacer dossieres sobre
adversarios, empresarios o manifestantes, a la calumnia impune, a ocultar casos
de colaboración con sospechosos de la financiación de ETA ni a siniestras
componendas de fiscales con etarras y viceversa. Y tendrán que combatir el
régimen de clientelismo magrebí que domina diversas regiones gobernadas por los
socialistas y otras secuestradas por nacionalistas o socialistas que ya también
lo son. Sin olvidar combatir a sus propios caciques. Pero ante todo tendrán que
hacer creíble al electorado que quieren hacer una política contra la mentira y
más aún contra la nada. Contra esa nada solemnizada que es la esencia del
presidente del Gobierno español cuyas cortinas de humo para ocultar su inanidad
cada día son más tóxicas.
Quincalla moral
España no es la URSS de los veinte -en eso aún todos los
españoles estamos de acuerdo- y hasta el mayor pesimista reconocerá como
improbable la posibilidad de que incluso este gobierno por mucho que se
prolongue supere el abismo de calidad, tiempo y espacio que separa estos dos
mundos. Aunque ademanes, rictus y talante de responsables del Gobierno nos
hagan pensar que alguno querría. Porque quincalla moral era aquello y lo es el
universo político que revelan silencios, vaguedades y mentiras del jefe, la
audacia en la tergiversación de la realidad -no ya pasada sino presente- de sus
capataces de la justicia y las grandes construcciones y juegos de ingeniería
jurídica, política, histórica y sentimental de sus ideólogos imaginativos e
innovadores.
Pero llegados al punto en el que estamos, en el que
delincuentes y sus cómplices dan a diario en España, a través de todos los
medios de comunicación, consejos a los demócratas sobre cómo comportarse y les
advierten sin recato sobre las consecuencias de no obedecerles, hay que
advertirle a la oposición de que tiene ya la obligación de poner fin a esa
incertidumbre que ha mantenido. Y que ante la gravedad de la crisis nacional,
sus líderes habrán de asumir una seria responsabilidad si, cuando existen
razones fundadas para pensar que la sociedad española puede poner fin a este disparate,
lo impide con querellas internas y fobias y filias u otras frivolidades. Gran
parte del socialismo español parece haber decidido a hundirse con Zapatero.
Triste, pero la oposición no puede seguirle. Porque en política y en todo los
huecos se llenan. Dice ahora Ruiz-Gallardón que Zapatero cruza con Navarra la
raya roja de la Constitución. Muchos creemos que lo ha hecho mucho antes. Pero
desde luego había que ser iluso para creer que no lo haría. No lo son Mariano
Rajoy ni Esperanza Aguirre y muchos otros. Pero seamos claros. Sin aspavientos
ni soflamas puede transmitirse al pueblo español no solo la percepción del
riesgo que para su seguridad y también, sí, su prosperidad y la de sus hijos
supone Zapatero. Es ante todo necesario denunciar la profunda menesterosidad
existencial en la que se ha hundido voluntariamente Zapatero ante ETA y en la
que amenaza con sumirnos a toda la sociedad española si no reacciona.
Poder intimidatorio
Se ha tenido miedo en estos años de la virulencia del
huracán descalificador de un izquierdismo cada vez más sectario, agresivo y
manipulador. Muchos han sufrido el inmenso poder intimidatorio que despliega
esta hegemonía izquierdista nacionalista, de planteamientos patéticos y
argumentos mentirosos. Ahí está gracias a los temerosos, sobre todo. Ahí está
como la Puerta de Alcalá y se cree aún un rey vestido. Los enviados a ver a
Sarkozy y a Merkel tienen que volver convencidos de que se puede y debe, por
responsabilidad y patriotismo, hacer frente al ejército de aparatchiks de la
selección negativa, reivindicar la razón frente al pensamiento mágico
totalitario y sectario y crear una mayoría en España con fuerzas que crean en
el estado de Derecho, en el individuo y en el trabajo. Una mayoría antitética a
la actual.
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