viernes, 17 de enero de 2014

PUTIN, EL MIEDO Y NOSOTROS

Por HERMANN TERTSCH
ABC 24.05.07


La Justicia británica, tan cauta ella, ha tardado seis meses en llegar a unas conclusiones que algunos consideraban seguras ya aquel 23 de noviembre en que moría en un hospital londinense el ex agente del KGB, Alexánder Litvinenko, envenenado con material radiactivo Polonio 210. La Fiscalía británica ha acusado oficialmente del crimen a un antiguo compañero del muerto, el ex agente y hombre de negocios Andrei Lugovoi, perfectamente localizado en Rusia. Y la ministra del Foreign Office, Margaret Beckett, tiene tan sólida certeza de las evidencias de la Fiscalía que convocó de inmediato al embajador ruso en Londres para exigir plena cooperación de Moscú en la puesta a disposición judicial del presunto asesino, con su eventual extradición incluida.

El régimen de Vladimir Putin ha respondido con inhabitual prontitud. Lamentablemente -asegura- su Constitución no permite la extradición de ciudadanos rusos. En esto coincide la rusa con gran parte de las Constituciones democráticas del mundo. Pero la cuestión no puede quedar ahí aunque la prepotencia que despliega Putin y la disposición de muchos países europeos a aceptarla como fenómeno inevitable hacen temer lo peor.

Explicaciones a Putin

En Londres, en pleno traspaso de aperos gubernamentales o en la UE en ausencia de poder coordinado parece difícil salvo un impulso de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. ¿Habrá alguien desde el mundo democrático que exija explicaciones al presidente de Rusia y dueño del grifo de nuestras ansiedades energéticas? Londres, Berlín, París y Washington debieran ser conscientes de lo que se juegan ante este nuevo hito en la deriva de Rusia desde una democracia, incompleta y probablemente no del todo viable, hacia un Estado rufián que, en la peor tradición del Kremlin, encarcela a sus críticos, intimida a todos y mata a los incorregibles dentro y fuera de sus fronteras. Nadie puede ya hacerse ilusiones de una Rusia como sociedad abierta, pero es inaceptable que se propugne la resignación ante la reaparición de un régimen criminal a cuyo máximo líder se otorgan honores y atenciones por parte de democracias indecentemente obsequiosas.

Dictador nervioso

Especialmente la agresividad de dictador nervioso de que hizo gala Putin la pasada semana al detener a diversas personalidades críticas, entre ellas al excampeón ajedrecista Kasparov, cuando pretendían protestar contra la falta de libertades durante la reciente cumbre entre la Unión Europea y Rusia, demuestra por un lado que el Kremlin ha vuelto a sus raíces bolcheviques en la represión de la protesta interna y externa. Refuerza además la convicción de los servicios secretos occidentales de que, bajo Putin y gracias a la inmensa liquidez de Moscú por los precios del crudo y del gas, ha vuelto a poner en marcha con el FSB (sucesor del KGB) el aparato de información y la red de intervención clandestina más importante del mundo. En el espionaje industrial y científico, como en la intoxicación y manipulación política, en la intimidación de la disidencia interna como en la neutralización de la emigración, el FSB está presente en todas las capitales y los conflictos del mundo y lo está con más medios de los que nunca soñó tener el KGB. Y con la confianza en sí de antaño.

Litvinenko no fue asesinado por una vulgar desavenencia entre colegas de la escuela del chequismo de aquel puntilloso aristócrata polaco y amigo de Lenin que fue Félix Dzershinski. Litvinenko cumple la función de medio y mensaje de forma aterradora. Fue un agente formado para el crimen, desertó al huir a Londres con uno de los grandes magnates Boris Berezovski que osó hacer frente a Putin. La cheka, el KGB, el FSB, -es lo mismo- ha vencido a los nuevos ricos y a los demócratas. Pero tiene que hacerles sentir que su largo brazo llega a todos los rincones del globo. Matar con material radiactivo supone un mensaje añadido contra los países que protegen a sus críticos o pudieran tener tentación de cuestionar su conducta.

Incómodo testigo

Porque Litvinenko, ya lo sabemos, no sólo era testigo de las órdenes de liquidar a opositores como Berezovski, sino también de las grandes tramas con las que Putin llegó al poder como aquel atentado contra el edificio de apartamentos en Moscú que utilizó para su cruzada en Chechenia. Ahora se ha dado obviamente un paso más. Putin ha hecho uso de un arma radiactiva contra un disidente y advertido así a un tiempo a sus enemigos dentro y fuera, individuos, partidos, grupos y Estados. Y se han dejado huellas, radiactivas, para que el aviso cunda. Es un aviso más.

Antaño el KGB delegaba en gran parte sus trabajos más sucios como operaciones de intoxicación política o muerte civil de adversarios, los asesinatos de disidentes o atentados magnicidas como el de Juan Pablo II, a sus franquicias del Pacto de Varsovia. Esto ha cambiado mucho y alarma ya en muchas capitales europeas.

Ostentación de presencia

El FSB se desenvuelve con la seguridad -se subraya- de quien no tiene inconveniente en que se perciba y se tema su creciente influencia y omnipresencia. Bajo Putin la Lubianka renace y vuelve a ser temida como cuando nadie en Rusia podía estar seguro de no desaparecer en sus pasillos.

Putin, coronel del KGB, ha sabido imponer respeto y miedo, premisa que ya tenía la policía zarista, la Ojrana. Hay orden en el país, al menos a simple vista y eso ha tranquilizado a los vecinos y especialmente a los clientes del presidente Putin.

Falsa calma

Pero nadie debiera mecerse en la seguridad de que esa estabilidad es auténtica y perdurable a un año de que Putin amague irse a la sombra al no presentarse a la reelección. Los Estados que requieren tanto miedo, tanta policía política, tantas muertes de empresarios o funcionarios y tanta intimidación no son nunca lo estables que parecen. Un Kremlin que no tiene otra opción política alternativa a los lacayos de Putin y el FSB puede vivir de generar miedo hacia el interior y asustarnos a los demás con la ostentación de su poderío energético. Pero no es un sistema sano por más de higiene bonapartista que ponga. Es una cloaca moral dentro y fuera del Kremlin. Esta frase cuadraba también para los tiempos de Chernienko y Andrópov.


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