ABC 17.09.07
Cuenta Dionisio Ridruejo en una gran recopilación de textos
autobiográficos que acaba de editar con calidad y mimo prodigiosos Jordi Amat
(«Dionisio Ridruejo: Casi unas memorias. Editorial Península»), cómo, al
estallar la Guerra Civil, uno de los jóvenes de su círculo de amistades en
Madrid, Pedro Maldonado, un intelectual alegre, muy simpático, algo manirroto y
abusón, «que era el optimismo en estado gaseoso», se escapó de un hospital
donde lo habían escondido para su protección otros amigos y poco después
apareció, como tantos otros en ambas retaguardias, «acribillado contra un
muro». «Nadie como él -dice Ridruejo- simboliza para mí aquella impresión del
«tan largo me lo fiáis» que, en el subconsciente de millones de españoles,
resistía a la evidencia cuando la suerte estaba echada». Esta constatación de
la facilidad con la que su amigo se negaba a reconocer la absoluta
excepcionalidad de la situación política de su entorno se encuentra fácilmente
en las biografías de tantos contemporáneos suyos en otros países. En los
diarios del rumano Mihail Sebastián o los no menos terribles de Víctor
Klemperer, Sebastián Haffner o Joachim Fest se revela la desesperación que
generaba en sus autores la necesidad que declaraba su entorno social, unas
veces en forma angustiosa, otras de indolencia, por simular normalidad y
cotidianeidad en situaciones de total excepcionalidad y colapso de convivencia
social. No era sólo «optimismo en estado gaseoso». Era falta de lucidez,
cobardía, indolencia, indiferencia o todo a un tiempo.
No haremos paralelismos directos entre situaciones de la
Europa de los años treinta y la España actual aunque debiera ser ya evidente
que cada vez requieren menos esfuerzo de imaginación, especialmente en lo que a
algunas partes del territorio nacional se refiere. Las libertades son cada vez
más precarias y menor la disposición del poder a defenderlas. Cuando nada menos
que una ministra del Gobierno considera que la víctima de una amenaza de muerte
es responsable de serlo, hemos llegado a la lógica perversa que llevaba a los
niños alemanes a apedrear al judío Klemperer como culpable de ataques aliados
contra Alemania. Y cuando el Estado de Derecho ha hecho dejación de su deber de
garantizar la seguridad y los derechos de sus ciudadanos y de la vigencia de
las leyes, habrá que pensar que el Gobierno considera que la persecución,
intimidación y merma de los derechos de ciudadanos que le son críticos es una
realidad no sólo aceptable sino beneficiosa para sus fines.
Resulta fascinante y terrible estudiar la pasividad, la
indiferencia o la insólita falta de percepción del riesgo de las sociedades
europeas del siglo XX ante los avances de los abusos de los diferentes
totalitarismos nacionalsocialistas, fascistas y comunistas. «Aquí no pasa nada,
estos analfabetos de los nazis estarán pronto otra vez en los agujeros del
lumpen de donde salieron», se decía la altiva burguesía alemana como se dicen
ahora quienes con el nacionalismo catalán y el Gobierno de España consideran
que las cada vez más abiertas agresiones al Estado y a su jefatura como
«incidentes menores». Pero igual de inquietante es comprobar como en unas
circunstancias totalmente nuevas y en un contexto europeo actual, puedan surgir
líderes que puedan acabar en muy poco tiempo con los controles internos propios
de un partido de larga tradición democrática, liquidar toda crítica interna y
agitar en el seno del mismo instintos que ofuscan toda la templanza en la pugna
política. Y todo desde una negación de la evidencia y una masiva utilización de
un aparato devoto a la mentira al que nada importa que la realidad desmienta
todos los días sus mensajes. Ya poco importa que todos los anuncios que el
Gobierno hace sobre sus intenciones sean torva desinformación o astracanadas
que un pobre vicepresidente parece desmentir ya tan sólo por puro pudor ante
sus amigos o su propia familia. Lo grave es que el cuerpo social no parece,
como el amigo de Ridruejo, percibir que la normalidad pretendida no existe. Y
que hace tiempo que los acontecimientos desencadenados por la llegada a La
Moncloa del torvo timonel y gran negador ya no están bajo su control si acaso
lo estuvieron alguna vez. El negador seguirá aparentando normalidad mientras en
su entorno todo será cada vez mayor y peor excepcionalidad. Su partido no ha
cumplido con la labor democrática y patriótica de poner fin a los desmanes del
negador. Los principales beneficiarios de su política en el antisistema no lo harán por lógica. Si no lo hace la ciudadanía, no sentará precedente. Muchas
sociedades en un pasado no lejano se dejaron hundir por negadores desde
posiciones de respetabilidad que unas han tardado décadas en recuperar y otras
aun recuerdan con añoranza.
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