jueves, 30 de enero de 2014

APOTEOSIS DEL GRAN NEGADOR

Por HERMANN TERTSCH
ABC 17.09.07


Cuenta Dionisio Ridruejo en una gran recopilación de textos autobiográficos que acaba de editar con calidad y mimo prodigiosos Jordi Amat («Dionisio Ridruejo: Casi unas memorias. Editorial Península»), cómo, al estallar la Guerra Civil, uno de los jóvenes de su círculo de amistades en Madrid, Pedro Maldonado, un intelectual alegre, muy simpático, algo manirroto y abusón, «que era el optimismo en estado gaseoso», se escapó de un hospital donde lo habían escondido para su protección otros amigos y poco después apareció, como tantos otros en ambas retaguardias, «acribillado contra un muro». «Nadie como él -dice Ridruejo- simboliza para mí aquella impresión del «tan largo me lo fiáis» que, en el subconsciente de millones de españoles, resistía a la evidencia cuando la suerte estaba echada». Esta constatación de la facilidad con la que su amigo se negaba a reconocer la absoluta excepcionalidad de la situación política de su entorno se encuentra fácilmente en las biografías de tantos contemporáneos suyos en otros países. En los diarios del rumano Mihail Sebastián o los no menos terribles de Víctor Klemperer, Sebastián Haffner o Joachim Fest se revela la desesperación que generaba en sus autores la necesidad que declaraba su entorno social, unas veces en forma angustiosa, otras de indolencia, por simular normalidad y cotidianeidad en situaciones de total excepcionalidad y colapso de convivencia social. No era sólo «optimismo en estado gaseoso». Era falta de lucidez, cobardía, indolencia, indiferencia o todo a un tiempo.

No haremos paralelismos directos entre situaciones de la Europa de los años treinta y la España actual aunque debiera ser ya evidente que cada vez requieren menos esfuerzo de imaginación, especialmente en lo que a algunas partes del territorio nacional se refiere. Las libertades son cada vez más precarias y menor la disposición del poder a defenderlas. Cuando nada menos que una ministra del Gobierno considera que la víctima de una amenaza de muerte es responsable de serlo, hemos llegado a la lógica perversa que llevaba a los niños alemanes a apedrear al judío Klemperer como culpable de ataques aliados contra Alemania. Y cuando el Estado de Derecho ha hecho dejación de su deber de garantizar la seguridad y los derechos de sus ciudadanos y de la vigencia de las leyes, habrá que pensar que el Gobierno considera que la persecución, intimidación y merma de los derechos de ciudadanos que le son críticos es una realidad no sólo aceptable sino beneficiosa para sus fines.

Resulta fascinante y terrible estudiar la pasividad, la indiferencia o la insólita falta de percepción del riesgo de las sociedades europeas del siglo XX ante los avances de los abusos de los diferentes totalitarismos nacionalsocialistas, fascistas y comunistas. «Aquí no pasa nada, estos analfabetos de los nazis estarán pronto otra vez en los agujeros del lumpen de donde salieron», se decía la altiva burguesía alemana como se dicen ahora quienes con el nacionalismo catalán y el Gobierno de España consideran que las cada vez más abiertas agresiones al Estado y a su jefatura como «incidentes menores». Pero igual de inquietante es comprobar como en unas circunstancias totalmente nuevas y en un contexto europeo actual, puedan surgir líderes que puedan acabar en muy poco tiempo con los controles internos propios de un partido de larga tradición democrática, liquidar toda crítica interna y agitar en el seno del mismo instintos que ofuscan toda la templanza en la pugna política. Y todo desde una negación de la evidencia y una masiva utilización de un aparato devoto a la mentira al que nada importa que la realidad desmienta todos los días sus mensajes. Ya poco importa que todos los anuncios que el Gobierno hace sobre sus intenciones sean torva desinformación o astracanadas que un pobre vicepresidente parece desmentir ya tan sólo por puro pudor ante sus amigos o su propia familia. Lo grave es que el cuerpo social no parece, como el amigo de Ridruejo, percibir que la normalidad pretendida no existe. Y que hace tiempo que los acontecimientos desencadenados por la llegada a La Moncloa del torvo timonel y gran negador ya no están bajo su control si acaso lo estuvieron alguna vez. El negador seguirá aparentando normalidad mientras en su entorno todo será cada vez mayor y peor excepcionalidad. Su partido no ha cumplido con la labor democrática y patriótica de poner fin a los desmanes del negador. Los principales beneficiarios de su política en el antisistema no lo harán por lógica. Si no lo hace la ciudadanía, no sentará precedente. Muchas sociedades en un pasado no lejano se dejaron hundir por negadores desde posiciones de respetabilidad que unas han tardado décadas en recuperar y otras aun recuerdan con añoranza.

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