ABC 15.06.07
La última vez lo vi hará dos años. Paseaba lento su
elegantísimo porte, todo junco tanto tiempo, quebrado pero en lucha por ir
erguido. Caminaba solo junto al museo de la Albertina, de espaldas a la ópera y
al Hotel Sacher, hacia su casa muy cerca de la gran iglesia de los Agustinos,
del Palacio Imperial y también de la Cripta de los Capuchinos, en la que los
Habsburgo yacientes se topan con el espíritu de Joseph Roth. Vivía en la hectárea
de oro de la ciudad de Viena. Para su fortuna y su desgracia, Waldheim, que
ayer murió en Viena a los 88 años, siempre vivió en el epicentro de la historia
de Austria y de la tragedia centroeuropea.
Para quienes le conocían, compañeros ya muertos que sabían
de su ambición desmesurada, no fueron una sorpresa los bloqueos mentales de
Waldheim ante la verdad, esos quiebros que lo hacían parecer siempre más
culpable e implicado en crímenes de lo que era y estaba. Gran ayuda fueron en
su día dos grandes austriacos, Bruno Kreisky y Erich Bielka, para quien había
sido fastuoso y celebrado secretario general de la ONU nada menos que nueve
años, más que nadie desde su partida.
Cuando Waldheim acudió a Nueva York como
enviado de la nueva Austria que recuperaba la soberanía, perdida ya en 1938 en
el «Anschluss», a nadie se le ocurrió husmear en el pasado de este brillante
diplomático. Años después de dejar la ONU, como candidato a la presidencia de
la República, surgió lo que podía haberse sabido antes sin esfuerzo. Fue un
hombre de su generación, nacido en el año en que se hunde el imperio. Que sus
nuevas esperanzas surgieran con la anexión a Alemania y el desfile triunfal de
Hitler por Viena cuando tenía veinte años, es explicable. Que hiciera tanto
mérito para unirse al teniente general Alexander Löhr, jefe del Grupo del
Ejército E en los Balcanes, responsable de inmensas salvajadas como la
deportación de los judíos de Salónica bajo Eichmann, es lamentable. Pero su
gran pecado fue su bancarrota moral al enfrentarse a su pasado. Sus silencios
habrían pronto de considerarse mentiras. Y crecieron. Los ataques del exterior
en una campaña con tantas injusticias y exageraciones como ayudas de un
Waldheim acorralado hicieron un daño inmenso a Austria, sólo superado por la hipócrita
campaña de la UE contra unas tendencias ultraderechistas que toleraban y
toleran en todas partes. Waldheim ganó las elecciones por el sentimiento de
humillación de sus compatriotas.
Ahora, desaparece cuando nadie se acordaba de él, una figura
de personalidad nula por adocenada, pero significación profunda para destinos,
afanes y tristezas de la Europa del siglo XX.
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