ABC 12.07.07
La Administración del presidente norteamericano George Bush
tiene, como ustedes bien sabrán, un sinfín de problemas. A poco más de un año
de las elecciones, Bush sabe que su única tarea pendiente posible es evitar una
catástrofe militar norteamericana y humanitaria iraquí. Muchos en el mundo
islamista, pero también en el occidental, desearían que fracasara también en
esto y seguirán recibiendo con mal disimulados aplausos los éxitos del
terrorismo en Irak y Oriente Medio como ratificación de que ellos tenían razón
con su llamada a la deserción generalizada de Irak en los momentos claves de la
posguerra.
Dentro de unas décadas habrá quizás quién nos explique con
algo de plausibilidad, qué habría sucedido en los últimos cinco años en el gran
Oriente Medio si Bush y sus supuestos aliados en Occidente y el mundo árabe
hubieran logrado establecer una estrategia común general para la reactivación
de aquella región tras la caída del régimen de Saddam Hussein. Pero hoy eso ya
da casi igual para los historiadores de lo inmediato con decenas de miles de
iraquíes muertos -en un 90 por ciento por terroristas islámistas-, miles de
soldados norteamericanos caídos por un proyecto de convivencia en la lejanía de
sus hogares y un proyecto político y militar en Oriente Medio rotundamente
malogrado por incapacidades propias y ajenas, miopías, traiciones y
mezquindades.
Así las cosas, a nadie debería sorprender que la
Administración Bush, consciente del despliegue de solidaridad y coraje
demostrado por los europeos una vez más en su historia durante la última
década, haya anunciado la pasada semana que no moverá un solo dedo por imponer
el Plan Ahtisaari, elaborado por el ex presidente finlandés, auspiciado por la
ONU, para una independencia atemperada de Kosovo. Todos saben que es imposible
encontrar un plan más equilibrado para cerrar las heridas de la guerra de
genocidio lanzada en su día por Belgrado bajo Slobodan Milosevic, tolerada
tanto tiempo por Europa y solo quebrada por la decisión de guerra de un
presidente norteamericano que era Bill Clinton.
El subsecretario de estado norteamericano, Dan Fried, se ha
dado una vuelta por los Balcanes para anunciar que la aplicación del plan del
finlandés Ahtisaari que otorga la independencia a Kosovo y una práctica anexión
implícita del territorio septentrional con su mayoría Serbia a la soberanía de
Belgrado, sufrirá un retraso de muchos meses. Todo se debe a la oposición de un
nacionalismo serbio que sobrevive a todas sus propias miserias, a la protección
que Rusia bajo Vladimir Putin le otorga y a la insólita cobardía que Europa
está demostrando ante un presidente ruso.
Todo es en definitiva una vez más producto del miedo de
Europa a Rusia, de la capacidad de intimidación del poderoso sin escrúpulos
ante el débil sin conceptos, ideas ni principios. Como un rufián ya
autoproclamado, el hombre del veto sin complejos, con el matonismo hacia los
vecinos convertido en política efectiva, proclama que aquel que no haga lo que
él quiere, habrá de cargar con unas represalias difícilmente imaginables, en
chantaje energético, ataque masivo a los sistemas informáticos como sucedió con
Letonia o intimidación masiva, con alarde militar o sin él. Los europeos
parecen hoy otra vez demasiado distraídos con sus introspecciones como para
entender el letal precedente que establecen al tolerar a Putin, al
totalitarismo vocacional de esta Rusia agresiva, el decidir la reordenación
política de Europa, incluido en este caso un plan elaborado por la ONU para
Kosovo.
Allá ustedes -los europeos- dice Washington, que tiene sus
referidos problemas y no va a volver a comprometerse con aliados que muestran
la solidez mostrada. La UE ha demostrado, desde la presentación del programa de
Ahtisaari, la misma abismal cobardía, impotencia e indecisión que demostró a
principios de los noventa cuando debido precisamente a esas sus tan propias
características, se fraguó la tragedia y el genocidio en los territorios de la
antigua Yugoslavia. Nuestro inefable Javier Solana, pide tiempo para reelaborar
el plan Ahtisaari porque el gran chequista no lo aprueba. Los quinientos
millones de demócratas europeos han de echarse a templar. Han olvidado pronto,
cuando se cumple el aniversario de los 9.000 asesinados en Srebrenica, que la
infamia europea es superable. Washington tiene problemas propios. No parece que
vaya a venir a salvar a una tropa de cobardes si les estalla de nuevo Kosovo en
la tripa europea. No hay mejor propuesta para la paz que el plan Ahtisaari.
Quienes quieran satisfacer a Rusia la dinamitan. Y puede que permitan en estos
próximos años muchas Srebrenicas.
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