ABC 08.10.07
Hace ya muchos años, décadas más bien, que Manuel Chaves,
presidente de la Junta de Andalucía, difícilmente sorprende a nadie con su
mensaje de ofertas ilimitadas y promesas exageradas e irrealizables. Y tantas
veces ridículas, pero siempre perdonadas por la fuerza del sistema que poco ha
cambiado en esta región española desde que los caudillos y capataces sabían
menos que los de hoy quién fue Rosa Luxemburgo.
También
parece normal el éxito que ha convertido a este muy mediano personaje en el rey
de los tuertos y que hoy es una especie de Todor Yivkov financiado por la UE,
poco dotado para la retórica y demostradamente incapaz de cumplir un plan o
media promesa. No se le pueden discutir al caudillo andalusí ni la pereza de
ideas ni la osadía en proyectos. Absolutamente decidido a mantener a su país en
la lógica del temor y la obediencia de un sistema clientelista y caciquil como
todos los reductos de la Europa más retrasada, ayer proclamaba que reinará
«cinco, seis o siete años más». Lo hizo en una entrevista de diario amigo
realizada por una periodista que parece aún más preocupada por el reparto del
pan de la secta subvencionado por el Estado que el propio Chaves, caudillo y
repartidor máximo.
Como
esa monja laica que nos presenta como heroína imbécil y correcta frente a un
oligofrénico con cocodrilo de Lacoste -nunca volveré a comprar uno si no se
querella la empresa- el vídeo del joven socialista que es José Blanco, Chaves
responde a las preguntas bobas y lacayunas como de él se espera. Algo fatuo él,
pero animado por la entrevistadora que le recuerda que Zapatero le dijo a la
ministra Salgado que «lo que diga Manolo es lo que hay», el caudillo de Al
Andalus dice, otra vez simbiosis de miembro del secretariado del comité
central, del buró político y del califato: «Mi peso en el partido es el peso de
Andalucía en el conjunto de España. Nunca Andalucía ha tenido tanto peso en el
conjunto de España frente al Gobierno». Ahí es nada. Frente al Gobierno de
España, se levanta gloriosa la Andalucía de Chaves, la región con Sicilia y
Calabria y pocas más que lideran el fracaso escolar, la opacidad, la corrupción
urbanística, el desempleo, el sectarismo informativo y el intervencionismo, la
falta de libertad en el proyecto individual de vida de sus ciudadanos.
Combina
Chaves sus promesas con un desparpajo sombrío muy efectivo sobre cualquier
situación en que se pudiera topar con competencias. Y también con la continua
amenaza soterrada hacia quien no se pliegue a las consignas y la voluntad de
los por lo demás obsequiosos delegados y subdelegados del régimen, una buena
simbiosis de bastante de lo peor del socialismo real bolchevique con un toque
de nacionalismo magrebí o satrapía orientalista. Lo dicho: una especie de
híbrido del sirio Assad Junior con Yivkov muy Senior. No sin espanto pronto
reconocimos un joven clon del orador andaluz en el presidente del Gobierno que
nos había deparado aquel marzo aciago. Zapatero no mentía cuando se declaraba
discípulo de Chaves. Ambos vuelven ahora a decir, uno con 18 años de engrasar con
dinero ajeno las tuberías del poder propio, el otro con tres y medio de
dinamitar las instituciones que juró defender que seguirán por el camino de
éxito emprendido y que, como se atreve a decir Chaves después de casi dos
décadas en el poder incontestado, «ahora viene lo mejor».
Como
lo mejor ya no lo financia la UE tendrá que ser otra vez la deuda histórica que
los salmantinos, madrileños o valencianos tienen hacia los sevillanos -leales,
por supuesto, es decir socialistas-. Dice Chaves que llega el cambio y que lo
hace él, como Ceaucescu y Yivkov. «Tenemos demostrada la capacidad para
gestionar el cambio». Nuestro caudillo simbiótico, en el mejor ejemplo de la
Calabria profunda, sabe que hay que financiar las voluntades para dicho cambio.
Y ya lo ha prometido todo. El clientelismo, versión moderna del caciquismo, es
un elemento esencial del nacionalismo periférico en España. En Andalucía, las
invenciones nacionalistas pesan menos que el amo tradicional, hoy el
subdelegado, y el concepto oriental del poder. El resultado está a la vista.
Malo es que el joven leonés nos quiera aplicar la medicina del aparato que
compra obediencia con dinero público y dicta la imposibilidad de la competencia
en libertad. Quizás sea un paso más hacia esa simbiosis de civilizaciones que
nos puede hacer a todos víctimas de la magrebización de España.
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