ABC 30.08.07
Resulta reconfortante, cuando no conmovedor, ver a nuestras
centurias izquierdistas y ateneístas de la francofilia sesentaiochista nacional
española urdiendo equilibrios inverosímiles para intentar dañar la imagen del
nuevo presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy.
Es
comprensible. En tres meses, Sarkozy ha desembarcado en el primer plano de la
política mundial con un mensaje tan renovador, esperanzador y auténtico que no
sólo ha dejado en ridículo a quienes creían que con la reactivación de la «lucha
de clases» y el zapaterismo de Ségolène Royal iban a poder eternizar la
realidad virtual ideológica, la mentira reaccionaria y la corrección inane como
puntales inamovibles de la política europea. Angela Merkel ya supuso una tímida
avanzadilla en esta dirección.
Probidad
intelectual
Sarkozy
se ha convertido ya en un vendaval que puede hacer retornar la probidad
intelectual al eje del pensamiento político europeo.
Nadie
puede ignorar el abismo en calidad política, intelectual y humana que separa al
nuevo presidente de Francia de nuestro triste avatar residente en La Moncloa,
cuyas mejores frases se pueden encontrar entre el «aquí duermo fenomenal» y «la
nación es un concepto discutido y discutible». «No es
cierto que la verdad nos hace libres: es la libertad la que nos hace
verdaderos». «Ideología significa idea lógica». «La cintura es la esencia de la
democracia». «Las
palabras han de estar al servicio de la política, no la política al servicio de
las palabras». O
mejor aún: «el terror ha sesgado (sic) muchas vidas, pero no podemos sesgar
(sic) la esperanza». «Durante el franquismo no había españoles». «La
igualdad entre sexos es más eficaz para combatir el terrorismo que la fuerza
militar». Zapatero dixit. Las comparaciones son odiosas y algunas vergonzosas.
Cierto
que Nicolas Sarkozy tiene ese terrible defecto del activismo de los impacientes
rodeados de indolentes. Les puede dominar esa furia que se le supone a un
decorador en casa de un familiar con síndrome de Diógenes. Pero Sarkozy ha
demostrado que no sólo se diferencia abismalmente de los menesterosos sectarios
de la supervivencia política, la mentira fatua y el poder de rédito «express».
El
presidente francés anunció un amplísimo programa de política exterior que
supone una perfecta revolución, sobria, sensata, enérgica y convincente, para
un país que tanto tiempo ha vivido de la frase hueca cuando no de la mentira.
Multilateralismo
sí, pero sin equidistancia entre quienes comparten valores y sus enemigos,
alianza fundamental trasatlántica en la defensa de Occidente, tolerancia y
cooperación, percepción de la amenaza y disposición a la autodefensa de una
Europa consciente de sus postulados e intereses.
Todo
les sale mal a los enemigos de Sarko pese a osadías en la procacidad y la
miseria que los llevan a anunciar como «primera víctima de Sarkozy» la caída
desde un andamio de un inmigrante ilegal que huye de la Policía, o acusan al
francés, húngaro y judío de ser xenófobo o, genéricamente, un personaje
implacable con los débiles o veranear con amigos ricos.
Tienen
problemas sus adversarios en Francia y, por supuesto, sus enemigos en el mundo.
En España en especial. Tan comprensivos hasta con el más inmoral, incapaz e
insolvente presidente francés, estas escuelitas de pensamiento «diplomatique»
han otorgado y ramoneado crédito para arropar, desde la izquierda mafiosa de
Mitterrand o la derecha cleptómana de Giscard o Chirac, esa política
antioccidental de una tercera vía que siempre es el culto al pacto por separado
con los agresores.
Intoxicación
moral
Desde
ese pilar de Occidente que es Francia que, con la América ideal y real forjó
hace más de dos siglos los mandamientos de lo que son la libertad, los derechos
humanos y la dignidad de la persona, se ha intoxicado desde la confusión moral,
la cobardía y el espíritu más reaccionario de todos los egoísmos de clase
organizados.
Se ha
promovido y promulgado una postración y dejación ante los totalitarismos
exteriores en las que lo peor de Francia obtuvo inmenso predicamento en la
deslealtad de las llamadas elites intelectuales hacia el hecho de la libertad
en Occidente.
Sarkozy
dejó claro el lunes que su programa rompe radicalmente con esta agonía del
pensamiento débil. No ha hecho Sarkozy comentario alguno sobre un Zapatero que
lamenta en privado lo que exalta en público.
Tampoco
hay que culparle. La caída al vacío de la total irrelevancia internacional de
España bajo este Gobierno será tema de estudio para futuras generaciones de
analistas políticos. Claro está que es más inverosímil un noble gesto de
rectificación del presidente del Gobierno español que el robo en la Biblioteca
Nacional de un libro escrito por su recién dimisionaria directora. Sarkozy y
Ptolomeo son testigos.
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