ABC 02.07.07
La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la
Vega, es muy consciente de los peligros que se ciernen sobre nuestra nación.
Siempre vigilante, incluso cuando su presidente Rodríguez Zapatero tiene que
imponerse una de sus cada vez más frecuentes y prolongadas ausencias -no sólo
de mirada, sino de cuerpo entero-, nuestra señora del venablo nos anuncia su
enorme preocupación ante una inminente «escalada de la violencia verbal» de ese
líder «ruin y desleal» que es el líder del PP. Ante el debate sobre el estado
de la Nación, la vicepresidenta, que profana regularmente el espíritu del acto
de comunicación institucional del Consejo de Ministros al transformarlo en un mitin
de balconada de un soviet de provincias, nos viene a decir algo así como que
«ese miserable, hijo de mala madre y canalla de Rajoy puede ser capaz incluso
de insultarnos». El mensaje de descalificación de la oposición es soviético.
Revela una profunda irritación ante la crítica que no se combate con argumentos
sino con actos de intimidación. Callar la boca a esta oposición «intolerable»
viene a presentarse casi como deber de un Gobierno que no tolerará más esta
crispación artificial de los enemigos de la democracia, agotada su «paciencia
democrática» ya que nada puede criticarse ni reprocharse a Zapatero tras estos
tres años triunfales y ese gran programa de paz que prepara -a escondidas- para
hacernos felices.
Todo indica que mañana habrá «tribuna soviet» en el Congreso
que advertirá a Rajoy y a su partido que si no aplauden con docilidad en la
«unidad de los demócratas» toda la acción del Gobierno, la apisonadora oficial,
sus gacetas, boletines, partes de guerra televisivos y programas de
intoxicación sistemática distribuidos por toda la rejilla, se lanzarán con más
ahínco si cabe a dejar claro que la crítica al régimen los expulsa del sistema
y los hace culpables de todo incluidos futuros accidentes y muertos. Ante la
catástrofe del balance general del Gobierno, la huida hacia adelante ya parece
definitivamente criminalizar a la oposición. Enterrados los seis soldados
españoles muertos en el Líbano en un desgraciado accidente cuyos culpables hay
que buscar por supuesto entre los mandos militares; reinstauradas la paz y la
ley en Ondárroa; confirmado que las listas de ANV -legales e ilegales ¿qué más
da?- acatan las leyes y repudian la violencia; perfectamente claro ya que la
voluntad inmensamente mayoritaria de Navarra está en un acuerdo previo -clandestino
o discreto, como dicen quienes saben de esto- para unos futuros órganos comunes
de gobierno de la Comunidad Vasca y Navarra y la imposición del vascuence en
todo el territorio navarro. Y José Bono, tras mucha comunión, vuelve con su
mentira que cree confirmada por una curiosa sentencia. Quizás pronto nadie se
atreva a denunciar una detención ilegal cuando, si se escucha a Moncloa y
Ferraz, da la impresión de que, agotada la paciencia democrática, se
multiplican las ganas de ordenarlas. Y como a los españoles el espanto ante
todo tipo de desastres y desmanes no les dura una media de tres días, es
evidente que, dadas estas tragaderas, tiene sentido la estrategia del Gobierno
de adoptar ademán consternado o deprimido durante 72 horas para acusar a la
oposición de todas las consecuencias de sus propios actos.
Mariano Rajoy puede acudir con tranquilidad al Congreso.
Cualquier crítica recibirá insultos y descalificaciones por respuesta y toda
comprensión manipulada. Zapatero ha maniobrado en todos los frentes hacia
posiciones indefendibles y todos saben que su defensa ya sólo se basa en la
ocultación, en la contumaz negación de la realidad o en la mentira. Es
imprescindible por ello que la oposición acuda consciente de que su objetivo
debe ser explicar con claridad por qué esta legislatura ha sido la más dañina y
destructiva de toda la democracia española. Y que pida a todos aquellos que no
han abdicado definitivamente del sentido común que ayuden a poner fin a un
Gobierno cuya subsistencia puede agravar los daños ya hechos en estos tres años
a la convivencia, la igualdad, la prosperidad y la libertad de los españoles.
Ante semejante amenaza, todos, -desde el Rato «privado» a Ruiz-Gallardón,
Aguirre, Camps y tantos más- están obligados a un apoyo sin fisuras a quien hoy
dirige el intento de poner fin al delirio de Zapatero.
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