lunes, 27 de enero de 2014

POR DESGRACIA, MEJOR IMPOSIBLE

Por HERMANN TERTSCH
ABC 26.07.07


La crisis en Turquía podría parecer ya una pesadilla pasada al observar los gestos de alivio de la comunidad internacional y el mundo económico. Ambos han aplaudido sin excepción destacable los resultados de las elecciones generales en las que el «islamismo moderado» del Partido de la Justicia y el Bienestar (AKP) del primer ministro Recep Tayyip Erdogán ha logrado la mayoría absoluta en el parlamento de Ankara además de un vertiginoso aumento de votos. Lo cierto es que, dadas las condiciones en que se producían los comicios, el resultado puede considerarse como el mejor posible. El primer ministro, que se vio obligado a convocar elecciones por la negativa del Ejército a aceptar a su candidato a la jefatura del Estado, ha salido fortalecido y con él la democracia. Sin embargo, el resultado de los islamistas, con ser muy bueno, no ha tenido una rotundidad que pudiera inducir al Ejército a una respuesta inmediata. Las reformas económicas quedan garantizadas y aunque los ultranacionalistas del Partido de Acción Nacional (MHP) vuelven al Parlamento es evidente que los islamistas han logrado disputarle con éxito la mayoría del voto antieuropeísta. Salvo en caso de choque frontal con el Ejército, el crecimiento de la ultraderecha tampoco es suficiente como para obligar al Gobierno a mayores sorpresas en el reactivado frente kurdo.

En este sentido Erdogán ha logrado el gran éxito de cosechar el voto moderado satisfecho con la evolución económica como el militante islámico y de resentimiento antioccidental. La izquierda laica turca ya limitada en el Parlamento a la socialdemocracia del CHP languidece en torno al 20%. Buenas noticias por tanto para la estabilidad turca. Al menos a corto plazo. A muy corto plazo podría ser. Porque ya la semana que viene retorna un problema que está en el origen de la actual crisis. En cuanto se reúna el Parlamento en Ankara deberá volver a decidir sobre quien va a suceder como presidente de la República a Ahmed Secdet Sezer, un kemalista militante profundamente hostil al islamismo político. Si el islamismo reforzado insiste en presentar al candidato Abdullah Gul -detonante del conflicto entre poderes y de las elecciones anticipadas-, el Ejército, claramente desautorizado en las elecciones, podría proclamarse incapaz de asumir lo que considerará una nueva humillación.

La colisión entre las dos religiones turcas -el islamismo y el laicismo «kemalista»- amenazaría así con trasladarse de nuevo a un pulso grave fuera de los cauces democráticos y ya sin válvulas ni recursos para rebajar la tensión. Erdogán ha anunciado que se solucionará el asunto «sin tensiones» lo que muchos interpretan como anuncio de su disposición a cambiar de candidato.

Pero también es muy probable que después de este resultado gran parte de su partido insista en echar el pulso al Ejército y romper así unas barreras impuestas por el fundador de la República Mustafá Kemal Atatürk y defendidas hasta ahora implacablemente por el Ejército. Muchos turcos -también crecientemente entre no islamistas- consideran llegada la hora de que la voluntad mayoritaria de los parlamentarios no pueda quebrarse por el hecho de que la mujer de Gul se cubre con el velo islámico. Los militares consideran que la ley que impide a los cargos públicos femeninos llevar velo islámico es piedra angular del estado laico e impensable por tanto que la mujer del jefe del estado lo incumpla.

Lo que realmente resulta triste, y preocupante a un tiempo, es el desmoronamiento de una oposición europeísta y modernizadora con vocación y capacidad de enfrentarse al islamismo sin recurrir a alianzas con fuerzas nacionalistas ni a coquetear con llamamientos más o menos velados de apoyo del Ejército. Sin duda para estas fuerzas han sido desastrosos los gestos de desprecio que desde los países de la Unión Europea se han prodigado en los últimos años hacía Turquía como también la parálisis de unas negociaciones en cuya consumación con la integración en la UE ya nadie cree. La incapacidad de estas elites de salir de sus guetos urbanos y de separarse de los sectores inmovilistas del Estado ha dejado a la juventud en manos de un partido islamista que se presenta en su cúpula nacional como abanderado de la moderación y el gradualismo pero que en sus bases y autoridades locales no deja de avanzar en la imposición de sus reglas y forma de vida también a quienes no las comparten ni desean.


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