ABC 26.07.07
La crisis en Turquía podría parecer ya una pesadilla pasada
al observar los gestos de alivio de la comunidad internacional y el mundo
económico. Ambos han aplaudido sin excepción destacable los resultados de las
elecciones generales en las que el «islamismo moderado» del Partido de la
Justicia y el Bienestar (AKP) del primer ministro Recep Tayyip Erdogán ha
logrado la mayoría absoluta en el parlamento de Ankara además de un vertiginoso
aumento de votos. Lo cierto es que, dadas las condiciones en que se producían
los comicios, el resultado puede considerarse como el mejor posible. El primer
ministro, que se vio obligado a convocar elecciones por la negativa del
Ejército a aceptar a su candidato a la jefatura del Estado, ha salido
fortalecido y con él la democracia. Sin embargo, el resultado de los
islamistas, con ser muy bueno, no ha tenido una rotundidad que pudiera inducir
al Ejército a una respuesta inmediata. Las reformas económicas quedan garantizadas
y aunque los ultranacionalistas del Partido de Acción Nacional (MHP) vuelven al
Parlamento es evidente que los islamistas han logrado disputarle con éxito la
mayoría del voto antieuropeísta. Salvo en caso de choque frontal con el
Ejército, el crecimiento de la ultraderecha tampoco es suficiente como para
obligar al Gobierno a mayores sorpresas en el reactivado frente kurdo.
En este sentido Erdogán ha logrado el gran éxito de cosechar
el voto moderado satisfecho con la evolución económica como el militante
islámico y de resentimiento antioccidental. La izquierda laica turca ya
limitada en el Parlamento a la socialdemocracia del CHP languidece en torno al
20%. Buenas noticias por tanto para la estabilidad turca. Al menos a corto
plazo. A muy corto plazo podría ser. Porque ya la semana que viene retorna un
problema que está en el origen de la actual crisis. En cuanto se reúna el
Parlamento en Ankara deberá volver a decidir sobre quien va a suceder como
presidente de la República a Ahmed Secdet Sezer, un kemalista militante
profundamente hostil al islamismo político. Si el islamismo reforzado insiste
en presentar al candidato Abdullah Gul -detonante del conflicto entre poderes y
de las elecciones anticipadas-, el Ejército, claramente desautorizado en las elecciones,
podría proclamarse incapaz de asumir lo que considerará una nueva humillación.
La colisión entre las dos religiones turcas -el islamismo y
el laicismo «kemalista»- amenazaría así con trasladarse de nuevo a un pulso
grave fuera de los cauces democráticos y ya sin válvulas ni recursos para
rebajar la tensión. Erdogán ha anunciado que se solucionará el asunto «sin
tensiones» lo que muchos interpretan como anuncio de su disposición a cambiar
de candidato.
Pero también es muy probable que después de este resultado
gran parte de su partido insista en echar el pulso al Ejército y romper así
unas barreras impuestas por el fundador de la República Mustafá Kemal Atatürk y
defendidas hasta ahora implacablemente por el Ejército. Muchos turcos -también
crecientemente entre no islamistas- consideran llegada la hora de que la
voluntad mayoritaria de los parlamentarios no pueda quebrarse por el hecho de
que la mujer de Gul se cubre con el velo islámico. Los militares consideran que
la ley que impide a los cargos públicos femeninos llevar velo islámico es
piedra angular del estado laico e impensable por tanto que la mujer del jefe
del estado lo incumpla.
Lo que realmente resulta triste, y preocupante a un tiempo,
es el desmoronamiento de una oposición europeísta y modernizadora con vocación
y capacidad de enfrentarse al islamismo sin recurrir a alianzas con fuerzas
nacionalistas ni a coquetear con llamamientos más o menos velados de apoyo del
Ejército. Sin duda para estas fuerzas han sido desastrosos los gestos de desprecio
que desde los países de la Unión Europea se han prodigado en los últimos años
hacía Turquía como también la parálisis de unas negociaciones en cuya
consumación con la integración en la UE ya nadie cree. La incapacidad de estas
elites de salir de sus guetos urbanos y de separarse de los sectores
inmovilistas del Estado ha dejado a la juventud en manos de un partido
islamista que se presenta en su cúpula nacional como abanderado de la
moderación y el gradualismo pero que en sus bases y autoridades locales no deja
de avanzar en la imposición de sus reglas y forma de vida también a quienes no
las comparten ni desean.
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