ABC 11.03.08
Hoy se cumplen cuatro años del punto de inflexión de la
historia de España iniciada con la aprobación de la Constitución. El 11-M
supuso la brutal ruptura con la normalidad democrática por la que tanto habían
luchado los españoles. El pasado domingo se ha confirmado en las urnas que la
quiebra inducida por las bombas de los trenes entonces no suponía un paréntesis
en una evolución hacia la plena homologación de España con los países modernos
de la Europa democrática sino el principio de un proceso radicalmente distinto
sin final previsible. Hoy (las urnas han vuelto a hablar) demuestra estar
asentado. Durante más de un cuarto de siglo, la sociedad y su clase política
protagonizaron una larga marcha para alcanzar a los vecinos europeos que nos
llevaban siglos de ventaja en la construcción de una sociedad libre e
instituciones fuertes.
Hace cuatro años, nuestro nuevo Gran Timonel inventó una
singladura hacia objetivos más trascendentales en la conquista del Bien y sobre
todo más comprometidos en combatir al Mal que considera afecta a la mitad de la
población de la nación. Sus teóricos llaman ahora a ganar una guerra que,
dicen, perdieron hace 70 años los buenos frente a una perversa alianza de
obispos, terratenientes y generales. Esto sugiere que una cantidad exigua de
enemigos fue capaz de ganar una guerra frente a las mentes de masas democráticas
de socialistas, comunistas, anarquistas que defendían la república. Pero el Mal
existe y no son los terroristas que pueden ser «hombres de paz» o «hienas» en
virtud del trato que reciben del Estado de Derecho.
Ungido nuevamente y con mayor entusiasmo, han de crecer en
el Gran Timonel las ansias por imponer sus intenciones de crear una sociedad de
bondad infinita. Para tan alto fin todo vale. Ni sus mentiras compulsivas, ni
sus errores catastróficos, ni su gestión incompetente, ni su temeridad, ni su
aventurerismo, ni su infinita soberbia, ni el desecho de tienta que sus
colaboradores suponen. Todo se le ha perdonado. Eso sí, cuando las dificultades
del sobrevivir se impongan, la culpa recaerá en los antipatriotas. Contra ellos
soltarán su jauría. No es anacrónico, es surrealista este frentepopulismo en el
siglo XXI. Pero todos recordamos ejemplos de una constelación maldita que hunda
conquistas y libertades.
Rompamos aquí con la épica. Zapatero ha logrado dividir a
España en dos como desde un principio quiso. Su problema ha sido que pensaba
que una de las dos, la suya, era mucho más grande que la otra. «No hay tantos
obispos, lugartenientes y generales», habría soñado que le decía su abuelo
Lozano. Pero ya tiene una segunda oportunidad. Y tiempo para que el universo
imaginario de militancia zascandil que le es propia a él y a su soldadesca de
propaganda siga difuminando la basura ideológica que nuestros hijos y nietos
ven en cada una de las televisiones y escuchan y leen en su adoctrinamiento
colegial. Así se crean mayorías en favor del Bien y militantes capaces de todo
contra el Mal de esa España aviesa que somos aquellos que no obedecemos sus
consignas. No hay ni que tener en cuenta el favor electoral que supuso para el
Gran Timonel que la jornada de reflexión la protagonizaran los negociadores con
ETA abrazados al ataúd de una víctima. Ahora tienen tiempo para convertirnos en
esos «Niños sin Dios» de que hablaba Ödön von Horváth, capaces de delatar a sus
padres por no ser suficientemente serviles al Gran Timonel. La debilidad mental
y organizativa de sus rivales los ha hecho hoy casi imbatibles en el
Kulturkampf. Eso no desmiente la perversión de sus planes. Confirma la
vergüenza para quién no supo evitarlos.
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