lunes, 30 de junio de 2014

LO HEMOS VISTO ANTES

Por HERMANN TERTSCH
ABC 19.08.08


HOY se reúne en Bruselas con carácter de urgencia la cumbre de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN para intentar lograr una respuesta común a la invasión rusa de Georgia. No hay que ser Merlín para vaticinar que el resultado será una proclamación común que no contendrá nada que pueda llamarse seriamente una respuesta a una agresión como la llevada a cabo por el ejército ruso en territorio georgiano y a semejante violación de todos los principios de las relaciones mutuas entre la OTAN y Moscú. Después de su gran victoria en el Cáucaso, el zar Vladimir Putin va a cosechar un éxito más con la escenificación de la profunda división que existe en el seno de la Alianza Atlántica. Las democracias occidentales están aturdidas ante la contundencia del matonismo ruso, asustadas ante una realidad rusa que no han querido reconocer durante una década y muchas de ellas en pleno dilema sobre la conveniencia de esconder su inoperancia, indiferencia o cobardía tras un «no pasa nada» o un «sálvese quien pueda». Habrá una serie de países, especialmente los más amenazados por la vecindad, el chantaje y los nuevos apetitos rusos, que se unirán a Estados Unidos en el diagnóstico de que lo sucedido el 8 de agosto cambia radicalmente -o confirma brutalmente el cambio- de la seguridad europea de los últimos veinte años. En el otro lado estarán con más o menos matices los que creen que pueden comprar su tranquilidad y la condescendencia rusa con un desprecio a la suerte de Georgia, país pequeño que no interesa a nadie.

En realidad, la invasión de Georgia ha dinamitado definitivamente la relación de confianza y cooperación entre Moscú y la OTAN que comenzaron a fraguar Ronald Reagan y Mijail Gorbachov en Reykiavik. Concluyó felizmente la guerra fría y la luna de miel llegó a los extremos en que George Bush hijo descubrió en Putin un alma pura y sincera de la que uno puede fiarse. Todo eso lo vio el aun presidente norteamericano en los ojos de pez del hombre del KGB. Todo se perdonó e ignoró en aras de esta nueva amistad que creció sin cesar según se convertían Rusia y sus ex soviéticos vecinos asiáticos en la oferta energética alternativa a Oriente Medio. A pocos les importó la carnicería en Chechenia y a casi nadie el aplastamiento de los grupos opositores rusos, la destrucción de la prensa independiente, los asesinatos selectivos dentro y fuera de Rusia y la consolidación del poder incontestado del chequista y su entorno. Ahora dicen fuentes de la OTAN que «después de esto ya no existen discrepancias sobre la auténtica naturaleza del régimen ruso». Un poco tarde, sobre todo para algunos. Pero sería al menos un avance si del diagnóstico fueran capaces las democracias de acordar medidas para el tratamiento. No se tomaron en serio las advertencias de los países centroeuropeos, no se desarrolló estrategia alguna de contención militar porque quien no aceptaba que «Rusia no es una amenaza para Europa» era descalificado de inmediato como enemigo de la convivencia. Todo se ha visto antes. Por supuesto que es plenamente cierto el paralelismo entre el caso de Osetia y los Sudetes invadidos por Hitler en su día. Pero la división en la OTAN hace que su impotencia de hoy evoque la que le era propia durante las invasiones soviéticas de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968. Cuando no tendría por qué serlo. Porque si el recurso militar era entonces como ahora impensable, Occidente tiene muchos medios para hacer sentir a Rusia que para las democracias vuelve a ser un régimen paria. Desde su exclusión o no admisión en organismos internacionales a la implantación de un régimen severo de visados y revisión de propiedades y depósitos que afecta ante todo a esos millonarios cómplices del Kremlin, hay medidas que afectarían al prestigio del matón del Kremlin. Pero para eso, la OTAN tendría que ser aún una alianza de principios e intereses.

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