martes, 17 de junio de 2014

KOSOVO Y LA CORDURA

Por HERMANN TERTSCH
ABC  14.02.08


Hay ocasiones en las que los mayores adversarios políticos se equivocan juntos. Resulta exótico que gran parte del Partido Popular de España esté de acuerdo con el presidente de la nueva Rusia imperial, Vladimir Putin, que el ministro español Miguel Angel Moratinos aplauda a los diplomáticos por él represaliados -como Javier Rupérez-, y nuestro Gran Timonel Mister Z y todo su coro mediático casi aplaudan indirectamente a José María Aznar en la defensa de una opción política que ha dejado de existir. Hablamos de Kosovo.

Dentro de unos días, la antigua provincia de Serbia declarará su independencia y la inmensa mayoría de los países de la Unión Europea, quizás 24 de 27, reconocerán con Estados Unidos y otros miembros de la ONU a este nuevo Estado. España, parece claro, se va a quedar con Chipre y algún que otro excéntrico, en la defensa de lo imposible y lo pasado. Obcecados en no entender que la independencia de Kosovo se dirimió y decidió en la guerra. Solo cabe decir que es otro error de España y por mucho consenso que encuentren sus defensores será tan relevante como si fueran chipriotas. No importa nada lo que digan y piensen. No suele importar ya casi nunca lo que la España de Zapatero quiera balbucear. En este caso mucho menos, incluso disponiendo de la inusual ayuda de FAES. Se enfrentan a hechos tan poderosos como es el proceso irreversible y necesario de que Serbia y Kosovo rompan con el inmediato pasado tenebroso y quiebren así la dinámica política aun existente.

La guerra de Milosevic

Parece necesario recurrir a Sigmund Freud para convencer a todos los adversarios enconados de la realidad impuesta por una larga guerra -activa o larvada- que fue declarada el 28 de junio de 1989 por Slobodan Milosevic en Kosovo Polje, estalló con la declaración de independencia de Eslovenia y Croacia el 25 de junio de 1991 y tendrá su conclusión cuando Kosovo sea independiente y Serbia se libere del terrible lastre que la tiene secuestrada con la añoranza de un pasado tan terrible como mentiroso. Serbia y Kosovo tienen que cerrar página para ser democracias y sociedades abiertas. El Campo de los Mirlos nunca volverá a ser Serbia por la misma razón que hacía absurda toda reivindicación alemana sobre Königsberg, Breslau o Danzig después de 1945. Cinco lustros antes nadie encontró mejor solución a la situación creada por el hundimiento total del orden previo a la Gran Guerra y al desmoronamiento del Imperio austro-húngaro -y previamente del otomano- que los acuerdos de Versalles y Trianon y la creación de ese Estado absurdo de Yugoslavia a grupas sobre la falla cultural europea entre católicos y ortodoxos con su cuña musulmana reptante por Albania y Bosnia. Solo bajo implacables dictaduras, monárquica primero, comunista después logró ese Estado mantenerse. Sus fronteras eran tan aleatorias como ficticias. Donde había existido una multiculturalidad auténtica durante siglos se impuso la idea decimonónica del terrarium de las razas y etnias, el sentimentalismo político, el romanticismo cultural a la postre sanguinario. Y se rizó el rizo con el invento de un Estado multinacional en una franja del imperio disuelto que sí había hecho posible -al menos hasta 1867, fecha del trágico «Ausgleich» de la bicefalia- la vida libre para el individuo despojado de reparos identitarios, émulo del ciudadano libre francés posrevolucionario sin saberlo. Desde el Congreso de Berlín en 1878 ha habido millones de muertos en guerras balcánicas, europeas y mundiales. Es hora de poner fin a esto sin buscar fantasmas que lo impidan.

Son diversos los motivos del empecinamiento para no aceptar que Yugoslavia, incluso la Serbia diseñada en 1918 y posteriormente por las fronteras dibujadas tras 1945 por Milovan Djilas como primer encargo de Tito tras la guerra, se conviertan, post mortem, en obstáculos al desarrollo para la paz, la convivencia y la prosperidad en Europa Oriental. Los paralelismos, que se han buscado por parte de Serbia, Rusia y los nacionalismos en Europa occidental no existen a no ser que los empecinados, incluso los más responsables, se dediquen a crearlos.

Kosovo no es el precedente amenazador que dibujan tantos. Es el capítulo final de una historia trágica que nos ofrece ese abrir página hacia la esperanza en la región. Para que así sea, así tienen que verlo quienes tienen poder para sacar a Serbia y a Kosovo del pozo negro de la historia europea. La mayoría de las democracias lo han entendido. Rusia también lo entenderá pronto. Chipre y la España de Zapatero necesitarán más tiempo.

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