ABC 10.04.08
Hace ya diez años que hice un viaje inolvidable a Marsella
con mi admirado Jacques Stroumsa, un anciano judío de Salónica que fue, por
designios supremos del terror nazi, el violinista de Auschwitz. Allí, como
antes y después, en España y en su casa en Israel, hablamos mucho sobre la
pertinencia de la belleza en el horror, sobre la terrible contradicción o
macabra farsa que representaba él como artista ante un auditorio condenado a
muerte.
Stroumsa
siempre dijo que había sido feliz rompiendo el silencio que era lo peor. La
música de su violín evocaba el recuerdo de la existencia de una vida fuera de
las condiciones inhumanas. Abría por un momento una espita de fresca humanidad
en aquella pesada tiniebla de olor a muerte. Quienes sobrevivieron aquel
infierno lo agradecieron. La mayoría que murió en las cámaras de gas
seguramente también.
He
recordado a Jacques Stroumsa ahora que surgen tentaciones de boicotear los
Juegos Olímpicos de Pekín por la terrible represión a la que son sometidos los
tibetanos que no se resignan a ser esclavos del régimen chino. Sería un grave
error. Esta Olimpiada es lo mejor que les podía suceder al pueblo tibetano y al
pueblo chino. Y sin duda va a cambiar -ya lo han hecho con el eco mundial de la
ira- las condiciones de vida de los tibetanos y también la política china.
El
régimen de Pekín, tan brutal en la imposición de sus directrices ideológicas
comunistas como en la explotación capitalista esclavista de su población, no se
había visto jamás ante un reto como éste. No se trata ya solo de Tíbet. Las
reacciones histéricas de Pekín ante las protestas habidas -y las que habrán de
llegar de aquí a los Juegos- demuestran que el régimen había infravalorado el
potencial de indignación que su forma de gobernar genera. Ahora recurre -¡cómo
no!- al nacionalismo para intentar presentar las protestas como una agresión a
la nación y su integridad. En eso no hay que ayudarles. Los chinos desean estos
JJ.OO. tanto como sus líderes. Por mucho que les irrite el hecho de que, desde
su designación como sede olímpica, se desprecien necesidades básicas debido a
este proyecto de prestigio internacional. El boicot sería peor que el silencio
del violín roto.
Porque
para la población china y para el Tíbet estas Olimpiadas pueden ser mucho más
que consuelo y emoción que era la música de Stroumsa en Auschwitz. Los efectos
de la mayor concentración de personas e instituciones defensoras de los
derechos humanos jamás habida en la milenaria historia del Imperio del Centro
irán, con seguridad absoluta, mucho más allá de lo considerado por el poder
chino. Y sus consecuencias políticas serán ingentes aunque hoy impredecibles.
Dada
la colosal magnitud de la propaganda de los Juegos en China, la expectación
despertada y la atención garantizada, será absolutamente imposible para el
aparato represor chino -por muchos esfuerzos que haga- que los gestos, las
palabras y los actos de los participantes, así como su eco internacional, no se
conviertan en memoria e información de la población hasta en los lugares más
remotos y de forma irreversible.
Fisuras
en el régimen
Muchos
guardianes de la ortodoxia se deben de arrepentir ya de haber pujado tanto y
tan bien por conseguir los JJ.OO. de 2008. Serán muchos más y pronto, porque
las protestas en demanda de libertad y derechos humanos han de ir en aumento.
Pero saben bien que no pueden permitirse otro Tiananmen. Son ya demasiado
dependientes del exterior. Por eso no es difícil sospechar fisuras en el
régimen como las del trágico junio de 1989 o tras la muerte de Mao.
Estos
Juegos Olímpicos pueden ser los de mayores consecuencias políticas de su era
moderna. Todos han de estar en Pekín, para competir y hablar claro y convertir
el deporte y el arte, la música de Stroumsa, no en consuelo sino en clamor de
libertad.
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