martes, 17 de junio de 2014

LOS MIRLOS NEGROS

Por HERMANN TERTSCH
ABC  21.02.08


Hasta Felipe González, normalmente razonable cuando habla de relaciones internacionales y no tiene que hacer de tripas corazón y defender a la secta de sus sucesores en el partido, habla de «la semilla terrible».

Las semillas terribles no están en un país que desde hace diez años es un protectorado sin otra viabilidad que la que ofrece el acceso a las condiciones normales de un Estado que le permita recurrir a los instrumentos internacionales para generar perspectivas de desarrollo, esperanza y la ruptura con un pasado negro de genocidio y opresión. Kosovo -cuyo nombre procede de kos (mirlo negro) en diversas lenguas eslavas- está produciendo -en España especialmente- una bandada de mirlos escandalizados que no dejan de llamar asesinos y terroristas a una población en la que es difícil encontrar una familia que no haya presenciado el asesinato de uno de sus miembros en los últimos veinte años. Este enconamiento es difícilmente justificable por muchos que sean los políticos españoles que hayan interiorizado las miserias mentirosas de los nacionalismos periféricos. Ahí -aquí- sí que hay semillas terribles.

En Kosovo Polje (el campo de los mirlos) perdió la Serbia medieval en 1389 su batalla definitiva contra el Imperio Otomano, que comenzaba así su conquista de los Balcanes hasta que en 1689, ante las puertas de Viena, se quebrara definitivamente su expansión militar tras la ruptura del asedio a la capital imperial gracias a la intervención de las tropas del rey polaco Jan Sobieski.

Desde 1455 hasta 1912, Kosovo fue tan turca como Albania, habitada siempre mayoritariamente por albaneses. Después de las guerras balcánicas, las potencias occidentales aceptaron la creación del Estado de Albania pero sin incluir a Kosovo, que le fue entregado a Serbia. Después de la I Guerra Mundial, entró por decisión de los aliados vencedores en la Monarquía Yugoslava, un estado artificial, pronto radicalmente dictatorial. Frente a los 450 años de gobernación turca, los noventa bajo dominación de dictaduras serbias -monárquica primero, comunista después- serían una anécdota si no hubieran sido mucho más terribles que la dominación de la Sublime Puerta que siempre dio un trato especial a los albaneses. La madre del fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal «Ataturk», era albanesa. Los turcos de origen albanés en Rumelia y en Estambul son millones.

Entre Tito y Milosevic

Pero volvamos al presente. Durante una década, los albaneses en Kosovo sufrieron bajo Milosevic, como antes en los años 40 y 50, bajo el implacable asesino estalinista y ministro del Interior de Tito, Alexandr Rankovic, la más brutal de las represiones, y lo hicieron desde la no violencia propugnada por el líder Ibrahim Rugova. Tan sólo en 1995, cuando la OTAN, por iniciativa de Bill Clinton y con la colaboración sabia y honorable de Felipe González, decide intervenir en Bosnia contra Milosevic y cree poder ignorar la suerte de otras víctimas del sátrapa serbio, se genera la movilización del UCK. En aquella nueva guerra, tras su derrota en Bosnia, Milosevic intenta asentarse con la masiva limpieza étnica en Kosovo para hacer desaparecer al pueblo kosovar tras las fronteras de Albania o en fosas comunes. La OTAN vuelve a intervenir después de la cumbre de Rambouillet en 1999 -fui testigo, como lo había sido de la ominosa conmemoración diez años antes del 600 aniversario de la batalla de Kosovo Polje, cuando Milosevic lanzó su órdago supremacista-. Llegó la guerra, y la sociedad serbia, por desgracia, la aplaudió con el entusiasmo de los alemanes en 1939. Murieron decenas de miles de albaneses. Pero la guerra la perdió Serbia y con ella el territorio. Irremisiblemente.

Con esta historia, las majaderías sobre paralelismos entre Kosovo, Cataluña o el País Vasco dejan en ridículo a quienes las hacen. Lo grave es la constatación de que pese a las dosis de anestesia que el buen Javier Solana quiera darnos, la UE tiene miembros, como España, gobernados por quien no se entera. Y que Rusia cree ya tener un veto sobre la política europea y sabe de su capacidad para dividir no ya a la Alianza Atlántica sino a la UE. Dato positivo es que Kosovo puede pasar página, y a Serbia se le da ocasión de hacerlo. Y que los líderes en Berlín, París, Londres y Washington han optado por hacer lo ya imprescindible. Y dejar el papel de mirlos negros para quienes carecen de relevancia.

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