ABC 08.05.08
DICE la ONU que el Gobierno ha ocultado la dura realidad
durante el tiempo crítico necesario para preparar las medidas que habrían
evitado que la catástrofe adquiriera las tremendas dimensiones que tiene.
Afirma la ONU que dicha ocultación al pueblo de los datos de los que disponían
las autoridades ha hecho imposible toda prevención ante una amenaza cierta e
inminente y ha tenido un efecto multiplicador en la tragedia. No se preocupe
nadie. Nada tiene que ver esta denuncia de la ONU con la crisis económica que
los «antipatriotas» anunciaban para España y, de repente, repente, repente, ha
llegado y está aquí. Ninguna relación tiene esta tremenda constatación con
nuestro país y estos agoreros miserables que, como los saboteadores de la
economía bajo Stalin -aquellos debidamente castigados-, intentan enturbiar el
mundo feliz del que disfrutan las familias españolas gracias a la prodigiosa
labor de nuestro Gran Timonel, Zapatero, que nos ha metido en la «txampions
lik» de la opulencia mundial. Tranquilos todos. Porque la ONU se refiere a
Birmania y al ciclón Nargys que ha devastado el delta del río Irrawaddy y
causado más de 23.000 muertos y decenas de miles de desaparecidos.
Aquí
tenemos la suerte de que los tsunamis son improbables y los ciclones pequeños,
siempre que nos refiramos a fenómenos meteorológicos. Decía el martes el
comisario europeo Joaquín Almunia a Carlos Herrera que es una circunstancia más
que, en el primer trimestre de este año, nada menos que veinticuatro de los
veintisiete miembros de la Unión Europea, hayan reducido su tasa de paro
mientras España es auténtico líder en la destrucción de empleo. Decía el
comisario que las cosas pueden cambiar. Es de suponer. Los españoles comienzan
a percibir en su vida -y muchos en su frigorífico-, las consecuencias reales de
la negación de la realidad económica por parte del Gobierno y con ella la falta
de medidas preventivas ante el tsunami y el ciclón. Miren ustedes qué poco
protestan los birmanos que lo han perdido todo. Ni un mal gesto. Ya vendrán
tiempos mejores. Indolencia, predica Pedro Solbes. Como si todos los españoles
tuvieran su sueldo y, sobre todo, su pensión.
Abolida
en España y sus partes divergentes la ética de la responsabilidad -ese
fundamento del poder civilizado del que hablaba Max Weber- aquí todo es posible
y no pasa nada. Cuando pase, a nuestros políticos, en Gobierno y oposición, se
les podría poner cara de miembros de la Junta Militar birmana. La «ética de la
responsabilidad» (Verantwortungsethik), por la que clamaba Weber, es la cualidad
del estadista de valorar las consecuencias de sus actos y confrontar los medios
con los fines, las consecuencias y las diversas opciones o posibilidades ante
una situación específica. Ni más ni menos. Es decir, todo lo contrario al
aventurerismo sentimental e ignaro que nos gobierna ahora desde esa patraña
socialista que mezcla frivolidad, oportunismo e ideología rudimentaria. Aquí ya
todo se justifica y disculpa por el hecho de no tener motivación asesina. Pero
después pasa lo que pasa. Zapatero habla de las ansias infinitas de paz que le
regurgitan desde las entrañas. Mientras, sus cachorritos coreaban ayer por la
Castellana: «Hay que quemar, la conferencia episcopal».
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