ABC 02.09.08
MALOS tiempos para la ingenuidad. El poeta Yevgeni
Yevtuchenko advirtió al morir Stalin, que la tumba del gran criminal debería
ser custodiada por dos o tres turnos de guardia a un tiempo, no fuera a
resucitar aquel monstruo que parecía, hasta después de su muerte, más dueño de
los hombres y los pueblos que cualquier dios imaginado. No se siguió el consejo
del poeta y todo hace pensar que nuestro seminarista atracador georgiano
soviético anda de nuevo transitando por la vida de los pueblos europeos, amo de
las mentes de muchos de sus dirigentes, por generación de amor o terror, las
dos fuentes habituales de la dominación. Al parecer, ese número indeterminado
de decenas de millones de muertos habidos en el siglo XX durante el baile
maldito de la redención ideológica -dirigido por los dos compositores del pacto
Hitler-Stalin- no ha sido suficiente para inocular cautela, piedad y cultura
en las almas de los individuos y sus líderes. Debemos reconocer ahora, que el
luto cultivado durante décadas por los muertos que el supremo terror del
nazismo y el comunismo impusieron, no ha sido suficiente para generar en
nuestras sociedades las fuerzas de autodefensa contra la repetición del horror.
Y en el origen de este horror que nos vuelve a visitar está la mentira.
Todos
los días aceptamos de buen grado una dosis de mentiras para llevarnos bien con
el mundo. Algunas son banales. O pequeñas mendacidades. En forma de película
sobre la guerra civil española o en difamación obediente de aquellos que no
quieren aceptar la mentira como norma. En patética cruzada contra crueles
regímenes muertos o adulación obscena e interesada de otros poderes criminales
aun muy vivos y dedicados a la matanza y represión. La mentira germina de nuevo
y como siempre, donde mejor en su terreno más fértil, que son los timoratos y
los biempensantes, los siempre dispuestos a ocultar o combatir una verdad por
intentar imponer el bien fácil, siempre cargado de cadáveres. Matar a un
sietemesino nonato es una heroicidad pareja al abatir a un fascista. Parece que
la racionalidad, la piedad y la lucidez vuelven a perder la batalla. ¿Quiénes
son los culpables? ¿Los ambiciosos sin escrúpulos, los vanidosos más
irresponsables, los sectarios ignaros, los miedosos o los demás? Estamos de
nuevo ante una gloriosa victoria para los sumos sacerdotes de la mentira que
precede al crimen, en nombre de la suprema bienaventuranza. Son los que imponen
la mentira a toda una sociedad que no llora más que sus propios tristes,
mezquinos e inmediatos reveses. Los grandes beneficiarios de la constelación de
estrellas negras se crecen. Allá surge un Putin con energía en su
rehabilitación de Stalin y de sus purgas racionales, productivas y patrióticas.
Acá, sale un Carrillo, aquel que vendía reconciliación, con su clara
reivindicación «antifascista» de haber sido el verdugo de Paracuellos y con la
misma reivindicación de Karadzic de haber matado a entre seis y ocho mil
civiles inocentes por la lógica del momento. Y le aplaude la mayoría y sus
autoridades. Por la dinámica de la mentira. Hasta los más necios de las nuevas
huestes de iletrados -que los campeones de la mentira pervierten con sus
omnipresentes mensajes en constante estabulación mediática- saben lo práctico y
rentable que es vivir en el pacto de conveniencia con esa mentira que los
biempensantes siempre han creído una pequeña fechoría. Incluso después de
haberla visto engendrar la mayor de las barbaries.
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