ABC 20.03.08
Tanto se abusa de este adjetivo que ya da cierto pudor
utilizarlo pero hay ocasiones en los que el significado de un acto político
adquiere tal peso, dimensión y densidad en su carácter único que no puede
calificarse de otra forma. Por eso ha sido realmente «histórica» la visita de
la cancillera alemana, Angela Merkel, a Israel esta semana. Como lo ha sido su
discurso, ante el Knesset (parlamento israelí) en Jerusalén. En alemán, para
muchos israelíes la «lengua de los verdugos» del Holocausto, -algunos miembros
de la cámara aún no pueden soportarlo y se ausentaron- la cancillera alemana
hizo historia. La cámara había cambiado especialmente para ella las reglas que
sólo daban el privilegio de hablar desde aquella tribuna a Jefes de Estado.
Desde allí se dirigió a los parlamentarios pero su mensaje nítido y contundente
iba destinado a todo el mundo y especialmente a los enemigos de Israel. Y
proclamó que Alemania considera la seguridad de este pequeño Estado judío como
propia y «jamás negociable». «Las amenazas a Israel son amenazas a nosotros».
En la lengua de los verdugos llegó una alemana a Jerusalén para decirles a los
israelíes que jamás volverán a estar solos como entonces, cuando un Estado
alemán intentó exterminar al pueblo judío ante la indiferencia de la mayoría de
los europeos y con la cooperación de muchos. Les aseguró que este Estado alemán
no permitirá que otros nuevos enemigos, esta vez no con gas Zyklon B ni en
matanzas multitudinarias, sino con la bomba atómica, preparen y concluyan
aquella aniquilación que el nacionalsocialismo alemán perpetró en el siglo XX.
La existencia de Israel es uno de los máximos símbolos de la victoria del mundo
libre contra el nacionalsocialismo y contra todo totalitarismo. La alemana en
el Knesset habló de historia con mayúscula, de principios irrenunciables y de
compromisos irrevocables en defensa de la libertad y la sociedad abierta. Una
gran lección.
En
realidad, los actos de celebración del 60 aniversario del Estado de Israel no
comienzan hasta mayo, pero Merkel ha querido adelantarse a las muchas visitas
que se producirán entonces para darle a la suya el carácter único que el
trágico pasado común de alemanes y judíos merece. Pero también para hacer una
exposición muy personal de las razones, las muchas razones que tiene ella para
considerar a Israel un bastión del mundo libre y de la sociedad abierta que no
puede sucumbir sin terribles consecuencias para todas las democracias. «La
seguridad de Israel es razón de Estado para Alemania». La defensa de Israel
debe ser razón de Estado para todas las sociedades abiertas y libres.
El
viaje de Merkel es uno que todos los líderes de las democracias habrían de
hacer por dignidad, sentido de la historia y respeto a los valores que los
elevaron al cargo. Obligados, no como ella por el pasado, pero tanto como ella
por el presente y por el futuro de Israel y de todo el mundo que damos en
llamar occidental. El 60 aniversario de la fundación del Estado de Israel llega
en el momento idóneo para que las democracias occidentales proclamen su
compromiso inquebrantable con la defensa de este pequeño Estado cuya existencia
vuelve a estar amenazada como nunca desde 1967.
Desde
hace ya un lustro, pierde fuerza la única solución pacífica que existe para el
conflicto y que se basa en la opción de los dos estados, el judío y el
palestino. Si en Israel costó mucho lograr una mayoría para esta solución -hace
treinta años eran multitud los que propugnaban la colonización total de los
territorios conquistados en 1967 y la expulsión de los palestinos hacia los
países árabes vecinos- hoy la situación se ha invertido. La popularidad del
fanatismo islamista, entre los palestinos especialmente pero también en el
mundo árabe en general y en otros enemigos de Israel con el Irán de Ajmadineyad
a la cabeza, ha hecho resurgir con virulencia el viejo sueño de convertir tarde
o temprano al Estado de Israel en un breve paréntesis en la larga historia de
la región, un «accidente» consecuencia de otro anterior que habría sido el
Holocausto. Hamás, Hizbola, Siria o Irán, Al Qaeda y grupos similares no tienen
el mínimo interés en avances en dirección hacia la constitución de un Estado
palestino viable. Desde Teherán sólo parte un mensaje constante y retador que
pide sufrimiento en espera del golpe liberador que restaure el honor del Islam
con la destrucción del Estado de Israel. Nadie piense que la presidenta del
parlamento israelí se dejaba llevar por la retórica el martes cuando pedía a
Merkel, «tiéndanos la mano para evitar la condena de muerte», en referencia a
la amenaza que todos los israelíes perciben ante los planes nucleares del
régimen de Teherán.
Angela Merkel tiene la paradójica ventaja sobre sus
colegas del resto de Europa occidental de haber crecido bajo una dictadura
comunista, saber lo que es el totalitarismo y lo que es la libertad. Y los
esfuerzos y el precio que ésta merece en su defensa. Por eso es incapaz de caer
en los relativismos de otros, como nuestros inefables gobernantes españoles con
sus solemnes juegos de la nada sobre la armonía en la Alianza de Civilizaciones
con los enemigos de la civilización. Merkel tiene por el contrario eso que se
denomina «cultura de defensa», una virtud denostada o sencillamente ignorada
por tantos políticos europeos. Por eso sabe percibir las amenazas a la libertad
propia en los ataques a la de otros Estados, comunidades o personas. Por eso es
capaz de ir a Moscú y a Pekín y proclamar allí su preocupación por los derechos
humanos mientras otros visitan estas capitales sin acordarse de ellos. Como
tantos políticos centroeuropeos y antiguos disidentes bajo los regímenes
comunistas, sabe que la libertad perdida por debilidad puede costar
generaciones en ser reconquistada. Sabe que los enemigos de la libertad son
implacables y utilizan y fomentan la confusión, la comodidad, la ignorancia y
la cobardía en las sociedades libres. Pero sobre todo sabe que Israel no se
puede permitir una derrota porque equivaldría a su aniquilación. Y es
consciente de que las amenazas contra Israel son amenazas contra todos nosotros.
Israel
es parte de la historia alemana y europea. Es evidente que Israel hoy no
existiría como es si la Alemania nazi no hubiera asesinado industrialmente a
millones de judíos. Ni si hubieran tenido las víctimas otros países europeos
donde buscar refugio ante la ofensiva criminal nazi que comienza en 1934 con
las Leyes de Nuremberg y concluye en las chimeneas de Sobibor y Auschwitz o en
las terribles muertes por enfermedades y hambre en Bergen-Belsen con Hitler ya
muerto.
Como
no podía ser de otra forma, ciertos sectores de la izquierda europea se han
apresurado a criticar a Merkel por no aludir a los asentamientos israelíes en
los territorios ocupados ni a la triste situación en Gaza. A Gaza sí se refirió
y con inmenso sentido común. Hamás es responsable de lo que allí ocurre, porque
Israel, que se retiró unilateralmente de aquellos territorios, no puede tolerar
que desde allí se bombardee diariamente a su población. Merkel cree en el
derecho a la defensa propia. Otros pretenden que Israel renuncie a ella. No
puede caer en semejante error quien tan larga memoria tiene. La cancillera ha
estado ya tres veces en Israel y los territorios durante su mandato. Y por
supuesto que ha tratado con los dirigentes israelíes sobre estas cuestiones
políticas a las que aludió en el parlamento en Jerusalén como «la necesidad de
dolorosas concesiones». La política israelí es muchas veces muy criticable y
condenable. Y sin duda habrá de hacer muchas «concesiones dolorosas» para
cualquier acuerdo cuando tenga interlocutores. Pero su derecho a la defensa
propia sólo se lo pueden discutir sus enemigos. Pero, además, ha quedado claro
que esta visita ha sido concebida personalmente por la cancillera como una
proclamación de principios. Con siete ministros de su Gabinete en Jerusalén
para elaborar con sus homólogos israelíes programas de cooperación a largo
plazo, ella se ha centrado en la escenificación de este salto cualitativo que
convierte a Israel en uno de los socios privilegiados de Alemania en un nivel
que solo tienen Francia, EE.UU., Italia y quizás ahora Polonia. El Estado de
Israel está, desde esta semana, un poco más arropado ante las tempestades de la
historia que se adivinan. Lo necesita y lo merece.
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