ABC 09.09.08
SE acabaron las fiestas. Y, aunque ha sido a fecha fija,
nadie podrá decir que sin sorpresas. Porque muy pocos, incluso entre los más
conspicuos miembros del quintacolumnismo fascista, traidor y agorero,
esperábamos tanta puntualidad de esta primera gran apoteosis de la crisis. Ya
debe de haber pocos españoles que no conozcan a alguien de su entorno que
perdiera el empleo la semana pasada. Las largas colas ante las oficinas del
INEM y el colapso de expedientes de regulación de empleo y suspensiones de pagos
en juzgados y en las asesorías laborales son el mejor reflejo de este amanecer
otoñal de la nueva España. «Lunes y primero de septiembre del quinto año
triunfal: no hay trabajo». Al padre de mi querido amigo, el antropólogo y
escritor Mikel Azurmendi, que era el carbonero de Ondarreta, le mandaron a la
cárcel vecina durante unos meses porque escribió un día en la pizarra ante su
almacén una verdad incontestable interpretada como provocación por el poder:
«Tercer año triunfal. No hay carbón». La vocación totalitaria se irrita cuando
le recuerdan que algo va mal. Todavía no estamos en Ondarreta, pero es de
esperar que el Gobierno socialista se vea tarde o temprano obligado a
intervenir para impedir que los enemigos internos desmoralicemos al pueblo y
prosigamos con los intentos de sabotaje de la gran marcha hacia la sociedad
feliz de mujeras y mujeros. La obstrucción a la felicidad no puede quedar
impune. El empleo no será ya imprescindible para que se «realicen» las futuras
generaciones de «Aidos» porque existirá la Ley Total de Dependencia por la que
el Estado se ocupará de todos y de todo. Desde el momento de la no interrupción
del embarazo hasta el definitivo adiós, cuyo momento decidirá un comité de
clones de Bernat Soria, según criterios de oportunidad, gastos, dolores,
molestias del enfermo, de su entorno o del propio comité, al que tarde o
temprano el gracejo popular apodará «el Mengelito».
Es
sólo una aparente paradoja que el gran demiurgo que nos obsequia con tanta
racionalización nos confiese este domingo, después de su sermón en la montaña
incluido: «Tengo las ideas en el corazón». Ciertas ideas envenenan el corazón,
cabría responderle al Komsomolsk de Rodiezmo. La percepción utilitaria de la
vida humana es propia de estos sentimentales que harían cualquier cosa por esas
ideas que les brotan del corazón. Sin preguntar a los afectados. Por eso se
equivocan quienes creen que esta nueva avalancha de proyectos -y providencias
de aledaños cómplices- son una mera cortina de humo para intentar impedir que la
ciudadanía tome conciencia del hundimiento vertiginoso de su calidad de vida en
el quinto año triunfal. Por supuesto que la lucha contra el enemigo interior
busca desactivar toda crítica y oposición. Pero no es una operación táctica,
como parte de la oposición se obstina en creer. La anomalía española la definen
bien dos nombres: Zapatero y Carrillo. El primero habría sido inhabilitado en
cualquier democracia madura por sus mentiras, su relación enfermiza con la
realidad y su odio manifiesto a media ciudadanía. Pero los españoles le
volvieron a votar. El segundo, responsable de uno de los mayores asesinatos en
masa del siglo XX en Europa, es el adalid jaleado por el zapaterismo y la
intelectualidad socialista del revanchismo triunfante. Ambos, como tantos que
dejaron triste historia en Europa en el siglo pasado, unos sentimentales.
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