ABC 03.06.08
CIERTA gente se sabe confortar con el mal ajeno y mucha más
aun tentada por el consuelo de la generalización de los males. Es siempre una
actitud necia, como dice el refrán. Pero disparatada cuando el mal ajeno puede
multiplicar el propio. Por eso no nos podemos alegrar los españoles cuando
vemos cómo el SPD, el legendario Partido Socialdemócrata alemán, adalid de la
izquierda democrática europea, se apresta a lanzarse por los derroteros mágicos
izquierdistas de ese movimiento antisistema institucionalizado que aquí
padecemos ya desde hace cuatro años.
No son
un fenómeno nuevo los líderes de la izquierda que quieren salvar a una
atribulada socialdemocracia convirtiéndola en otra cosa, sea socialismo
caribeño, tribalismo colectivista, populismo pardo o proyecto bolchevique de
ingeniería y experimentación social. El socialista Benito Mussolini lo hizo con
éxito a principios de los años veinte, el socialista juvenil Santiago Carrillo
diez años después, con el consabido disgusto de su padre. Y lo hicieron muchos decepcionados
con la democracia y entusiasmados con las ideologías redentoras, el nazismo o
el comunismo. Pero en el SPD no pasaba desde Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg.
Sin contar, por supuesto, la siniestra trampa de la conversión forzosa de todo
el SPD en la zona de ocupación soviética en Alemania, liderada por el
socialista Otto Grotewohl y el comunista Walter Ulbricht. Aquella villanía en
1946 dio origen al Partido Socialista Unificado (SED) que, miren por dónde,
vuelve a estar de actualidad ahora.
Resulta
que Oskar Lafontaine, que fuera presidente del SPD y nietísimo izquierdista de
Willy Brandt, fundó un partido tras enfadarse mortalmente con las reformas
socialdemócratas de Gerhard Schröder. Su grupúsculo creció gracias al
desencanto de muchos socialistas con la gran coalición liderada por Angela
Merkel. Con la perfecta simbiosis de los discursos políticos de Le Pen y el Che
Guevara, Lafontaine se hizo espacio en la izquierda y después dio el gran salto
al unificarse con el PDS, los ex comunistas de la RDA, sucesores del SED de
Ulbricht y Grotewohl. La mala noticia es que todo el disperso desecho de tienta
del izquierdismo mágico y del comunismo irredento ha logrado una cohesión que
el SPD no logra. Alarmante es que ya sean la tercera fuerza política gracias al
voto oriental. Y no menos lo es que el SPD, desarbolado bajo el titubeante
mando de Kurt Beck, parece ya secuestrado por la secta izquierdista.
Ahora
se ve hasta qué punto se ha consumado la abducción de la socialdemocracia por
el partido Die Linke de Lafontaine. El SPD estaba decidido hasta entonces a
apoyar la reelección por parte de la Asamblea Federal del jefe del Estado,
Horst Köhler. La presión de la izquierda dentro y fuera del partido ha obligado
al SPD a presentar una candidata propia, Gesinde Schwan. Así consuma su primera
alianza electoral con el populismo izquierdista y comunista del partido de
Lafontaine, sin cuyos votos Schwan no puede ganar. La Gran Coalición, el gran
Pacto de Estado, ha muerto. El SPD se ha puesto a bailar con lobos. Quizá les
resulte conocida esta historia.
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