ABC 01.07.08
«DECIR que soy gafe era una maldad, he tenido siempre suerte
en mi vida», ha afirmado José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente de todos
nosotros, vosotros y ustedes, cuyo amor por las palabras y su significado queda
otra vez perfectamente revelado en este jocoso avatar semántico. Zapatero
quería al parecer, minutos después de que la selección nacional de España
concluyera un maravilloso partido frente a Alemania y ganara la Copa de Europa
de Naciones, dejarnos la virtud y la victoria de nuestros jugadores como prueba
irrefutable de que él no nos trae mal fario a los españoles, como sospechan
muchos. Tantos que cuentan de un plan de ciertos seguidores de la selección que
lanzaron una iniciativa popular para intentar evitar su presencia en el estadio
Ernst Happel de Viena por lo que pudiera pasar. No pasó nada malo, sino todo lo
contrario. Los españoles están felices por haber ganado la Copa de Europa,
todos salvo Urkullu, Arzalluz, Puigcercos y Rubert de Ventós nos congratulan y
las calles de toda España se llenaron de banderas nacionales. Tan bueno ha sido
el ambiente que, aunque en Colón, dentro del recinto de la televisión privada
que tuvo la fortuna de retransmitir el evento, ondeaban varias banderas
preconstitucionales -no la republicana ni la de Carlos I, la de Francisco
Franco Bahamonde-, ningún diario de Madrid parece haberse molestado por ello.
¡Qué cambio de talante! Después de años de buscar desesperadamente una bandera
con el águila franquista para la portada y acusar a la Asociación de Víctimas del
Terrorismo (AVT) de ser el huevo de la serpiente fascista incubada por Génova.
Eso ya no pasa. Los que calificaban a Mariano Rajoy de guerracivilista y gran
gurú de la caverna le invitan a hablar de fútbol en sus programas adobados de
música de buen rollo.
Todo esto está muy bien, señor presidente pero, como dice
sabiamente Arturo Pérez Reverte, dinamitarnos el idioma es algo muy grave. Más,
si cabe, que engañarnos tanto tiempo. Una cosa es pervertir el discurso y otra
pervertir los elementos transmisores del mismo. Lo primero es una desgracia. Lo
segundo, en caso de que lo consiguiera, sería una tragedia para generaciones.
Con todo respeto, estimado presidente, si Usted es gafe o ha sembrado la
sospecha de serlo incluso más allá de nuestros actuales y debatibles confines,
no tiene nada que ver con la suerte que Usted tenga. Ésta es mucha y de eso
damos fe quienes le quieren mucho, poco o nada. Usted tiene lo que llamábamos
de pequeños -hace tiempo que no oigo la expresión- auténtica potra. Tiene a un
tiempo la suerte del malo y del desvalido, del tramposo y del ingenuo. Tiene
tanta suerte que ha obtenido, en su más genuino estilo, un éxito innegable en
su maniobra de usurpación de la merecidísima victoria de España en Viena que
-mire si seré cabezota-, me atrevo a sugerir que habría sido mayor en su
ausencia. Tiene suerte y carece de pudor al exhibirlo. «Es un privilegio, creo
que soy el primer presidente en democracia que asiste a un título de esta
naturaleza».
«Mi generación tenía el derecho de ver a la selección de
fútbol ganando un campeonato». Ni a los locutores deportivos se les nota tanto
que las palabras les son gratuitas y el sentido indiferente. ¡Cuánto valor al
derecho de su generación a un éxito deportivo y qué poco al derecho de los
españoles a aprender, estudiar y pensar en su lengua con más respeto que el que
él demuestra! Pero tiene suerte el presidente. Hasta quienes se topan con la
fatalidad nada más encontrarse con el afortunado parecen tener miedo a jugar
con la suerte. Los españoles.
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