ABC 06.03.08
Nosotros los españoles, que hemos tenido un ministro de
Defensa que recomendaba, se supone que a su tropa, que es mejor morir que
matar, no somos hoy un ejemplo estelar de lo que supone una sociedad
democrática y abierta decidida a defender su supervivencia y sus libertades, si
es necesario por la fuerza. Todos los que tenemos un poco de alma de anglosajón
hemos visto confirmados nuestros afectos al enterarnos que el más gamberro de
los Windsor en varias generaciones, el Príncipe Enrique, ha pasado meses en
primera línea combatiendo a nuestros enemigos comunes, los talibanes, en
Afganistán. Por estos lares en los que se nos cuenta que la seguridad es gratis
se habla de la guerra y el terrorismo con el mismo conocimiento que la ministra
de Medio Ambiente despliega cuando habla de la caza y de la vida real del
campo. Quienes dan lecciones sobre el mundo rural desde el césped junto a la
piscina de una masía restaurada del Ampurdán, son -qué duda cabe- capaces de
dar consejos al presidente de Colombia, Álvaro Uribe, de cómo tratar con
deferencia a asesinos, terroristas, narcotraficantes y quienes son todo ello a
la vez. Gracias a Dios o a la providencia, Uribe no les hace caso. Por eso
Colombia, la anglófila Colombia, es más Churchill que Zapatero.
Groserías
El presidente Uribe cree firmemente en la democracia y la
sociedad abierta. Y sabe quiénes son sus enemigos. Muchos europeos, mecidos en
la seguridad geoestratégica gracias sobre todo al erario público
norteamericano, parecen aun opinar que el presidente Uribe ha sido algo grosero
ordenando una operación que costó la muerte al segundo jefe de las FARC, Raúl
Reyes, la principal organización narcoterrorista que impide a Colombia ser el
país próspero, articulado y normalizado que pueda liderar, con Chile, Brasil y México,
un proyecto de libertad en Latinoamérica. Colombia tiene todos los mimbres para
serlo. Se lo impiden unos pocos miles de asesinos, narcotraficantes y algunos
políticos vecinos. Lo saben los populistas, los demagogos, los fanáticos del
«viva la muerte» y los «turistas del ideal» que tan bien define en su novela
Ignacio Vidal Folch. Éstos últimos son europeos, en gran parte españoles aunque
no quieran y algunos también retozan en céspedes del Ampurdán.
Mentes saduceas
Uribe estuvo a punto de caer en una trampa que se le abría,
no ya por perversas mentes saduceas, sino por la constelación maldita de la
negligencia de Washington en el subcontinente, el humanitarismo premioso y
publicitario del presidente francés, Nicolás Sarkozy, la imbecilidad política de
muchos a este lado del Atlántico y las intenciones de algunos de sus colegas en
la otra orilla. Uribe no cayó en ella por muy dolorosa que sea la opción tomada
para toda persona bien nacida que tiemble, tema, sufra o rece por la suerte de
los centenares de secuestrados de los terroristas, entre ellos Ingrid
Betancourt. Con la magnífica operación en la frontera con Ecuador, el Ejército
colombiano no solo ha matado a un enemigo de la democracia y a un asesino. Ha
dejado en evidencia los vínculos de esos nuevos populistas de ese izquierdismo
latinoamericano de nuevo cuño inspirado por Castro, financiado por Hugo Chávez
y sus petrodólares y auspiciado por caudillos como Rafael Correa, con el
terrorismo puro y duro que nutre la ofensiva totalitaria y el narcotráfico.
El presidente colombiano merece todo el aplauso y el apoyo
de la comunidad internacional democrática. En su territorio se dirime un pulso
entre dogma totalitario y sociedad abierta. Y los costes en muertos son
conocidos desde hace años y se cuentan en miles. Por no hablar de las tragedias
personales que a casi nadie dejan indemne. Pero los enemigos son pertrechados y
alimentados desde países vecinos y desde allí y con connivencia de los
Gobiernos de allí se organiza el gran negocio de la muerte y el terror del que
Colombia intenta liberarse. Hugo Chávez puede desplegar tropas en su frontera. Correa
puede patalear. Pero ningún defensor de la sociedad libre debiera dudar en qué
parte está.
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