viernes, 27 de junio de 2014

KARADZIC: EL VENENO EN EL ALMA

Por HERMANN TERTSCH
ABC  27.07.08


El hombre tenía pinta de bueno. Una especie de híbrido entre druida y Gepetto, un sabiete medio hippy, un niño de las flores del sesentayochismo, bien envejecido, metido como otros de aquellas quintas en la cultura y el negociado de la medicina alternativa y las nuevas supersticiones.

Allí estaba, el viernes 18 de julio en el Sava Center del barrio belgradense de Novi Beograd, el palacio de congresos que albergó los congresos de la Liga Comunista de Yugoslavia, quizás también alguna de las últimas cumbres de los No Alineados y por supuesto los grandes congresos nacionalcomunistas de Slobodan Milosevic después. Fue al final de una mesa redonda sobre curas bioenergéticas, energías curativas y medicina semimágica, cuando el moderador anunció para principios de agosto una conferencia del doctor Dragan Dabic. El anunciado conferenciante, asistente desde la cuarta fila al encuentro, se levantó y saludó cortésmente al auditorio.

La conferencia, ya no cabe ninguna duda, ha sido cancelada. El doctor Dragan Dabic dejó de existir el lunes pasado cuando miembros de los servicios secretos de Serbia, presumiblemente la misma organización que se había inventado al personaje y había emitido sus impecables documentos oficiales, detuvo al personaje en un autobús de la capital y generó una de las noticias más espectaculares de los últimos tiempos, la resurrección y captura de Radovan Karadzic, probablemente, como dicen los anuncios, el criminal de guerra más buscado del mundo. En próximos días o semanas iremos sabiendo más sobre la insólita existencia del doctor Dabic que hace dos años se presentó en la clínica Nova Vita del barrio de Rakovica en busca de trabajo como psiquiatra y especialista en medicina alternativa, según cuenta uno de sus propietarios, Milomir Kandic.

Vida oculta

Y algo más se sabrá también de su vida anterior, en los diez años en que su rastro desaparece después de dar sus últimas entrevistas en Pale, el pueblo de montaña que erigió en 1992 en la siniestra capital de un estado fanático que sitió y desangró a su auténtica capital, la hasta entonces alegre, vividora y cosmopolita ciudad de Sarajevo.

No lo sabremos todo porque son muchos los implicados en facilitar su fuga y su vida en clandestinidad desde que dejó de considerarse seguro en Pale ante la orden de busca y captura del Tribunal Penal Internacional de La Haya. Dice el propietario de la clínica Nova Vita que cuando llegó a Belgrado tenía llagas en las piernas que él se trataba personalmente y fueron curando. Podría ser un indicio de que es cierto que ha pasado años en cuevas en su región natal de Montenegro vecina a Bosnia, protegida por miembros de su clan familiar y de popes ortodoxos.

En ciertos sectores de la iglesia nacional serbia, la «pravoslavie», es decir, la correcta y ortodoxa, la fobia al Occidente vaticanista es casi equiparable a la que profesan, por motivos históricos bien explicables, al Islam. La agreste y paupérrima región montenegrina de la que emigró el joven Karadzic en 1960 para estudiar psiquiatría en la muy mundanal capital bosnia, es uno de los santuarios en los que la iglesia ortodoxa se refugió y resistió durante siglos a una ocupación otomana que se mantuvo en los valles y vía de tránsito entre ciudades y mercados, pero nunca demostró mayor interés por controlar la remota alta montaña.

Fiesta en Sarajevo

Cuando el pasado lunes por la noche se conoció la detención de Radovan Karadzic, la ciudad de Sarajevo se convirtió en una fiesta. Cuentan que se produjo una situación extraña. Los mayores, aunque contentos con este tan tardío consuelo, no podían entusiasmarse porque la reactivación de la memoria les devolvió al luto por los miles de muertos que descansan en los cementerios aún frescos en las laderas que caen a la ciudad. Eran los jóvenes, los que eran niños pequeños durante el asedio, los que tomaron las calles. Son aquellos niños que veían con terror el rostro de aquel monstruo que desde la pantalla de los televisores -cuando había electricidad, cuando había combustible para el generador, cuando no había que refugiarse en los sótanos de los agotadores bombardeos- les aseguraba que todos serían degollados.

Ellos vieron las fotografías del melenudo gurú y druida y, aunque jamás lo hubieran podido identificar horas antes en una calle o un café, reconocieron enseguida esos ojos grandes y húmedos del hombre uniformado y con flequillo canoso que hacía palidecer y llorar de horror a sus madres y que les decía en su propio idioma que «en Sarajevo no van a contar los muertos. Al final van a contar a los que queden vivos».

Creo recordar que la última vez que le vi fue en un hotel de Ginebra, en la recepción. Su inevitable corte de escoltas era lo más granado del submundo de la mafia proxeneta de Sarajevo y Belgrado. Por entonces su delegación, o él mismo, ya había comprado una magnífica villa en aquella ciudad suiza. Eran tiempos en los que su suerte ya estaba girando y desde Washington, el presidente Bill Clinton ya barruntaba una acción que acabara con el espectáculo vergonzoso al que Occidente se había prestado en sus negociaciones con esta tropa de delincuentes.

El héroe y el mito

Antes de imponer el asedio a Sarajevo se le veía mucho en el Holiday Inn, hotel que después bombardeó aunque -o precisamente porque- se alojaba allí la prensa internacional. Era por entonces un héroe y ya rozaba la categoría del mito entre la población serbia rural.

El intelectual se había convertido en el ídolo del razonamiento plano. En Han Piljesak, pueblo de alta montaña en el que se instaló el alto mando militar que había organizado con órdenes de Belgrado la guerra, ya se le recibía como un auténtico Mesías del pueblo serbio. Y en el viejo balneario de Ilidza donde se organizaron los últimos detalles para el asedio de Sarajevo coincidíamos en el restaurante en el que compartía mesa con los otros dos intelectuales asesinos de aquella cúpula política de la limpieza étnica, la profesora Biljana Plavsic y Momchilo Krajsnik, aquel al parecer exquisito traductor de Shakespeare al serbo-croata, que explicaba con toda suerte de detalles que los no serbios entre ellos ya mayoría de sus estudiantes debían elegir entre rendirse o morir. El asedio a Sarajevo, el más largo de la historia de la guerra moderna, duró desde el 5 de abril de 1992 al 29 de febrero de 1996. Hubo unos doce mil muertos, el 85 por ciento civiles, y cincuenta mil heridos.

El profesor Dragan Dabic ya vuelve a ser Radovan Karadzic y puede que ya haya emprendido vuelo hacia la prisión de Sheveningen en La Haya. O que se disponga a hacerlo. Puede que ocupe la celda de su mentor, el caudillo serbio Slobodan Milosevic que murió en aquella cárcel.

Como Milosevic, ha anunciado que asumirá su propia defensa, como hace también otro de los grandes criminales de guerra serbios cautivos, el líder del Partido Radical, Vojislav Seselj. Cuando se abra su juicio, Karadzic aprovechará la oportunidad de nuevas horas estelares, mayores aun que la que habría tenido como doctor Dagic en su anunciada conferencia de agosto sobre medicina natural.

Quizás en este juicio al psiquiatra, intelectual en su pretensión y mucho más sofisticado que su salvaje retórica bélica dejaba entrever, podamos intuir mejor que en el de un Slobodan Milosevic obcecado y obtuso en una autodefensa política, cuales fueron las claves del mal y la anulación de la piedad, como se puede movilizar tanto odio hacia la vida de los otros.

La vida de Karadzic tiene objetivamente mucho más interés que la del zafio político brutal en su ambición que era Milosevic. ¿Fueron sus resentimientos por el maltrato recibido en la universidad, como montenegrino montaraz, los que desarrollaron su odio a la ciudad, a la urbe, a Sarajevo?

Hombre de letras, genocida

Nunca aceptado por las elites intelectuales de Sarajevo en los años sesenta y setenta, se convirtió en el caudillo del asalto a la ciudad de los «papac», de los «pezuña» como despectivamente se trataba a los procedentes del monte. Este intelectual erigido en caudillo del odio a la urbe y en apologeta de la pureza de la cultura campesina. Aquel arrogante y petulante hombre de letras convertido en teórico de la matanza y adalid del exterminio vuelve a una sociedad cada vez más abierta disfrazado o quizás convertido en moderado curandero.

¿Por qué después de años inmerso en la clandestinidad en esta cultura campesina remota se arriesgó a bajar a la ciudad, esta vez a Belgrado, donde su riesgo era mayor y en todo caso creciente?

La banalidad del mal

¿Añoranza de la cultura plural, hastío de lo predicado? ¿Quizás incluso algo de arrepentimiento o una oculta compulsión a expiar sus actos, los ocho mil muertos de Srebrenica que él siempre negó que hubieran muerto? El juicio a Karadzic puede ser, es deseable que lo sea, un proceso de similar calado al de Eichmann en Israel. El criminal de guerra nazi alemán nos proporcionó algunas de las claves más profundas sobre lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal. El doctor Dagic quería ilustrar a su audiencia sobre pócimas para el cuerpo.

Su alter ego Karadzic quizás nos pueda ilustrar a la sociedad moderna sobre los procesos venenosos en el alma.

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