ABC 14.08.08
YA sabíamos todos que cuando pasa algo realmente malo,
grave, trágico o funesto, lo más sabio -en realidad lo único sensato- es
esperar el tiempo suficiente hasta que quede claro y revelado que la culpa la
tienen los norteamericanos. Y que quienes sean sus aliados leales son
sospechosos. Eso, que siempre ha sido verdad revelada en la cultureta del
submundo izquierdista es aquí en la España de Zapatero, doctrina de Estado. Aun
estaban ayer las bandas de paramilitares protegidas por el ejército ruso
arrasando la ciudad georgiana de Gori, cuando nuestro ministro de Asuntos
Exteriores ya hacía distingos entre la ayuda española a Osetia del Sur y el
resto de Georgia. ¡Siempre un viva a las tesis antiamericanas, ahora
antigeorgianas, vengan de donde vengan! Nada hace mejor este Gobierno que
mostrar comprensión y brindar ayuda a todo enemigo de Estados Unidos que se
declare como tal. La diligencia de nuestro Gobierno en este afán es tal que a
veces da la impresión de que nuestros gobernantes siguen considerándose en
guerra con EE.UU. desde 1898. Cualquier enemigo de Washington se convierte de
inmediato en aliado nuestro.
A nadie debe sorprender. Más pronto que tarde, en nuestro
bien informado país en el que las revelaciones se nutren directamente de la
verdad de la secta, sus cacicatos y coros, se acaba sabiendo quién tiene la
culpa. Y es fácil porque siempre es el mismo. ¿Quién es? Ya lo sabemos. Es ese
pozo de serpientes que es Washington, capital de la iniquidad, el tonto de
George Bush, la muy lista y ladina -por eso de judía- que es la CIA, el glotón
y trincón de Dick Cheney, los «neocon» fachas, los fascistas «neocón», José
María Aznar y todas las multinacionales que son malas, malas de verdad.
Ya sabíamos todos que Washington es culpable de estos lodos
como de aquellos polvos. Lo es de que se disolviera la Unión Soviética que
-como Cuba pero a lo bestia-, tendría muchos defectos, pero también sus
considerables ventajas. Eso sí, ventajas las percibían ante todo quienes no las
gozaban, especialmente por estos lares. Pero estaba claro que una vez
orquestada la terrible conspiración por Estados Unidos, el Vaticano de aquel
Papa ultra, llamado Wojtila, por sus compatriotas polacos -todos ellos unos
meapilas- y el resto de la caterva reaccionaria de checos, eslovacos, rumanos,
alemanes orientales, húngaros, búlgaros, rumanos, lituanos, letones, estonios,
georgianos, armenios y demás gente no dispuesta a mantener el sueño
izquierdista de las asociaciones de barrio carpetovetónicas, esto habría de
acabar mal.
Resulta por eso un poco ridículo que algunos intelectuales
que se dicen reticentes a las teorías de la conspiración cuando siempre han
apoyado sin la menor duda ni salvedad toda teoría de la conspiración con la
única condición de que erija en culpables máximos a Estados Unidos, se
esfuercen ahora por revelarnos que la teoría de la conspiración es la buena. Si
ya lo sabíamos. Washington, una tropa de perversos imbéciles, ha intentado
convencer a los georgianos que pueden ser libres, occidentales e
independientes. Y estos imbéciles ingenuos han creído al Imperio del Mal y han
intentado serlo en todo su territorio. Pero tranquilos porque los momentos de
desorden en Moscú que aprovecharon polacos o checos, lituanos o letones y
tantos otros, ya no existen. Los georgianos han sido aplastados. Como amigos de
los americanos, se lo merecen.
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