martes, 24 de junio de 2014

PARADOJA DEL VIAJE A CANOSSA

Por HERMANN TERTSCH
ABC  17.04.08


El Papa Benedicto XVI ha emprendido el viaje más importante, más complejo y probablemente más gozoso desde que llegó al pontificado. Está en un país, Estados Unidos, que conoce muy bien desde hace décadas, que ha visitado frecuentemente antes de ser Papa y que considera, según todos quienes le rodean, una inmensa reserva de potencial humano para sus objetivos que no son otros que la lucha por la dignidad de la persona, la individualidad solidaria en su visión cristiana y trascendente y su firme decisión de no resignarse, como no lo hizo su antecesor.

Si Juan Pablo II fue un Papa muy político por procedencia y circunstancia, cuya lucha contra un tipo muy específico de totalitarismo -el comunista- fue un éxito absoluto, Benedicto XVI es ante todo un intelectual que tiene más posibilidades para saltar por encima de las propias sombras de la Iglesia Católica. Que son tantas, como puede acumular en dos mil años de historia una institución compuesta por una inmensa legión de clero y creyentes, por cierto todos humanos.

Fallas morales

No tiene Ratzinger en sus planes cambiar situaciones geopolíticas en la lucha por la dignidad de la persona como su antecesor sino afrontar los inmensos retos de una Iglesia que tiene inmensos problemas para entenderse a sí misma y cuyas fallas morales son especialmente claras en Estados Unidos donde los escándalos de la pederastia por parte de miembros del sacerdocio han infligido un daño terrible a la Iglesia Católica. Por eso es muy significativo que este Papa haya mostrado su «profunda vergüenza» por los abusos sexuales cometidos por miembros del clero norteamericano que no han sido ni mucho menos aislados. Su antecesor no habría sido capaz, por formación y personalidad, de hundir la rodilla, como Benedicto XVI hace ahora, en este especial camino a Canossa que hace ahora un Papa, emulando a aquel Emperador germánico, Enrique IV, que tuvo que humillarse en la costa italiana para ser perdonado por un Pontífice que le había excomulgado por haberle disputado el derecho a elegir a los obispos.

Probidad necesaria

Canossa es desde entonces -sucedió en el siglo XI- el nombre que se le da al gesto de humildad forzosa. Y era necesario. Porque la manifestación expresa de probidad es hoy más necesaria que nunca. Ratzinger ha dicho nada más llegar a tierra americana que «los pedófilos tienen que ser excluidos totalmente del servicio sagrado». No serán suficientes estas palabras para restaurar la inmensa pérdida de crédito que la Iglesia Católica ha sufrido en EE.UU. a causa de estos escándalos. Por mucho que sea cierto que los medios hostiles a la Iglesia tiendan a magnificar estos hechos mientras ocultan otros. Si no fuera macabro, sería gracioso pensar qué habría sucedido en Estados Unidos -o en España- si los cuatro violadores condenados a doce años de prisión y puestos en libertad tras cuatro meses de cárcel por la Generalidad de Cataluña se hubieran declarado feligreses o catecúmenos de alguna parroquia catalana. Y cuál habría sido el oprobio si alguna personalidad pública católica hubiera ejercido presión sobre las autoridades -llámenlo influencia- para que este hecho se produjera. Estos cuatro violadores condenados no han merecido por supuesto ni una mínima parte del despliegue que los siempre repugnantes actos de los que han sido culpables miembros del clero norteamericano.

Más allá de cuestiones internas de la Iglesia, Benedicto XVI acude a un país que a diferencia de la mayor parte de Europa, aún tiene una percepción de riesgo, una cultura de defensa y una voluntad de proteger su cultura. Todo lo contrario a nuestros ecopacifismos institucionalizados y ministeriales, a la Alianza de Civilizaciones y a los juegos solemnes e irresponsables con la nada. En EE.UU., como en Gran Bretaña y crecientemente en Francia, Holanda o Alemania bajo Merkel, existe una voluntad articulada de la sociedad por defender el sistema de valores propios frente a las intimidaciones, amenazas e imposiciones foráneas. Es el espíritu de Ratisbona. La Alianza de la civilización.

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