ABC 17.04.08
El Papa Benedicto XVI ha emprendido el viaje más importante,
más complejo y probablemente más gozoso desde que llegó al pontificado. Está en
un país, Estados Unidos, que conoce muy bien desde hace décadas, que ha
visitado frecuentemente antes de ser Papa y que considera, según todos quienes
le rodean, una inmensa reserva de potencial humano para sus objetivos que no
son otros que la lucha por la dignidad de la persona, la individualidad
solidaria en su visión cristiana y trascendente y su firme decisión de no
resignarse, como no lo hizo su antecesor.
Si
Juan Pablo II fue un Papa muy político por procedencia y circunstancia, cuya
lucha contra un tipo muy específico de totalitarismo -el comunista- fue un
éxito absoluto, Benedicto XVI es ante todo un intelectual que tiene más
posibilidades para saltar por encima de las propias sombras de la Iglesia
Católica. Que son tantas, como puede acumular en dos mil años de historia una
institución compuesta por una inmensa legión de clero y creyentes, por cierto
todos humanos.
Fallas
morales
No
tiene Ratzinger en sus planes cambiar situaciones geopolíticas en la lucha por
la dignidad de la persona como su antecesor sino afrontar los inmensos retos de
una Iglesia que tiene inmensos problemas para entenderse a sí misma y cuyas
fallas morales son especialmente claras en Estados Unidos donde los escándalos
de la pederastia por parte de miembros del sacerdocio han infligido un daño
terrible a la Iglesia Católica. Por eso es muy significativo que este Papa haya
mostrado su «profunda vergüenza» por los abusos sexuales cometidos por miembros
del clero norteamericano que no han sido ni mucho menos aislados. Su antecesor
no habría sido capaz, por formación y personalidad, de hundir la rodilla, como
Benedicto XVI hace ahora, en este especial camino a Canossa que hace ahora un
Papa, emulando a aquel Emperador germánico, Enrique IV, que tuvo que humillarse
en la costa italiana para ser perdonado por un Pontífice que le había
excomulgado por haberle disputado el derecho a elegir a los obispos.
Probidad
necesaria
Canossa
es desde entonces -sucedió en el siglo XI- el nombre que se le da al gesto de
humildad forzosa. Y era necesario. Porque la manifestación expresa de probidad
es hoy más necesaria que nunca. Ratzinger ha dicho nada más llegar a tierra
americana que «los pedófilos tienen que ser excluidos totalmente del servicio
sagrado». No serán suficientes estas palabras para restaurar la inmensa pérdida
de crédito que la Iglesia Católica ha sufrido en EE.UU. a causa de estos
escándalos. Por mucho que sea cierto que los medios hostiles a la Iglesia
tiendan a magnificar estos hechos mientras ocultan otros. Si no fuera macabro,
sería gracioso pensar qué habría sucedido en Estados Unidos -o en España- si
los cuatro violadores condenados a doce años de prisión y puestos en libertad
tras cuatro meses de cárcel por la Generalidad de Cataluña se hubieran
declarado feligreses o catecúmenos de alguna parroquia catalana. Y cuál habría
sido el oprobio si alguna personalidad pública católica hubiera ejercido
presión sobre las autoridades -llámenlo influencia- para que este hecho se
produjera. Estos cuatro violadores condenados no han merecido por supuesto ni
una mínima parte del despliegue que los siempre repugnantes actos de los que
han sido culpables miembros del clero norteamericano.
Más
allá de cuestiones internas de la Iglesia, Benedicto XVI acude a un país que a
diferencia de la mayor parte de Europa, aún tiene una percepción de riesgo, una
cultura de defensa y una voluntad de proteger su cultura. Todo lo contrario a
nuestros ecopacifismos institucionalizados y ministeriales, a la Alianza de
Civilizaciones y a los juegos solemnes e irresponsables con la nada. En EE.UU.,
como en Gran Bretaña y crecientemente en Francia, Holanda o Alemania bajo
Merkel, existe una voluntad articulada de la sociedad por defender el sistema
de valores propios frente a las intimidaciones, amenazas e imposiciones
foráneas. Es el espíritu de Ratisbona. La Alianza de la civilización.
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