domingo, 22 de junio de 2014

COLORES DE ZAPATERO

Por HERMANN TERTSCH
ABC  03.03.08


MADRID. «Hay que repetir la verdad porque la mentira se predica de forma continua. Muchas veces se enseña la verdad y el error a un tiempo y se recomienda adherirse a lo segundo. Hace días leí en una enciclopedia inglesa sobre las teorías de la creación del (color) azul. Se citaba primero la cierta de Leonardo Da Vinci e inmediatamente se añadía la errónea de Newton para a continuación adherirse a ésta por el hecho de que es la comúnmente aceptada», le decía Goethe a Eckermann en 1828. En este sentido no vivimos tiempos excepcionales, aunque bien estaría que nuestros juegos de verdades y mentiras se limitaran a los orígenes de los colores. Cuando se habla sobre los hechos en sí, los individuos deberían tener facilidad para llegar a conclusiones comunes. No es así.

Hoy lo verán millones de españoles en el debate. Los contendientes hablarán de países distintos y harán sus balances de la legislatura socialista que se parecerán tanto como las teorías del origen de los colores. No se pondrán de acuerdo en que en marzo del 2004 se generaban bastantes más de dos mil empleos y en que febrero del 2008 se destruían más de cuatro mil. Ni en que en 2003 se produjeron apenas cien actos de «kale borroka», y en 2007 casi eran 600. Esto no son interpretaciones de la realidad sino la realidad misma.Y sin embargo no cabe la menor esperanza de que ambos la acepten.

¿Por qué? Ante todo porque las dos banderías en las que ha logrado dividir a la sociedad española el Gran Timonel de La Moncloa ya no otorgan a las palabras el mismo sentido que se había acordado hace treinta años. De la misma forma que durante la Guerra Fría las palabras no significaban lo mismo demócrata occidental que para un líder comunista del Pacto de Varsovia. Volviendo a Goethe, dice Mefistófeles en el Fausto: «Ante todo, debéis aferraros a las palabras; entonces ingresaréis por la puerta segura; al templo de la certeza». Aquí para algunos las palabras ya no significan más que lo que la intención del momento dicte. Y en la siguiente situación basta con negar la intención para vaciar de todo significado a lo dicho. No se resiente el discurso, por no hablar del sentido del «honor». «Las palabras están al servicio de la política», dijo Zapatero. No creo que lo dijera para descalificar al Fausto a quien quizá tome por un cantante italiano. Lo dijo con esa convicción que surge tras su permanente impostura. Esa frase es su más franca declaración de «principios».

El combinado tóxico del redentorismo iluminado de Zapatero y su mala fe hacia los «desaprensivos» que no lo entienden ha causado tanto daño a este país como sólo un enemigo con muchos medios podía infligirle. Esta sociedad y sus instituciones tenían problemas homologables al entorno europeo. Hoy no es el caso. Este presidente, no homologable con ningún dirigente respetado, ha logrado llenar España de enemigos. Su éxito es una tragedia. Para que no la consume los españoles habrán de leer de sus labios sus verdaderas intenciones.

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