ABC 03.03.08
MADRID. «Hay que repetir la verdad porque la mentira se
predica de forma continua. Muchas veces se enseña la verdad y el error a un
tiempo y se recomienda adherirse a lo segundo. Hace días leí en una
enciclopedia inglesa sobre las teorías de la creación del (color) azul. Se
citaba primero la cierta de Leonardo Da Vinci e inmediatamente se añadía la
errónea de Newton para a continuación adherirse a ésta por el hecho de que es
la comúnmente aceptada», le decía Goethe a Eckermann en 1828. En este sentido
no vivimos tiempos excepcionales, aunque bien estaría que nuestros juegos de
verdades y mentiras se limitaran a los orígenes de los colores. Cuando se habla
sobre los hechos en sí, los individuos deberían tener facilidad para llegar a
conclusiones comunes. No es así.
Hoy lo verán millones de españoles en el debate. Los
contendientes hablarán de países distintos y harán sus balances de la
legislatura socialista que se parecerán tanto como las teorías del origen de
los colores. No se pondrán de acuerdo en que en marzo del 2004 se generaban
bastantes más de dos mil empleos y en que febrero del 2008 se destruían más de
cuatro mil. Ni en que en 2003 se produjeron apenas cien actos de «kale
borroka», y en 2007 casi eran 600. Esto no son interpretaciones de la realidad
sino la realidad misma.Y sin embargo no cabe la menor esperanza de que ambos la
acepten.
¿Por qué? Ante todo porque las dos banderías en las que ha
logrado dividir a la sociedad española el Gran Timonel de La Moncloa ya no
otorgan a las palabras el mismo sentido que se había acordado hace treinta
años. De la misma forma que durante la Guerra Fría las palabras no significaban
lo mismo demócrata occidental que para un líder comunista del Pacto de
Varsovia. Volviendo a Goethe, dice Mefistófeles en el Fausto: «Ante todo,
debéis aferraros a las palabras; entonces ingresaréis por la puerta segura; al
templo de la certeza». Aquí para algunos las palabras ya no significan más que
lo que la intención del momento dicte. Y en la siguiente situación basta con
negar la intención para vaciar de todo significado a lo dicho. No se resiente
el discurso, por no hablar del sentido del «honor». «Las palabras están al
servicio de la política», dijo Zapatero. No creo que lo dijera para
descalificar al Fausto a quien quizá tome por un cantante italiano. Lo dijo con
esa convicción que surge tras su permanente impostura. Esa frase es su más
franca declaración de «principios».
El combinado tóxico del redentorismo iluminado de Zapatero y
su mala fe hacia los «desaprensivos» que no lo entienden ha causado tanto daño
a este país como sólo un enemigo con muchos medios podía infligirle. Esta
sociedad y sus instituciones tenían problemas homologables al entorno europeo.
Hoy no es el caso. Este presidente, no homologable con ningún dirigente respetado,
ha logrado llenar España de enemigos. Su éxito es una tragedia. Para que no la
consume los españoles habrán de leer de sus labios sus verdaderas intenciones.
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