ABC 13.03.08
En el contexto nacional político y cultural que se puede
sintetizar en los golpes de ingenio de Zerolo y Chiquilicuatre, hoy por hoy dos
de los máximos representantes de la España de José Luis Rodríguez Zapatero,
habrá quien piense que todo el mundo es Costa Polvoranca, rincón lumpen de
copas, prisas y risas, donde el buenismo sonríe y jalea ansias infinitas de paz
mientras blande bates de béisbol y amenaza con estiletes.
Pues no. Aún hay hechos a asumir con más seriedad que
resignación y asco. Pongamos por ejemplo la apertura del juicio en el Tribunal
Internacional de La Haya al ex general croata Ante Gotovina, por su presunta
instigación y ejecución de crímenes de guerra durante el «Blitzkrieg» que, con
enorme éxito militar y terribles consecuencias, llevó a cabo en ofensiva
«Oluja» (tormenta) en agosto de 1995 con la que reconquistó la Krajina croata.
Esta
vez no son militares y paramilitares serbios los acusados de crímenes de guerra
en La Haya, sino croatas que protagonizaron la contraofensiva final de la
guerra entre Serbia y Croacia antes del Acuerdo de Dayton.
El
fiscal del Tribunal, el norteamericano Alan Tieger, que ha representado a la
acusación en casos contra criminales de guerra ya condenados, hizo una
brillante exposición sobre la situación en aquellos momentos. Y dejó claro que
la muerte les ha ahorrado al que fue presidente croata, Franjo Tudjman, y a su
ministro de defensa Gojko Susak de estar en el banquillo con Gotovina. Fueron
los que le ordenaron que la ofensiva militar tuviera no ya como efecto
colateral sino como objetivo principal la limpieza étnica de los serbios que
desde hacía siglos habitaban y protegían, permanentemente militarizados y bajo
órdenes de Viena aquella región fronteriza inestable entre el Imperio austriaco
y Otomano.
De ahí
la fiereza con que la Krajina, con su capital en Knin, se levantó contra la
Croacia independiente en 1991 y la barbarie desplegada por la soldadesca serbia
durante cuatro años. Algunos como Martic, el líder de la temida horda de
criminales de los «marticevski» que mató a miles de croatas, se sentaron antes
en el mismo banquillo. También Slobodan Milósevic, principal responsable,
estuvo sentado allí. Él murió. Otros cumplen sentencia. Son éxitos del tribunal
en su lucha contra la impunidad y la resignación.
Este
juicio tiene importancia capital, moral y política. Lanza un mensaje claro a
una sociedad serbia que sigue sin lograr el golpe liberador frente a su pasado
y ha sido incapaz de entregar a dos de los máximos matarifes de la última
guerra balcánica, Radovan Karadzic y Ratko Mladic.
En
Croacia se ha producido la dolorosa catarsis inducida por el hecho de que su
Gobierno apoye el juicio contra un general considerado por muchos como «héroe
de guerra» por liberar un territorio croata que se había declarado estado
independiente en el proyecto de Milósevic de la creación de la Gran Serbia.
Esto ha supuesto uno de los mayores impulsos para la probidad y salud de la
democracia croata. Serbia aun está en deuda. Las consecuencias de ello están a
la vista.
Pero
además, este juicio contra Gotovina es un hito más en perseguir la violencia
militar criminal contra civiles. Deja claro que ni siquiera la reconquista de
un territorio propio ni operación militar legítima alguna puede justificar
limpiezas étnicas u operaciones de terror. Y que nadie, ni siquiera «héroes
nacionales» como Gotovina pueden escudarse tras la acción de guerra para
intentar justificar estos crímenes alimentados por el odio y la venganza.
Gotovina
fue un gran general que se lanzó a una operación militar brillante que mancilló
con el crimen masivo que ordenó y permitió.
Desde
La Haya se recuerda una vez más que la guerra no es excusa para el crimen.
Cierto que es una lección tan antigua como la guerra misma y conceptos como la
piedad o la crueldad, pero aún no aprendida. Quizás nunca lo sea del todo. Pero
sí resulta reconfortante que a veces nos muestren esa línea roja entre la
guerra y el crimen.
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