ABC 10.08.08
La primera reacción oficial rusa al brote de guerra abierta
entre Georgia y Rusia no llegó el viernes del Kremlin, sino, muy
significativamente, de Pekín, donde el expresidente y primer ministro Vladimir
Putin asistía a las pompas de la apertura de los primeros Juegos Olímpicos
paramilitares de la era moderna. Era casi simultánea al anuncio de la
delegación georgiana de que ante las matanzas no tiene humor para juegos y se
retira de las Olimpiadas. Y los mil soldados georgianos que defienden a
Occidente y al estado de Irak también anuncian que hacen más falta en su propio
país para luchar contra la abierta intención de Moscú de volverlos a convertir
en lacayos. Son un par de noticias que han de conmover al mundo y sobre todo a
Europa y que serían una gran lección para Occidente si hubiera cierta
posibilidad de que entendiera lo que sucede y cuánto de ello responde a su
propia ingenuidad y cobardía.
En la
última Cumbre de la OTAN en abril de este año en Bucarest, los líderes de la
Alianza Atlántica demostraron una vez más su miedo a irritar al Kremlin, mejor
dicho a Putin, y pospusieron «sine die» la integración de Georgia y Ucrania.
Aquí tienen el resultado en sí perfectamente evitable de esta intimidación
occidental bajo las amenazas rusas. Porque bajo el paraguas atlántico ni los
osetios del sur hubieran mantenido su provocación armada, ni Tiflis se habría
visto obligada ante su población a intervenir militarmente en Osetia del Sur ni
el Kremlin estaría hoy bombardeando ciudades georgianas. En Osetia del Sur hay
setenta mil ciudadanos que se consideran rusos. Contraviniendo todas las reglas
del derecho internacional, han recibido de Moscú pasaportes rusos en los
últimos años bajo Putin. Esos setenta mil rusos recalificados por el Kremlin y
que caben en el Estadio Bernabeu son una fracción ridícula de los rusos que
habitan por ejemplo en Letonia, también ex soviética como Georgia pero
plenamente independiente, miembro de la Unión Europea y de la OTAN y con
fronteras no cuestionadas. En Letonia también intentó utilizar el Kremlin en su
día a los rusos para secuestrar la independencia e impedir la integración del
país en la UE y la OTAN. Con la diferencia de que en Letonia los rusos suponían
el 30% de la población y en Georgia apenas son un 7%. Pero la OTAN no tuvo el
coraje de dar el paso decisivo en Bucarest respecto a Georgia y Ucrania y pocas
semanas después comenzó la escalada de provocaciones de Osetia del Sur, del
Kremlin, contra Georgia. En el Cáucaso, ahora de forma ya muy sangrienta, se
presenta la asignatura de Occidente de parar los pies a un Kremlin con
objetivos y métodos muy similares a los de siempre.
Ahora
ya la situación es otra. Cuando ya se habían producido más de mil muertos en
Osetia del Sur a los que seguirían otros muchos cientos en las siguientes horas
-ya no solo en esta región al extender la aviación rusa sus ataques a otros
puntos de Georgia- Putin no ha tenido siquiera la deferencia de esperar a que
se pronunciara en el Kremlin el jefe nominal del Estado, Medvedev, presidente
ruso precisamente por una deferencia suya. Militarmente está claro que la
potencia rusa puede exterminar militarmente a los georgianos, no solo en Osetia
del Sur sino en toda la república, cuya independencia mantiene secuestrada
desde su proclamación. Lo muy cuestionable es que Rusia, derrotada varias veces
por guerrillas y bandoleros desasistidos en Chechenia vaya a ganarle una guerra
al estado de Georgia a no ser que crea posible aplicar en territorio de un
miembro de la ONU su política militar de tierra quemada. Para eso tiene que
elevar los muertos a los seis dígitos. Difícilmente lo aguantarían las
relaciones internacionales de las que depende Rusia mucho más que otros, por
mucho matonismo que despliegue con su poderío energético. Y desde luego, aunque
nos acostumbremos a Juegos Olímpicos en lugares lúgubres, unas olimpiadas de
invierno, como las previstas en Sochi en 2014, difícilmente serán un éxito
entre fosas comunes en Osetia y Abjasia. El intento del secuestro total del
Cáucaso tiene mucho que ver con esa apuesta de convertirse en el cancerbero
único de la riqueza energética del Cáucaso y Asia central. Occidente tiene el
deber y la necesidad de impedírselo. Y de no dejarse embaucar con majaderías
sobre paralelismos con Kosovo.
El
pretexto de la defensa de los setenta mil del Bernabeu puede costar, tal como
van las cosas en estas horas, mucho más de setenta mil muertos. Pero no pueden
erigirse en pretexto para una rendición de Occidente que no sería la primera
pero sería de las más graves para nuestra seguridad y libertad.
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