ABC 24.04.08
Dos países de la Unión Europea, Dinamarca y Holanda,
anunciaron ayer que cierran sus embajadas en Kabul y en Argel y recomiendan a
sus ciudadanos que salgan de estos países o al menos abandonen sus residencias
habituales.
Los diplomáticos seguirán ejerciendo su labor desde
localizaciones secretas. Todo se debe a las informaciones que con gran certeza
y detalle hablan de la inminencia de ataques terroristas del islamismo radical
contra sus sedes y compatriotas. Holandeses y daneses se han caracterizado en estos
últimos tiempos como los estados europeos que con mayor energía han defendido
dentro y fuera de su territorio la libertad de expresión y su decisión de
autodefensa frente a los intentos de intimidación y las amenazas de muerte de
islamistas radicales llegados a Europa desde Oriente Medio y Asia en los
últimos años y décadas pero también criados en sus sociedades democráticas y
tolerantes. No son los que ahora se esconden, ni mucho menos, los más cobardes.
Otros que no creen en nada nos quieren vender cambalaches entre la libertad y
el miedo. Son eso, cambalaches.
Islamistas
huidos de sus países por la miseria económica y social generada por los estados
fallidos de los que proceden o por la represión política y religiosa de las
dictaduras que los dominan, han jurado venganza a las democracias que los han
acogido, que les han dado trabajo y seguridad jurídica y que han consentido que
crearan guetos que, por inercia, se han convertido en comunidades en las que
lejos de aplicarse las leyes de igualdad, libertad y transparencia civil, son
focos del odio, el resentimiento y la intolerancia. Mientras luchan y pierden
la vida soldados de la OTAN, también españoles, en lugares remotos como
Afganistán o Irak, para reconstruir sociedades destrozadas, soldadesca del islamismo
amenaza a estas fuerzas pero también a Europa, donde el islamismo se alza
contra las instituciones y los valores de las sociedades que les dieron
prosperidad y cobijo.
Cada
vez es más patente la falta de reciprocidad en la buena fe entre el islamismo y
la sociedad abierta. Cada vez es más obscena la agresividad que tantos
inmigrantes islamistas, de primera, segunda o incluso tercera generación,
expresan hacia las democracias occidentales.
Pero
no puede haber renuncia a los principios de la mejor sociedad en libertad jamás
habida. Ha llegado el momento de poner pie en pared y dejar claro que ha sido y
es la civilización basada en la libertad del individuo, de su conciencia y
responsabilidad, la única que ha logrado situar el listón de la felicidad y la
prosperidad donde se halla actualmente en los países más ricos. Es la cultura
basada en el debate y la pugna por el saber, la compasión y el respeto
incuestionable a la persona como ser irrepetible. Es el momento de que estas
sociedades triunfantes y prósperas adquieran la percepción del riesgo que
suponen una vez más las ofensivas del enemigo y por tanto de la concienciación
de la necesidad de adquirir capacidad de autodefensa. Cuando en Dinamarca u
Holanda hay ciudadanos que temen por sus vidas y se esconden aterrados como los
diplomáticos de esos dos países en Kabul o Argel es que es Europa entera la que
debe temer por su seguridad y su libertad. Ha estado en Madrid estos últimos
días Robert Redeker, un filósofo que a raíz de un sólo artículo en el diario
«Le Figaro» sobre el islamismo se convirtió en refugiado y paria en su propio
país. Acaba de publicar su experiencia en «Atrévete a vivir» (editorial Gota a
Gota). Las amenazas de muerte que recibió le obligaron a vender su casa, a
cambiar de ciudad de residencia en Francia, a esconderse para no correr la
misma suerte que el director de cine Theo Van Gogh. Cada vez son más los
individuos que pagan su dignidad con terror y los países que han de tomar
medidas como Holanda y Dinamarca sin la masiva solidaridad que merecen de todas
las democracias occidentales. Cada vez hay más amenazas y, quizás sea lógico,
cada vez hay más cobardes.
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