ABC 31.01.08
El Bloque Nacionalista Galego (BNG), en el poder en Galicia
gracias a su alianza con el PSOE que gobierna en España se ha convertido en el
primer partido con responsabilidades institucionales en Europa en negarse a
condenar el Holocausto, el exterminio de seis millones de judíos.
Lo ha
hecho en la Comisión Permanente del Parlamento de Galicia al oponerse a una
condena del nazismo con motivo del Día de Recuerdo a las Víctimas del
Holocausto que se celebra el 27 de enero.
El
socio de gobierno de Z ha dicho que solo condenará la muerte de los judíos si
se condena también a Israel, la patria de los supervivientes y descendientes de
las víctimas. Ni socialistas gallegos ni La Moncloa se han distanciado de esta
abominable actitud.
Ni han
sugerido la ruptura de la alianza y los contactos con un partido que manejan
así historia y principios. En cualquier democracia europea que se respete a sí
misma habría sucedido ya.
Por
desgracia es lógico que los socialistas y la izquierda española en general
callen al respecto. Esos que se irritaban por el populismo del austriaco Jörg
Haider u otros líderes derechistas europeos, miran hacia otro lado ante
actitudes propias del negacionismo más repugnante del nazismo que en tantos
países europeos es perseguido penalmente y en todos política y socialmente
inadmisible. Se lamenta Z de que no le inviten a las reuniones europeas de
cierto relieve. Si sigue una legislatura más con los aliados que tiene es
posible que haya países que pidan sanciones contra su Gobierno por
colaboracionismo con formaciones que la cultura antinazi no está dispuesta a
tolerar. Aquí sí que cuadra ese «nunca mais» -¡Nie wieder!- que es la base
ética de toda la ética democrática europea desde 1945, desde que el 27 de enero
fue liberado Auschwitz. Ni la Europa libre ni Israel olvidan a sus víctimas. Es
un imperativo moral que a Z y sus socios les resulta inconveniente como
demuestran aquí con las víctimas del terrorismo.
Cabe
esperar que el escándalo del BNG llegue a las máximas instancias europeas. No
es siquiera paradójico. El socialismo nacionalista en ciertos territorios de
España ha cruzado el rubicón hacia el nacionalsocialismo con su carga de
falsificación histórica, voluntad totalitaria y disposición coactiva. La
confusión moral de los socialistas españoles y su política de alianzas en
permanente angustia por un poder con el que darse de comer a sí mismos han
dejado ya de evocar a Franz von Papen -con su relativismo tan necio como letal-
para entrar en paralelismo con las actitudes de Pierre Laval o Vidkun Quisling.
A los 75 años de la toma de poder de Hitler -catastrofistas llamaban a quienes
auguraban males-, Gobierno y socios nacionalistas adoptan actitudes que
explican nuestro paulatino pero amenazador alejamiento de los vértices éticos y
políticos de las democracias occidentales.
La
obsesión de Zapatero de lograr sus objetivos ideales -la altura de miras y la
bondad intrínseca de sus proyectos justifican precios y esfuerzos-, son una
amenaza que demasiados siguen ignorando.
No hay
baremo más fidedigno de la calidad moral de las democracias y la sociedad
abierta occidental que la actitud hacia Israel. Todas las críticas a su
política son necesarias.
Por
injustas que sean. Israel mismo se critica como sociedad abierta y ayer lo
volvió a demostrar con su balance sobre la guerra del Líbano. El drama actual
de Gaza se debe exclusivamente al diario bombardeo de territorio israelí. Hamás
puede ponerle fin cuando quiera.
En
España, sin embargo, persiste una anomalía que se revela cuando partidos
gobernantes y periódicos que se consideran referentes vomitan su odio a Israel
con la misma virulencia con que lo hace -ayer mismo también y no por casualidad
en el aniversario de la llegada al poder de Hitler-,el presidente iraní, Mahmud
Ahmadineyad, ese otro socio de Zapatero.
La
esencia de Israel es la superación de la amenaza al exterminio, la defensa a
ultranza de la libertad, la dignidad y la conciencia. Es un rotundo y sencillo
concepto de vida. Por eso tiene tantos enemigos en todas partes. Pena y pavor
da el hecho de que aquí estén en el Gobierno.
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