ABC 13.05.08
CUANDO aún la mayoría le llamaba Bambi, lo consideraban una
anécdota en la historia de la España democrática y, en expresión poco exacta,
le llamaban «presidente por accidente» -no fue precisamente un accidente-,
algunos ya advertimos que los españoles deberían tenerle más respeto pero, ante
todo, más miedo a este hombre de insólito talante para destruir todo lo que
considere obstáculo para sus planes. La lista de las víctimas en la
irresistible ascensión de este Arturo Ui leonés aumenta sin cesar desde el
comienzo de la primera legislatura. Ahora, dos meses después de confirmar que
ha llegado para quedarse, ya se hacen patentes las consecuencias del insólito
éxito de este narciso y sentimental tóxico cuya adicción al poder tiene ribetes
shakesperianos.
La destrucción de su propio partido como organización
democrática está prácticamente consumada -se zanjará su congreso en verano,
cuando las organizaciones locales pasen a ser burócratas sin poder político
alguno-. Y parece que va a poder cobrarse incluso antes la pieza deseada de la
demolición del principal partido de la oposición. Si en la primera legislatura
no se cumplió su voluntad de expulsar del sistema al PP no se cumplió -gracias
en gran parte a la movilización de organizaciones ciudadanas- ahora puede que
le baste y sobre con cuatro meses para ver cómo se divide el partido de la
oposición entre quienes se resisten y quienes se resignan a integrarse en ese
nuevo régimen en el que la hegemonía moral e intelectual (?) de la izquierda se
convierta en ley. Y quienes se opongan a la misma en fascistas y delincuentes.
Por supuesto, esta desgraciada deriva no se debe sólo al
virtuosismo del presidente, ni a la indolencia de los españoles, ni a la
disolución continua de valores que orquesta el poder con toda su batería
mediática y cultural (?). La interiorización de su mensaje y su papel dominante
por parte de políticos de la derecha comienza a sugerir la creación de un
partido para jugar siempre en el campo marcado por el izquierdismo sectario y
el nacionalismo.
Cada vez son más los españoles que votaron a la única opción
capaz de impedir el nuevo régimen de Zapatero, casi media España, que se
sienten profundamente desamparados en su patria, en unas regiones porque son
hostigados por los Gobiernos socialistas y nacionalistas, en otras porque sus
gobiernos no socialistas son tratados por Z como «provincias traidoras». Este
desamparo, no lo duden, es mayor desde el domingo. La palabras del Rey
elogiando a Z como no hizo nunca con ninguno de sus predecesores son para
muchos que siempre contaron con su amparo un jarro de agua fría. Quienes han
sido y son difamados y vilipendiados por el presidente y sus afines por tener
creencias, lealtades, convicciones y valores firmemente anclados en la
Constitución del 78 no pueden entender este elogio desmedido. Bien que lo
calificara como «alguien que sabe hacia que dirección va y por qué y para qué
hace las cosas». Pero definirlo como «hombre recto» e «íntegro» ofende a quienes
conocen sus mentiras y sufren la guerra cultural sectaria del inquilino de la
Moncloa.
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