martes, 24 de junio de 2014

LA OTAN Y EL FUTURO

Por HERMANN TERTSCH
ABC  28.03.08


Mejor titular así que especular sobre «el futuro de la OTAN» porque éste es más incierto que nunca ahora, en vísperas de la cumbre de la Alianza Atlántica que se celebrará la próxima semana en Bucarest. Todo es muy paradójico en estos tiempos cada vez más convulsos. Los grandes éxitos del pasado no son discutibles. La Alianza logró imponerse a los intentos de agresión y coacción por parte del Pacto de Varsovia y a sus enemigos internos. Consiguió integrar bajo su paraguas de seguridad solidaria a países deseosos de colaborar en la defensa de unas libertades para ellos recién adquiridas. Sin embargo se aleja en el pasado aquella pujanza y esperanza clara y firme de los años noventa en los que la OTAN, la unión político-militar de las sociedades libres del hemisferio norte, se manifestaba como triunfadora de la Guerra Fría y garante de la senda segura por la democracia y la libertad.

Para quienes vivimos la Rumania de Ceaucescu y conocimos las repúblicas bálticas soviéticas antes de 1991 -la aterrorizada postración de sus gentes ante la tiranía-, el mero hecho de que se celebre una cumbre de la OTAN en Bucarest, como hace dos años en Riga, capital de Letonia, nos genera la misma emoción que a rumanos y a letones entonces. Que en la agenda de la Cumbre de Bucarest se plantee el ingreso de Albania -aquella cárcel bunquerizada estalinista hasta hace tan sólo tres lustros-, y las dos repúblicas ex yugoslavas de Croacia y Macedonia, demuestra que es aún inmenso el poder de atracción de esta alianza cuyo sentido y vocación está en la defensa común de las libertades.

Con la UE, la OTAN será la principal garantía de que los Balcanes Occidentales logran esa estabilidad, convivencia y cooperación tan improbables entre sus vecinos orientales -búlgaros, rumanos, húngaros y eslovacos- y que hoy sabemos ciertas e integradas en el sistema de seguridad común. Que Ucrania y Georgia hayan manifestado su deseo de entrar en la OTAN pone en evidencia que muchos países se consideran amenazados por veleidades imperiales o chantajes.

Quienes no creemos en el determinismo histórico sabemos que todo, absolutamente todo, es susceptible de empeorar y deteriorarse. Hasta la tragedia. Y somos conscientes de que el optimismo histórico es voluntarismo, fruto hoy ante todo de la ignorancia de nuestros líderes políticos y la quiebra de nuestra percepción del riesgo y voluntad de defensa. El siglo pasado no nos ha dado mejor y más trágica lección. Cincuenta años de paz en Europa occidental no impidieron las matanzas de los años noventa en los Balcanes. Medio siglo de próspera tranquilidad en Europa después de la guerra franco-prusiana no evitaron la Gran Guerra. Las dos frívolas décadas de entreguerras dieron paso a Auschwitz.

Retorno al presente. Las amenazas que se ciernen sobre las sociedades libres no proceden solo del exterior. Pero también de allí. Por eso, en la cumbre de la OTAN se habrá de hablar con más seriedad que hasta ahora sobre el deterioro que la Alianza está sufriendo en sus principales campos de batalla.
En Afganistán, la OTAN está en guerra y los líderes europeos no se lo quieren decir a sus ciudadanos. Así no se puede ganar una guerra. Allí nos jugamos la existencia de la OTAN. Si en Irak las deslealtades entre Washington y ciertas capitales europeas fueron mutuas, con el trágico resultado evidente, en Afganistán la OTAN no puede perder una guerra que había ganado hace cuatro años. Londres, París y Berlín, parecen conscientes de ello y dispuestas a incrementar su presencia militar.

Pero sólo un frente común de la OTAN -quizás durante décadas, tantas como los norteamericanos pasaron en Europa durante la guerra fría- puede crear en Afganistán y en la región una situación de estabilidad en la que los aliados se vean reforzados, los enemigos disuadidos y los titubeantes convencidos.

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