sábado, 28 de junio de 2014

SUBVERSIÓN OLÍMPICA Y CUENTO CHINO

Por HERMANN TERTSCH
ABC  29.07.08


AUNQUE de gustos siempre se puede discutir, sí parece poco discutible que el estadio olímpico de Pekín, construido para estos Juegos por el arquitecto suizo Jacques Herzog es un edificio colosal y un monumento arquitectónico impresionante. El régimen chino ya lo ha convertido en el símbolo de la nueva China, como la Gran Muralla lo es de la antigua. A las críticas que ha recibido por prestarse a diseñar y ejecutar esta magna obra para la dictadura china el arquitecto ha respondido que «sólo un idiota habría dicho que no». En eso estamos de acuerdo. No creo que existan muchos arquitectos capaces de rechazar este proyecto para un estadio deportivo por consideraciones morales. Otra cosa habría sido recibir el encargo de Pekín para hacer una nueva red de campos de prisioneros en China, aunque también para ese encargo, con mucha mayor obra -no quepa duda-, se habrían prestado muchos, y muchos sólo habrían protestado después de perder en el concurso. No digo yo que Herzog fuera uno de ellos.

Lo que ya irrita y no poco de las largas e inteligentes explicaciones que da el arquitecto suizo en una larga entrevista en el semanario alemán «Der Spiegel» es el intento de presentar su implicación en esta obra en un acto a favor de los derechos humanos. Asegura que la construcción «es un espacio público en el que es posible la vida social, y ésta no puede ser fácilmente controlada o vigilada» y «tiene por tanto algo subversivo», explica. Y concluye que por eso considera «que el estadio es una especie de Caballo de Troya». Hombre bendito, pues mire, tampoco es eso.

Estaba claro que el boicot a unos Juegos Olímpicos en una potencia que emerge con la inmensa fuerza de China era inviable además de irrazonable. Los que en su día, no hace mucho, se lo plantearon con motivo de la represión habida en el Tíbet han retornado al discreto silencio y estarán allí, en las tribunas o aplaudirán los Juegos como el que más. China no viola hoy más los derechos humanos que cuando se le otorgaron los JJOO y si su actividad internacional, en activa defensa de criminales notorios como el régimen de Al Bahir en Sudán o el de Robert Mugabe en Zimbabwe, el de los Castro en Cuba u otras satrapías del mundo, es porque tiene de nuevo más presencia en el exterior y los criterios morales le son perfectamente ajenos en sus relaciones comerciales y políticas. La franqueza de China no es precisamente encomiable, pero sí contrasta mucho con la hipocresía a la que el realismo, la avidez y la cobardía inducen una y otra vez a las democracias occidentales.

Nadie sabe cuánto cambiará China con estos Juegos Olímpicos, que suponen un hito de presencia y atención extranjera en cinco mil años de historia china. Lo que está claro es que China no será nunca lo que los occidentales llaman «occidental» y que los derechos, las inquietudes, las libertades y la vida de los individuos seguirán teniendo un valor absolutamente subordinado cuando no residual si chocan con los intereses de lo que el estado considera la colectividad. Eso no quiere decir que no se deban denunciar las atrocidades allí con la misma energía que se deben denunciar en pequeños países que las democracias sí podrían cambiar radicalmente. Las esperanzas de que la libertad económica llevara a todos los rincones del mundo las libertades democráticas occidentales se han revelado una efímera quimera. Quizá porque si hubo en algún momento la posibilidad de que ese sueño se cumpliera, el mundo occidental careció del coraje o el interés necesario. Luego hagamos lo posible por convivir sin grandes complicidades. Y sin intentar vender lo que suele ser negocio, o puede que incluso arte o deporte, como actos liberadores.

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