ABC 20.05.08
HOY llega a La Moncloa el lendakari vasco, es de suponer que
en su pretenciosa limusina de jefe de Estado, ikurriña ondeante. Llega,
advierte, «sin plan B». «Aquí traigo el plan Ibarretxe, el plan de la
convivencia y armonía entre vascos y vascas», dirá, acostumbrado a referirse a
sí mismo en tercera persona. Según su autor, traerá la paz a Euskadi y dejará
en paz a los españoles siempre que vivan fuera del País Vasco y Navarra. El amo
de la casa, el otro gran pacificador, lo recibirá en las escaleras. Quizá baje
a su encuentro, quizá no. Da un poco igual. En realidad todo en esta reunión da
igual, por solemnes que se pongan sus protagonistas.
Dialogarán
hasta la extenuación, ávidos como están ambos de armonía, infinitamente
ansiosos por la paz como son. Después nos contarán, exangües tras tanto diálogo
franco y profundo, que no están de acuerdo. El anfitrión comunicará a los
periodistas que ha estado muy, muy duro y severo con el huésped y que le ha
dicho que el plan no vale, que es mal plan, en fin, un mal plantxi. Ibarretxe,
el visitante, lamentará que su interlocutor siga tan ciego ante las bondades de
su plan. Lastimero, se quejará de que el hombre bueno de La Moncloa le niegue a
él, el lendakari electo, lo que hace un año les ofrecía directamente a otros
vascos menos educados. Si está muy defraudado, probablemente nos advertirá de
que, sin la aprobación de su plan, esos otros, menos sensibles que él, pero
igual de defraudados por Zapatero y agobiados por el «conflicto», matarán más.
Se supone que con más razón de la que tendrían de aprobarse su plantxi. Hasta
aquí el relato de la escenificación intuida.
En
realidad, y dicho con crudeza, la pantomima de encuentro institucional de hoy,
esta visita de Ibarretxe a La Moncloa, se parece muy mucho a las citas que
organizaba con los buenos pagadores del impuesto revolucionario el señor Gorka
Aguirre, ahora juzgado por la Audiencia Nacional por colaboración con ETA. Ayer
Arzalluz, Urkullu y otros dirigentes del PNV, defendían ante Garzón la benéfica
labor del señor Aguirre. Aguirre tenía tan buen trato con los etarras que la
policía concluyó que era uno de ellos. Suele pasar. Cuando las afinidades son
tantas, las diferencias son irrelevantes. A Ibarretxe le pasa como a Aguirre.
Empujado al radicalismo por los pactos del PSE con Batasuna, lo único que le
distingue ya del batasunismo etarra son sus modales y la corbata. Pero más
grave resulta la certeza de que Zapatero es el empresario dispuesto a pagar.
Con propiedad y soberanía que no son suyas. Habrá «Plan B». Se disfrazará de
reforma del Estatuto. El Constitucional ya no es obstáculo. «Más autogobierno»,
prometía Zapatero en Baracaldo hace días. Se pondrán de acuerdo. El espectáculo
de hoy es sólo una burla más. Como la burla que se antoja ya casi todo el
titulo preliminar de la Constitución Española.
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