ABC 13.11.08
MUY pocos ciudadanos
europeos, preocupados todos con razón por su vida y hacienda, habrán reparado
en que hoy se reúne en Tallin, la preciosa capital de Estonia, nada menos que
la OTAN. Se trata de una reunión nada menor de la mayor alianza de democracias
jamás habida, garante de las libertades en Europa. Pero con lo que está
cayendo, parece casi lógico que nadie preste atención a lo que aun son solo
temores de los agoreros en Europa oriental. Pues a pesar de todo, conviene
observar con atención lo que sucede en una reunión política en Estonia. Es
posible que, cerca de la orgullosa catedral medieval de Tallín, con sus naves
adornadas con los pendones de las órdenes teutónicas que conquistaron y
cristianizaron el Báltico, la Europa libre tome decisiones que pesarán mucho
sobre nuestro futuro y el de nuestros hijos. De momento ya se ha anunciado que
acudirá Robert Gates, el secretario de Defensa norteamericano de la
administración saliente, que en condiciones normales habría estado ausente. En
abril pasado, la OTAN celebró una cumbre en Bucarest en la que prevaleció la
opinión de quienes piensan que no pasa nada y que nuestras preocupaciones son
aplazables. Se dieron largas a las cada vez más angustiosas súplicas de Ucrania
y Georgia de acogerlos como miembros. No va a haber ahora tampoco paraguas
protector para Ucrania y mucho menos para Georgia. Supone problemas. Para
quienes quieren seguir negociando con Rusia como si se tratara de un vecino
pacífico, democrático y «normal». Y para quienes, sin intereses específicos
allí, creen que la mejor política es doblegarse ante la fuerza y las amenazas,
en este caso rusas, porque las libertades de los demás no son problema propio.
El Gobierno español, quién iba a dudarlo, está entre éstos. Si desprecia las
libertades y los derechos humanos de los cubanos por qué iba a valorar los de
los ucranianos. Pero los adalides del apaciguamiento tendrán que escuchar
palabras muy claras en Tallin, capital de un país que sabe muy bien lo que es
una ocupación extranjera bárbara. Los países bálticos, ex repúblicas
soviéticas, y los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, son conscientes de
que la concesión del derecho de veto al Kremlin de Putin y su prohijado
Medvedev, supone una amenaza a sus propia seguridad, integridad e independencia.
Ellos lograron entrar en la OTAN cuando en Rusia aun no se había resuelto el
dilema entre democracia e imperio. Pero saben que sin una posición de fuerza de
la OTAN hoy, mañana Moscú intentará imponerles su voluntad e intereses. Aunque
exista una carta de la OTAN que decreta que la agresión a un miembro es la
agresión a todos, nadie se cree que los susodichos apaciguadores europeos vayan
a cumplirla. Todos sospechan que la respuesta a una operación rusa contra
cualquier país báltico con las mismas excusas utilizadas este verano contra
Georgia, recibiría respuesta similar, es decir ninguna.
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