ABC 19.11.08
Ni sé, ni me importa, si era
una de las intenciones del juez Baltasar Garzón cuando se lanzó a su nueva
cruzada para mayor gloria propia. El caso es que, en Madrid en estas últimas
semanas, mujeres octogenarias han revivido sus peores horrores de los años
treinta cuando han recibido en sus casas, sin previo aviso, la visita no
deseada de policías buscando a sus maridos. Por supuesto, no hubo detenidos.
Pero a la vista de la iniciativa judicial que murió ayer y que nunca debía haber
nacido, se podría haber producido cualquier situación trágica más allá de la
brutalidad de lo relatado. Viudas de carlistas y falangistas muertos, muchos de
ellos hace décadas, han tenido que hacer frente en el umbral de la puerta de
sus hogares a unos desconocidos que mostraban placas policiales, aseguraban
actuar por orden del juez Baltasar Garzón y reclamaban la presencia del difunto
o la confirmación de su muerte. No pocas de ellas se han acordado de momentos
que vivieron cuando eran mujeres recién casadas, hijas o novias de
hombres que quedaron en un bando en la Guerra Civil. Algunas de ellas evocaron
los momentos en los que, en parecidas circunstancias, habían sido sacados de
sus casas sus padres y hermanos. Para no volver nunca. No pocas de estas
ancianas, muchas por edad ya perfectamente desasistidas, se sintieron presas
del terror porque no sabían dónde tenían los certificados de defunción que
convencieran a la Policía de que no mentían ni ocultaban a nadie. Generoso
nuestro juez campeador en invertir miles de horas de trabajo de la Policía y
los funcionarios judiciales en su histórica tarea. Las ancianas viudas han
temblado ante su autoridad. Agradecen a Dios haber podido confirmar la muerte
de sus maridos. Ahí estamos. Bravo, juez Garzón. Es Usted todo un valiente
antifranquista.
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