domingo, 13 de julio de 2014

LOS PAÍSES DEL MIEDO

Por HERMANN TERTSCH
ABC  09.10.08


ES difícil encontrar un estado de ánimo general más adecuado que el actual para publicar un libro titulado «El miedo a los bárbaros». Pues así se llama el último libro de Tzvetan Todorov, el pensador búlgaro que huyó hace cuarenta años de su patria hacia el exilio definitivo en París y que el próximo día 24 recibirá en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Todorov lo ha hecho y sido todo en el mundo de las humanidades en los últimos treinta años, desde que publicara «La conquista de América. El problema del otro». Ahora vuelve a hablar del otro, que son varios, en este libro que en España publica Galaxia Gutenberg. Todorov, que ha estudiado como pocos las miserias y las grandezas de las comunidades humanas -ahí está su terrorífico estudio sobre las relaciones humanas en los campos de concentración-, ve a la sociedad occidental convertida en una especie de conglomerado de «países del miedo» que tiende a equivocarse en sus relaciones con otros tres grupos que le disputan la supremacía que otrora tuvo. Son los «países del apetito» -todas las potencias emergentes como China, India, Brasil o la nueva Rusia-, los «países de la indecisión» -aquellos que no generan sino resignación o emigración; véase los africanos- y los «países del resentimiento» -en su mayoría de cultura musulmana y movidos siempre por el agravio real o imaginario-.

A mí se me ocurre algún grupo más. El mundo occidental percibe como amenaza a estos grupos de países referidos por Todorov que le disputan una supremacía ya absolutamente quebrada tanto en el terreno político, en el económico, como bien se está viendo, y en el militar. Estos grupos en diferente medida pero también otros que no están formados por países, sino por fuerzas generadas en su seno le disputan a la civilización occidental también la hegemonía cultural en su propio espacio, además del espacio en sí.

Ahora, con el cataclismo mundial en marcha, las fuerzas internas que disputan a los países occidentales su derecho a defenderse -cosa que por supuesto Todorov no hace- creen haber encontrado finalmente el arma para la revancha. Y reciben una ayuda política y moral absolutamente insólita por parte de gobernantes y dirigentes de «los países del miedo» que ante las dificultades lo primero que ponen en duda son los fundamentos propios. Parece cada vez más evidente que las democracias occidentales que han construido las sociedades más libres, más prósperas y más compasivas de la historia de la humanidad están saturadas de tendencias autodestructivas. Siempre han tenido enemigos. Pero en el último medio siglo al menos había tenido siempre una masa crítica dispuesta a la autodefensa. Veremos en los próximos años si esto sigue siendo así. Pero ya está claro que los países del miedo tienen razones para tenerlo y que éstas no están sólo en la voracidad de algún emergente agresivo o en la disposición al martirio de algún resentido.

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