ABC 09.10.08
ES difícil encontrar un estado de ánimo general más adecuado
que el actual para publicar un libro titulado «El miedo a los bárbaros». Pues
así se llama el último libro de Tzvetan Todorov, el pensador búlgaro que huyó
hace cuarenta años de su patria hacia el exilio definitivo en París y que el
próximo día 24 recibirá en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias
Sociales. Todorov lo ha hecho y sido todo en el mundo de las humanidades en los
últimos treinta años, desde que publicara «La conquista de América. El problema
del otro». Ahora vuelve a hablar del otro, que son varios, en este libro que en
España publica Galaxia Gutenberg. Todorov, que ha estudiado como pocos las
miserias y las grandezas de las comunidades humanas -ahí está su terrorífico
estudio sobre las relaciones humanas en los campos de concentración-, ve a la
sociedad occidental convertida en una especie de conglomerado de «países del
miedo» que tiende a equivocarse en sus relaciones con otros tres grupos que le
disputan la supremacía que otrora tuvo. Son los «países del apetito» -todas las
potencias emergentes como China, India, Brasil o la nueva Rusia-, los «países
de la indecisión» -aquellos que no generan sino resignación o emigración; véase
los africanos- y los «países del resentimiento» -en su mayoría de cultura
musulmana y movidos siempre por el agravio real o imaginario-.
A mí se me ocurre algún grupo más. El mundo occidental
percibe como amenaza a estos grupos de países referidos por Todorov que le
disputan una supremacía ya absolutamente quebrada tanto en el terreno político,
en el económico, como bien se está viendo, y en el militar. Estos grupos en
diferente medida pero también otros que no están formados por países, sino por
fuerzas generadas en su seno le disputan a la civilización occidental también
la hegemonía cultural en su propio espacio, además del espacio en sí.
Ahora, con el cataclismo mundial en marcha, las fuerzas
internas que disputan a los países occidentales su derecho a defenderse -cosa
que por supuesto Todorov no hace- creen haber encontrado finalmente el arma
para la revancha. Y reciben una ayuda política y moral absolutamente insólita
por parte de gobernantes y dirigentes de «los países del miedo» que ante las
dificultades lo primero que ponen en duda son los fundamentos propios. Parece
cada vez más evidente que las democracias occidentales que han construido las
sociedades más libres, más prósperas y más compasivas de la historia de la
humanidad están saturadas de tendencias autodestructivas. Siempre han tenido
enemigos. Pero en el último medio siglo al menos había tenido siempre una masa
crítica dispuesta a la autodefensa. Veremos en los próximos años si esto sigue
siendo así. Pero ya está claro que los países del miedo tienen razones para
tenerlo y que éstas no están sólo en la voracidad de algún emergente agresivo o
en la disposición al martirio de algún resentido.
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