ABC 30.06.09
ACABABA de morir Francisco Franco en la cama casi de
aburrimiento, ese dictador al que ahora, en actos heroicos, los más fieros
resistentes antifranquistas privan de honores y galones. Han tardado tres
décadas y media en asegurarse de que había muerto para mostrar toda su
rebeldía. Es lo que se llama no correr riesgos innecesarios. En aquella época,
cuando los resistentes eran muchos menos que los enlutados, andaba yo por Viena
de visita en la caótica casa de mi hermano junto al Prater, cuando decidí que había
llegado la hora de ir a visitar el paraíso de los obreros y campesinos que tan
cerca me pillaba. Había llegado a Viena en auto-stop desde Bilbao pero desde
allí me recomendaron dejarme de líos, cogerme mi visado y el tren. En el vagón
trabé amistad con Ferenc Rako, un obrero que con su mujer y su hija Mariza,
regresaba del primer viaje que le habían permitido en su vida a ver a su
hermano, que vivía en Suecia. Estuve quince días viviendo a cuerpo de rey en
casa de aquel matrimonio trabajador y su hija. Cuando me despedí de ellos,
eternamente agradecido, con un busto de Lenin que me habían regalado sus
compañeros de fábrica, les invité a visitarme en España. Rako miró al cielo y
respondió: «eso sólo será posible cuando España también sea comunista». El pobre
Ferenc murió en los años ochenta, cuando apenas quedaba un comunista en Hungría
y España no era comunista. Pero nunca pude devolverle a aquel magnífico hombre
la hospitalidad que me había brindado.
Este
fin de semana he asistido en Budapest al vigésimo aniversario de la ruptura del
telón de acero por la frontera austro-húngara. He escuchado a los grandes
artífices de aquel encaje de bolillos que hizo posible el inmenso triunfo de la
libertad sin apenas derramamiento de sangre. Que no hubiera matanzas como
Tiananmen en las ciudades de Europa central y oriental y en Moscú se debió a
una constelación bendita en la historia. De las que pocas se producen. En
muchas oficinas se estuvieron preparando operaciones inmensamente sangrientas
para restaurar la normalidad socialista. Lo pidieron Berlín este, Praga y
Bucarest, se negaron Budapest y Varsovia, pero ante todo Moscú. Durante décadas
existió una fe ciega en el determinismo histórico de que allá donde llegaba el
comunismo permanecería para siempre. Ejemplo era mi amigo Rakó. Durante dos
décadas ahora, desde 1989, ha existido la fe contraria de que la historia se
había terminado y la libertad individual y el libre mercado eran el futuro
definitivo y garantizado. Ni lo uno ni lo otro. En Budapest se ha podido celebrar
esta conmemoración de un acto de coraje y voluntad de libertad porque existió.
La calidad humana no ha aumentado un ápice. Alcanza excelencias y se sume en
las peores miserias. Los patéticos impostores de hoy son de la misma calidad
humana que aquellos que nutrieron los peores excesos del poder total. Nadie en
1909 podía imaginar en su peor pesadilla el siglo que cinco años después abría
una inmensa carnicería y nos llevaría a la maldad total del Holocausto. En 2009
sabemos igual de poco sobre nuestro futuro. No es difícil que no sea tan
terrible. Pero quien lo jure, jura en vano.
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