ABC 04.11.08
MAÑANA tendremos nuevo presidente de los Estados Unidos. La
opción vencedora tendrá ante sí una tarea descomunal. Deberá afrontar los
inmensos problemas objetivos internos y externos que tiene la mayor potencia
democrática del mundo y los otros, en realidad no menos objetivos, que se
derivan del odio que se ha generado fuera y dentro del país hacia la democracia
norteamericana. Estoy convencido de que dentro de dos décadas el balance que se
hará desde la historia de los ocho años de George Bush no será tan demoledor
como el que hoy está prácticamente consensuado desde la política y los medios.
Pero eso ya sólo le puede importar a él, a su familia, a los colaboradores que
aún le sean de alguna forma fieles y a los estudiosos que a ello se dediquen en
un futuro.
El
hecho es que existe un favorito muy claro. También lo es que este favorito, que
no es otro que el candidato del Partido Demócrata, Barack Obama, se ha impuesto
claramente a su rival a lo largo de la campaña. Ha contado con más recursos
personales, muchísimo más dinero, inmensos apoyos de corporaciones y sindicatos
y una prensa norteamericana e internacional absolutamente volcada en su favor.
Nunca el supuesto defensor de los desfavorecidos ha tenido tanto apoyo de los
más privilegiados y favorecidos. Si algo ha quedado claro en esta campaña
electoral es que los medios norteamericanos han abandonado definitivamente sus
pretensiones o intenciones de informar, no ya desde la neutralidad, nunca
existente, sino desde una equidad más o menos pudorosa. Su rival ha tenido que
luchar con el inmenso lastre del sinfín de errores del presidente saliente y
del odio irracional que éste ha sabido despertar dentro y fuera de su país.
Probablemente, su osada elección de Palin como candidata a la vicepresidencia
haya proletarizado aún más el apoyo al Partido Republicano, alienado a los
conservadores de Nueva Inglaterra y disgustado a mucho votante potencial con la
radicalización del discurso antiintelectual.
Paradójicamente,
son las clases gobernantes de Estados Unidos las que vuelven al poder tras este
interludio populista que ha sido el gobierno de Bush con su patriotismo
aguerrido, su antiintelectualismo, su guerra contra el terrorismo y mucha
ingenuidad a la hora de contar con lealtades para nada garantizadas. Ahora muchas
cosas van a cambiar. Pero no todas como creen algunos por estos lares. Cierto
es que los enemigos de Estados Unidos tienen un claro candidato desde hace
meses en estas elecciones y que muy probablemente sea quien gane esta noche.
Esto no lo convierte automáticamente en su aliado, aunque así lo crean Pepiño
Blanco o Hugo Chávez, que ya ha invitado a charlar «al negro». Todo lo
contrario. Muchos se van a llevar muchas sorpresas ante la nueva política de un
Barack Obama inmerso en un millón de compromisos y con ideas sobre la
centralidad americana mucho más rotundas de lo que creen por aquí algunos
ilusos. Para muchos dentro y fuera de EE.UU, la vida sin Bush va a ser mucho
más ardua de lo que creen. Odiar al enemigo favorito facilitaba la explicación
del mundo. Se quedan huérfanos. Sorpresas aseguradas. Eso si gana Obama. Como
gane McCain, prefiero no verles las caras.
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