ABC 21.04.09
LO habían advertido muchos. El Conde Lambsdorff, un liberal
de sólida estirpe antitotalitaria, ya había dicho que hay sitios a los que no
se puede ir a juntarse con gentuza. Y que las buenas intenciones, incluso
sinceras, no compensan las peores compañías. No hace falta ser un gran
estadista para saber que sólo se puede ir a disfrutar con delincuentes con
plena garantía del incógnito. Y aquí, en el caso que nos ocupa, no existe. No
existe el incógnito, ni las putas divertidas, ni los delincuentes ingeniosos.
Es decir, hay timbas a las que no se debe acudir aunque las convoque la ONU,
que siempre demuestra su vocación a organizar turbias reuniones de esta calaña.
Por eso, una serie de países sensatos y decentes dijeron que ni se acercarían
por la llamada nueva ronda de la cumbre contra el racismo que comenzó en su
día, hace años, en Durban, y hoy es un absoluto aquelarre de los países más
totalitarios para orquestar sus odios y fobias en contra de las democracias
occidentales. Que por supuesto son las que acaban pagando la factura. Faltaría
más. Allí estaban y están todos los titiriteros de las Naciones Unidas que
viven del dinero ajeno y convierten a Cuba, a Zimbabue y a alguna otra
república grotesca en tribunal de buenas costumbres. Parecen una reunión de los
cineastas de nuestra Zeja-Zeta Total. Todo lo peor en perfecta armonía.
Dictadores, rufianes, trileros e impostores, todos brindando por un mundo feliz
que no logra ser porque lo incomodan los demócratas, la libertad y la
información. Y quienes logran impedir tener que pagarles la factura de la
fiesta. La Cumbre contra el Racismo se ha convertido en unos Premios Goya a lo
bestia. Nunca mejor dicho.
Esta
vez la astracanada se ha producido nada menos que en Ginebra -donde por cierto
todos los paganos pagarán más por las camas y las dietas y las copas de los
delegados participantes-. De países en los que se ahorca a los homosexuales sin
que a don Pedro Zerolo le merezca una queja. Y en los que se lapida a las
mujeres por una mera sospecha sin que a la retahíla de plañideras
gubernamentales españolas les provoque un mero sonrojo. Son los países amigos
del progresismo cañí. Aquí destruyen vida, prestigio y hacienda de cualquiera
acusado por la mera palabra de quien pueda demostrar portar vagina. Allí
saludan, besan, financian y jalean a quienes tratan a las mujeres como animales
de carga u objetos directos de tortura. Aquí hay que volcarse a acusar a algún
concejal imbécil de la oposición que piropea con grosería a alguna mujer. Pero
después se baila el aurresku de la armonía con el fanático y asesino de
Ahmadineyad y con él se cocina la paella de la alianza de las civilizaciones
que pagamos los contribuyentes españoles para mayor gloria de una serie de
políticos inanes que viven de esto. Y de tanto payaso acompañador que acaban
llamándose todos Mayor Zaragoza o Al Gore.
Alemania,
Holanda, Polonia e Italia y algunos otros países con gobiernos decentes,
decidieron no acudir a la Cumbre de Ginebra porque se temían lo que ha
sucedido. Otros se levantaron ayer. Podían haberlo previsto. Allí, las
teocracias, las dictaduras y las satrapías más corruptas se han deleitado en
acusar de racistas a los países occidentales democráticos que más gente de
otras razas trata como a seres humanos y les da el bienestar y la protección
que sus países de origen les niegan. Tiene gracia que países con la misma
autoridad moral de Josu Ternera se erijan en jueces sobre moralidad y
ecuanimidad. Tiene triste gracia que juzguen precisamente los países de donde
la gente se intenta fugar y no aquellos que la gente busca como salvación para
ellos y sus hijos. La tropa de sinvergüenzas que las Naciones Unidas ha reunido
para hablar de lo que deberían callar no tiene nombre. Todavía busco nombres de
aquellos que quieran huir de Israel, de Estados Unidos, de Francia o Alemania.
Tengo una larga lista de quienes quieren huir y nunca volver a toda esa caterva
de países que osan dar consejos en Ginebra.
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