ABC 14.10.08
LA Unión Europea ha decidido cambiar su política hacia
Bielorrusia, hoy el único país abiertamente neoestalinista de Europa. El único,
al menos de momento. Ya veremos lo que nos depara el futuro. En todo caso, los
27 decidieron ayer suspender de inmediato las sanciones impuestas al régimen de
Lukashenko. Habían sido impuestas como respuesta a la bárbara represión de la
oposición, los fraudes sistemáticos en las elecciones y la desaparición de
intelectuales disidentes. La vergüenza que les da a algunos miembros de la
comunidad europea esta decisión queda en evidencia por el hecho de una
salvedad. Entre las medidas que se levantan está la prohibición de entrada en
territorio de la UE a una larga serie de dirigentes del régimen, entre ellos al
propio presidente. La decisión tomada excluye de su «amnistía» a cinco miembros
del entorno presidencial por su implicación directa en crímenes de estado.
No
crean que han cambiado las cosas en Bielorrusia. El régimen lo dirige el mismo
sátrapa, sus cómplices son los mismos y las pasadas elecciones en septiembre
fueron un miserable sarcasmo. Pero tenían los partidarios de esta medida,
tendente a tratar a la dictadura como un país «normal», un argumento imbatible.
Se trata del agravio comparativo que suponía mantener las sanciones a Minsk
cuando se le han levantado por presión incansable de España a La Habana. Todos
los interesados en negociar con el régimen criminal de Lukashenko han ejercido
presión con esta razón tan poderosa. Y se han impuesto. Con razón. El régimen
bielorruso, incómodo por su dependencia total de un Moscú cada vez más decidido
a exigir sumisión absoluta, decidió lanzarles a las democracias europeas gestos
de benevolencia. Liberó hace dos meses a decenas de presos políticos asegurando
que eran todos los que se pudrían en sus cárceles, cuestión harto discutible
pero difícil de refutar. La represión no ha variado un ápice, el terror es
generalizado, luego las cárceles pueden llenarse cuando Lukashenko quiera. Pero
sus valedores en Europa tenían ya el magnífico argumento de que Cuba no ha
hecho nada parecido para conseguir el levantamiento de las sanciones de la UE.
Tienen razón.
Mientras,
el ministro de Asuntos Exteriores cubano, Felipe Pérez Roque, llegaba a Madrid
pletórico y dejaba claro que venía a España y después va a París a recoger el
premio a la obstinación totalitaria y a la resistencia a todas las presiones
democratizadoras. Gracias al Gobierno español, la dictadura cubana será tratada
por la UE como una democracia latinoamericana más. Pérez Roque desmentía con
desprecio mal disimulado todas las afirmaciones del Gobierno español de que en
sus encuentros negocian contrapartidas en materia de derechos humanos. «Los
presos en Cuba no están en la agenda». Minsk y La Habana, dos países decentes,
gracias al entusiasmo español, digno de mejor causa. El único éxito en política
exterior de este Gobierno no es ya sólo un motivo de vergüenza para los
españoles. Su triste mensaje mina la siempre indiscutida superioridad moral de
las democracias europeas en el Este de Europa.
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