ABC 15.04.09
A la pobre secretaria del Interior del Gobierno británico le
ha salido un sarpullido. Que no es otro que su marido. Resulta que el buen
hombre se ha dedicado durante cierto tiempo a devorar películas pornográficas.
Nada en contra por nuestra parte. El problema ha sido que el consorte cargaba
los costos de sus orgías virtuales al erario público. Y de repente, todo el
mundo ha parecido entender, por este caso ridículo de los cuatro pornos, que
son muchos nuestros profesionales de la política que entienden lo del servicio
público como un eufemismo del cortijo. Se interpreta directamente que el
voyeurismo en el sofá forma parte de los deberes de Estado. La cuenta: al
contribuyente. Ninguno escuchó de sus padres las sabias palabras de que,
invitados, jamás hay que pedir algo más caro que lo que pediríamos pagando.
Mucha
gente está ya más que harta. De la obscena prepotencia que socava los propios
principios de la democracia. Más en estos tiempos de precariedad, angustia y
rencores. Harta de los que consiguen con dinero ajeno lo que jamás tendrían por
mérito propio. En toda España, por poner un ejemplo, se derriban casas pobres
en las que viven personas humildes por estar a ciertos metros de la costa.
Gentes que viven allí desde hace generaciones se ven despojadas de todo lo que
tienen. Y otros, como algún flamante ministro, se construye junto al mar una
casa que compita en nivelazo con los trajes que lleva desde que llegó al poder.
Quien vestía como Ángel Cristo, hoy se trajea poco menos que en la sastrería
del Conde de Peñaflorida. Es el progreso de los políticos. La voladura de la
probidad en la política, en la democracia. Mal mensaje el de la impostura
combinada con el saqueo.
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