ABC 29.12.08
YA se ha producido la tan temida como previsible catástrofe.
Después de la ruptura unilateral de la tregua por parte de Hamás y sus
continuos ataques con cohetes y morteros contra el territorio meridional
israelí, tras una larga serie de advertencias a las autoridades de la Franja de
Gaza para que pusieran fin a los ataques terroristas, el presidente israelí,
Simon Peres pidió hace días encarecidamente a la población de Gaza que
impidiera a los terroristas provocar la situación que lo hiciera inevitable. Al
final, Israel ha tenido que responder. Y lo ha hecho con contundencia. Ha
destruido prácticamente todos los edificios de la policía y las milicias de
Hamás, depósitos y túneles por los que se introducen en Gaza las armas. Por
supuesto que ha habido víctimas civiles. Porque muchos de los arsenales están
en sótanos de casas de miembros y líderes de Hamás. Porque todo el terrorismo
islamista se arropa en civiles, cuyas muertes para ellos son una bandera. Pero
quien vea el mapa de las operaciones realizadas sabe que el esfuerzo de las
fuerzas israelíes por evitar víctimas civiles palestinas es tan denodado como
el habitual de los terroristas de Hamás por matar al mayor número de civiles
israelíes. Sólo la ignorancia, la mala fe y la militancia antiisraelí de los
medios de comunicación -en nuestro país ya grotescos- pueden inducir a hablar,
como se ha hecho, de «ataques masivos». Quien conozca un poco Gaza, una de las
regiones más superpobladas del mundo, sabe que un ataque «masivo» habría
provocado muchos miles de víctimas. Y no 280, en su mayoría hombres adultos y
en gran parte uniformados.
Pero
esto da igual no sólo a los medios de comunicación, también a las
organizaciones políticas o humanitarias y a tantos políticos de derechas e
izquierdas, a los que tan fácil les resulta condenar un bombardeo ante la
opinión pública. Eso siempre confiere «caché» humanitario. Han callado durante
todo el tiempo en el que Hamás ha generado una situación que hiciera inevitable
la tragedia. Hace tres años Israel se retiró de Gaza como acto de buena
voluntad para intentar dar un impulso a unas negociaciones sobre los dos
estados, el de Israel y el palestino, cuya existencia hoy es aceptada por una
abrumadora mayoría de los ciudadanos israelíes. En la otra parte no sucede lo
mismo. Cada vez son más los palestinos que siguen las consignas de Hamás y
Teherán, rechazan la solución de dos Estados y llaman a la destrucción de la
«entidad sionista». Hay muchos responsables de que así sea. Y no todos están en
la región. Están ante todo los terroristas de Hamás que con la ayuda de Irán y
Siria y la inapreciable colaboración de la corrupción del aparato de Al Fatah
de la Autoridad Palestina, consiguieron ganar unas elecciones, liquidar a sus
oponentes y establecer un Estado terrorista en la frontera sur de Israel.
Mientras
desde Israel, pese a la confusión y las convulsiones políticas internas, se
hacían esfuerzos por proseguir las negociaciones con la Autoridad Palestina en
el poder en Cisjordania, Hamás y su patrón iraní Ahmadineyad han ido ganando
terreno, comprensión internacional, amigos y armas. No sólo en Rusia, China o
Pakistán, también en Europa por supuesto. ¡Qué confusión de valores por
nuestros lares! Pocos hechos tan significativos como que en el Reino Unido,
donde más activamente se ha hecho campaña para aislar al Estado de Israel, un
canal de televisión decidiera estas navidades emitir un saludo de Nochebuena
del presidente iraní, el adalid de la destrucción del Estado judío, el látigo
de infieles, el carcelero de mujeres intelectuales, el verdugo de homosexuales,
miembro de la Alianza de Civilizaciones con el turco Erdogán y el español
Zapatero, nuestro hombre de la Kafiya. «Comprensión hacia Hamás», «no aislar a
los islamistas», «no radicalizarlos». Este sempiterno pregón de nuestro
ministro Moratinos parece ya omnipresente en el discurso vacuo e insensato de
gran parte de la clase política europea. Y lo es porque previamente ha sido
asumido por los medios de comunicación y gran parte de la opinión pública. Pese
a toda la cultura de apaciguamiento, negociación de principios y relativismo
general que se nos inocula a diario, nadie en España se atrevería a decir que
las pistolas de ETA son inocuas porque tienen menos capacidad de fuego que las
armas de la Guardia Civil. Es la artera forma de analizar la realidad
comparando elementos no comparables. Es la que lleva a tanto intelectual y
vocero en nuestros medios a decir que los misiles artesanales de Hamás son poco
más que una broma pesada y que no justifican nunca una acción contundente del
agredido para acabar con ellos. Es la que lleva a tanto idiota a pensar que las
armas son malas independientemente de quienes las tenga.
El hecho cierto es que el terrorismo ha tenido un éxito
parcial aquí en España, como saben quienes lo denunciamos, quienes lo niegan y
quienes directamente se han beneficiado de ello. Aquí el éxito del terrorismo
ha supuesto privilegios para sus simpatizantes y amigos secretos o la debilidad
de la idea nacional en beneficio de otros nacionalistas. En Israel la amenaza es
directamente existencial y pone en peligro su propia existencia como Estado. La
creación de un Estado terrorista en Gaza en los últimos tres años y su
creciente capacidad de paralizar el sur israelí pone en cuestión la propia
viabilidad del Estado de Israel. A ojos de los israelíes pero ante todo a ojos
de los cientos de millones de islamistas, árabes o no, que han convertido la
destrucción de Israel en el centro de su existencia. Israel no puede vivir con
gran parte de su población enterrada en refugios día sí, día también, porque
Hamás o Ahmadineyad quiera. Acabaría toda Israel igual y ese gran estado no se
erigió en su día para ser un gran Lager bajo tierra con los SS islamistas
desfilando encapuchados sobre sus campos.
Mucho
se hablará ahora durante y después de esta campaña militar -que todos deseamos
corta, pero puede ser muy larga y dolorosa para todos- sobre el papel en su
desencadenamiento del punto de inflexión en la historia de Estados Unidos que
supone la llegada de Barack Obama a la presidencia. Creo que nadie debiera
sobrevalorarlo. También creo desencaminados los intentos de explicar la
operación militar israelí como parte de la dinámica electoral interna de
Israel. Nada había más lejos de los deseos de la ciudadanía israelí que entrar
ahora en este conflicto. Porque conocen la guerra. Y todos saben que estos
muertos del fin de semana no son los primeros ni los últimos. Y que muchos no
serán terroristas sino también niños y niñas tanto palestinos como israelíes y
muchos soldados israelíes como la campaña prosiga por tierra. Lo que sí debería
estar claro es que los defensores de esta operación militar de Israel somos los
que sufrimos por todas las muertes, también por las ahora habidas en todos los
bandos. Y enfrente hay un enemigo que se alegra de las muertes, también de las
propias. Y las busca en Israel, en las Torres Gemelas, en Londres o Atocha, en
la India o en Afganistán. Forman parte de una cultura de la muerte que es
enemiga de nuestra sociedad tanto como del Estado de Israel. Y que si Israel
fallara en su autodefensa, por supuesto que desaparecería como Estado
democrático pero todas las demás sociedades abiertas perderíamos nuestro
bastión más firme en la defensa de la ciudadela de la libertad. Una ciudadela
que tiene muchas murallas minadas o tambaleantes en Occidente por el miedo a
luchar, la falta de voluntad de ganar, por su confusión de valores y su
incapacidad para el sacrificio. O porque, ilusos, creen que tratamos con un
enemigo como nosotros. Esperemos que esta tragedia tenga un receso al menos.
Pero la guerra será larga y la lista de víctimas también. La única nota de
optimismo que tengo para concluir esta reflexión está en mi profunda convicción
de que Israel, con la sabiduría de miles de años de supervivencia y la memoria
de quienes aun son testimonio vivo de la última vez que -ante la pasividad de
todos- se quiso exterminar a su pueblo, nos dará una nueva lección a la
civilización. A la única civilización existente. Israel sabrá defender, cueste
lo que cueste, pese a quien pese, llore quien llore, su sagrado derecho a la
existencia en libertad y dignidad.
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