ABC 26.02.09
MI mejor amigo en Lazcano, ese pueblo que algunos llaman
ahora Lazkao -vayan ustedes a saber por qué-, se ha metido en la «herriko
taberna» con un martillo pilón. Y les ha reventado la cafetera, el ordenador y
la máquina de tabaco. ¡Vaya por Dios! Se llama Emilio Gutiérrez, no le conozco
y debe de ser uno de los pocos de su edad que no se ha tuneado el nombre para
ser Jemilio o Txutierrez. Cierto, no todos lo hacen por gusto. Se hace por
miedo. Papá y mamá quieren que el niño vaya a la ikastola integrado. Y por eso
dan ellos el primer paso para ese principio de la vida en cobardía. Emilio se
sigue llamando Emilio y Gutiérrez. Y pensó el otro día que estaba hasta las
pelotas. Vendrán muchos cursis a decirnos que uno no se puede tomar la justicia
por su mano y que su maravilloso grito de guerra de «ojo por ojo» les parece
peligroso. Lo siento mucho. Creo que si hubiera habido en las últimas tres
décadas más Emilios Gutiérrez en el País Vasco, quizás no hubiéramos llegado a
sumirnos en el lodazal moral, en la sociedad cobarde, chata y miserable que hoy
tenemos en sitios que tanto amamos.
Pero hablemos de tuneados. Soy desde muy pequeño aficionado
a las esquelas. Por supuesto a las de ABC, que leo desde que sé hacerlo. Y de
esas preciosas que publica aún hoy el «Frankfurter Allgemeine» que anuncian la
muerte de ancianos nacidos en las lejanías orientales que dejaron de ser
Alemania hace más de sesenta años. Pero también soy ferviente seguidor de los
óbitos anunciados en el «Correo Español» (perdón) y del «Diario Vasco». Quien
comparta la afición, sabe de lo que hablo. La nefasta incultura política en el
País Vasco nos ha generado inmensos sufrimientos, pero también algunas tretas
graciosas por grotescas. Los que tienen más de sesenta años se suelen morir,
como mis viejos amigos caseros en la región, llamándose Ceferino Azpilicueta o
Justino Gorribaicelaia o Pancracia Cenarruzabeitia. Los jóvenes que se
estrellan por las noches con sus coches tuneados son esos tuneados que se
llaman Arkaitz Rodríguez, Iker Karmona o Arbelaitz Contreras.
El miedo y las ganas de agradar para confundirse en el paisaje
producen muchos monstruos, pero a veces son graciosos. Pero también es cierto
que quienes se rebelan contra esta lógica lo pagan caro. El linchamiento verbal
de María San Gil por parte de dos de los personajes más villanos que hoy
militan en la secta del presidente Zapatero es una prueba de ello. Cierto, hay
días en que da auténtico miedo ponerse a escribir porque se sabe uno al borde
del Código Penal. Las amenazas no son baladíes. Confieso que si dijera lo que
pienso sobre la basura dicha y escrita por algunos individuos de mi profesión y
de la política en los últimos días, probablemente me viera ante el riesgo de
ser despojado de mis bienes, mi seguridad y el sustento de mi familia. Todos
tenemos que pensar hoy muy mucho lo que decimos porque lo podemos pagar muy
caro. Si sólo se tratara de la destrucción del crédito y prestigio personal de
cada uno, los riesgos serían calculables. Pero no es así. El gentucismo acecha.
Es uno de los grandes triunfos del Gran Timonel. La omnipresencia del miedo.
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